Camilo Cienfuegos vive en el anecdotario de los cubanos, que desde pequeños han conocido historias que hablan de este hombre de pueblo que se convirtió en legendario Comandante del Ejército Rebelde.
Camilo Cienfuegos al frente de la caballería que desfiló en La Habana el 26 de julio de 1959. (Foto: Perfecto Romero)
Victoria Beatriz Fernández Herrera
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28 Octubre 2021
28 Octubre 2021
hace 3 años
Mi niñez fue un tanto diferente a la del resto. A regañadientes de la pediatra, mi muy sobreprotectora mamá me prohibió, de tajo, cualquier juego que implicara ejercicio físico. En aquellos años 2000, sola en el cuarto, con un libro y sin entender nada, mi vida parecía un calvario. En el 2010, cursaba ya sexto grado, y la maestra, nueva para mí, comenzó a preguntar si sabíamos anécdotas de Camilo Cienfuegos. Ese día, el calvario empezó a tener cierto sentido.
Mis compañeros narraron hazañas conocidísimas sobre el Héroe de Yaguajay como insistían en llamarle: su participación en la expedición de yate Granma, su labor como capitán del Ejército Rebelde en la lucha armada en la Sierra Maestra, la gran victoria de Yaguajay y su protagonismo en la construcción de un país nuevo luego del triunfo revolucionario. Mis historias, como mi niñez, fueron un tanto diferentes.
Yo sabía que el sombrero de Camilo había pertenecido a un campesino de la Sierra Maestra, simpatizante con la causa del Ejército Rebelde. El campesino,1 cuyo nombre no recordaba, sentía un gran orgullo por haberle regalado su sombrero a Camilo y rememoraba, jocosamente, cuando lo cogió y se lo puso, y le dijo que a él le lucía más.
También sabía que había nombrado a su perro Fulgencio. Con siete u ocho años, desconocía de la existencia de Fulgencio Batista y su dictadura de terror en Cuba; sin embargo, el nombre me resultó cómico para un perro. Años después, leí que el perro llegó a la casa de los Cienfuegos después de la medianoche, por eso Camilo asociaba la llegada del canino con la entrada de Batista por la posta 6 del campamento militar de Columbia, cuando el 10 de marzo de 1952, también en la madrugada, dio el golpe de Estado.
A riesgo de parecer una sabelotodo, aquel día conté una última anécdota:
En una ocasión, Fidel y Camilo fueron invitados a participar en un juego de pelota en el estadio del Cerro, en La Habana. Alguien tuvo la idea de dividirlos y ficharlos en equipos opuestos.
Camilo, con tabaco en boca, esperó con paciencia a que concluyeran la explicación del plan y respondió, pícaro:
¡Qué va! ¡Contra Fidel yo no estoy ni en juego!
Mami me inculcó el hábito de leer, en primera instancia, para mejorar mi lectura y ortografía, después, para mantenerme ocupada en casa. Sin intención, me adentró en el mundo de los libros, los periódicos y las revistas Bohemia de edición especial dedicadas a la historia de Cuba. Sin intención, me dio las herramientas que me permitieron descubrir la figura de Camilo y sus mil anécdotas.
Me gusta recordarlo así, con un sombrero campesino, un perro llamado Fulgencio y como receptor en un juego de pelota con Fidel de lanzador. Ya lo decía, siempre fui un tanto diferente.
[1] Rafael Verdecía Lien, campesino de Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde.