
Mi niñez fue un tanto diferente a la del resto. A regañadientes de la pediatra, mi muy sobreprotectora mamá me prohibió, de tajo, cualquier juego que implicara ejercicio físico. En aquellos años 2000, sola en el cuarto, con un libro y sin entender nada, mi vida parecía un calvario. En el 2010, cursaba ya sexto grado, y la maestra, nueva para mí, comenzó a preguntar si sabíamos anécdotas de Camilo Cienfuegos. Ese día, el calvario empezó a tener cierto sentido.
Mis compañeros narraron hazañas conocidísimas sobre el Héroe de Yaguajay como insistían en llamarle: su participación en la expedición de yate Granma, su labor como capitán del Ejército Rebelde en la lucha armada en la Sierra Maestra, la gran victoria de Yaguajay y su protagonismo en la construcción de un país nuevo luego del triunfo revolucionario. Mis historias, como mi niñez, fueron un tanto diferentes.

Yo sabía que el sombrero de Camilo había pertenecido a un campesino de la Sierra Maestra, simpatizante con la causa del Ejército Rebelde. El campesino,1 cuyo nombre no recordaba, sentía un gran orgullo por haberle regalado su sombrero a Camilo y rememoraba, jocosamente, cuando lo cogió y se lo puso, y le dijo que a él le lucía más.
También sabía que había nombrado a su perro Fulgencio. Con siete u ocho años, desconocía de la existencia de Fulgencio Batista y su dictadura de terror en Cuba; sin embargo, el nombre me resultó cómico para un perro. Años después, leí que el perro llegó a la casa de los Cienfuegos después de la medianoche, por eso Camilo asociaba la llegada del canino con la entrada de Batista por la posta 6 del campamento militar de Columbia, cuando el 10 de marzo de 1952, también en la madrugada, dio el golpe de Estado.
A riesgo de parecer una sabelotodo, aquel día conté una última anécdota:
En una ocasión, Fidel y Camilo fueron invitados a participar en un juego de pelota en el estadio del Cerro, en La Habana. Alguien tuvo la idea de dividirlos y ficharlos en equipos opuestos.

Camilo, con tabaco en boca, esperó con paciencia a que concluyeran la explicación del plan y respondió, pícaro:
¡Qué va! ¡Contra Fidel yo no estoy ni en juego!
Mami me inculcó el hábito de leer, en primera instancia, para mejorar mi lectura y ortografía, después, para mantenerme ocupada en casa. Sin intención, me adentró en el mundo de los libros, los periódicos y las revistas Bohemia de edición especial dedicadas a la historia de Cuba. Sin intención, me dio las herramientas que me permitieron descubrir la figura de Camilo y sus mil anécdotas.
Me gusta recordarlo así, con un sombrero campesino, un perro llamado Fulgencio y como receptor en un juego de pelota con Fidel de lanzador. Ya lo decía, siempre fui un tanto diferente.
[1] Rafael Verdecía Lien, campesino de Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde.