Martí­: luz de estrellas

Homenaje al Héroe Nacional cubano, en ví­speras del aniversario 169 de su natalicio, ocurrido en La Habana, el 28 de enero de 1853.

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Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
1258
27 Enero 2022

«Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón »

                                                                                                                                                      José Martí­

¿Pudo José Martí­ entender mejor a su padre y cuidar más a doña Leonor? ¿Pudo conservar a su lado a Carmen, su esposa, y a su José Francisco del alma, el Ismaelillo de los conocidos versos? ¿Pudo, con su vasta inteligencia, llevar una vida más plácida y acomodada?

Sí­, pero todo lo apostó a un bien mayor: a Cuba y a su independencia. A ese ideal dedicó sus energí­as desde los 16 años, sin arrepentimientos, sin miedos, pero con mucho sufrimiento.

Retrato de Martí­ del artista de la plástica villaclareño Mario Fabelo Estrada.
Retrato de Martí­ del artista de la plástica villaclareño Mario Fabelo Estrada.

No habí­a cumplido los 17 y era ya el preso 113 de las canteras de San Lázaro, cuyos grilletes lo marcarí­an para siempre el cuerpo y el alma, y lo harí­an operarse varias veces en la vida.

El exilio español, la patria de sus ancestros, le permitió ampliar el estrecho horizonte insular. Allí­ cursó estudios universitarios y conoció por vez primera el amor, ese sentimiento que siempre latió fuerte en su pecho.

En México y Guatemala supo del indio. Se hizo maestro y se casó con una bella camagí¼eyana de familia ilustre, no sin antes dejar encantada y enamoradí­sima de su gallarda juventud a la joven Marí­a Garcí­a Granados, la niña de Guatemala de los inmortales versos, esa que dicen murió de frí­o, pero él sabí­a que habí­a sido de amor.

La breve estancia en Cuba, en 1879, permitió que su José Francisco naciera en La Habana, como cubano, tal y como quiso.

Luego vendrí­an sus 15 años más creativos, los cuales vivió en los Estados Unidos desde el 3 de enero de 1880 hasta el 29 del propio mes de 1895. Luego, emprendió su paso por Montecristi, en República Dominicana; su regreso a Cuba por Playitas de Cajobabo y su muerte, de cara al sol, con apenas 42 años cumplidos.

Fue Martí­ un hombre de luz, con una ética de servicio inmaculada. Esa que le permitió darse a los demás, sin más recompensa, tal y como le escribió en carta al General Gómez, que «la ingratitud probable de los hombres ».

Supo de traiciones, como la de La Fernandina, en enero de 1895, y de envenenamientos, como aquel que le quebrantó aún más la salud del cuerpo, pero no la del alma, pues perdonó al presunto asesino y lo hizo volver al camino de la honra.

En las pocas fiestas a las que asistió, cuenta Blanchie Zacharie de Baralt, invitaba a bailar a las menos agraciadas, y al preguntársele el porqué, decí­a con humildad: «Porque a esas nadie las saca a bailar »

Para Martí­ la patria era ara, no pedestal: «No hay hombre sin patria, ni patria sin libertad », sentenció.

Sabí­a que con la independencia de Cuba se le pondrí­a freno a la expansión yanqui sobre nuestras tierras de América y estaba convencido de que por Cuba iba «a cuajar la independencia de América ».

Amó, amó mucho. Tanto a la mujer como a la patria, y sacrificó el primer amor por el segundo: «Yo siento en mí­ una viva necesidad, un potente deseo, una voluntad indomable de querer; yo vivo para amar; yo muero de amores ».

Como polí­tico, Fidel lo catalogó como el más genial y universal de los cubanos. Como hombre, no supo de cobardí­as, y dispuesto estuvo a probar sus verdades en el campo del honor si fuera menester, como en su polémica con el patriota Enrique Collazo, a quien le dijo que era tan hombre que no cabí­a en los calzones, y a la prueba, sentenció:

«De Cuba ¿que no habré escrito?: y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno ».

Hoy, esa entereza de pensamiento y acción nos hace mucha falta. Martí­ vivirá si somos consecuentes con su pensamiento y modos de querer y amar a Cuba. De lo contrario, solo serí­a mármol y piedra.

Honrémoslo siendo fiel a su legado de eticidad y praxis revolucionaria. Solo hay un modo de acercarse a Martí­, y es siendo martianos de corazón y alma.

A eso aspiramos todos.

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