Fidelí­simo Fidel

Nunca perdió la fe en la victoria, nunca protegió su pecho con nada más que su moral. Confió en los jóvenes, le dijo al imperialismo en su cara todo lo que pensó. Cuba entera venera su legado y le rinde homenaje cada 13 de agosto.

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Fidel Castro Ruz de perfil fumando tabaco.
(Foto: Tomada de Internet)
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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13 Agosto 2022

La mitad de su sangre gallega; la otra, cubana. Corazón todo de Cuba. Nació de madrugada, hace 96 agostos. Nació guerri ­llero. Le llamaron Fidel Alejandro.

Hizo de la lealtad su mayor virtud y, de la tenacidad, su cualidad más distintiva entre tantas, como su inteligencia brillante y un coraje a toda prueba.

El pueblo lo llamó «el Caballo », manera de resaltar su hombrí­a y el amor que se le dispensaba: «Habló el Caballo », «Llegó el Caballo », « ¡Ahí­ está el Caba ­llo! », y con eso bastaba.

Admiró a Bolí­var y fue fidelí­simo discí­pu ­lo de Martí­. Siempre supo que toda la gloria del mundo cabí­a en un grano de maí­z.

Fue un eterno inconforme en su larga vida de 90 años. Cuando supo que su salud no le permitirí­a seguir llevando las riendas del paí­s hizo dejación de sus cargos y responsabilidades y quedó, simplemente, como soldado de las ideas, con sus í­ntimas y aleccionadoras Reflexiones.

Estudió la abogací­a y la ejerció poco tiempo, siempre en función de los más humildes. Nunca se consideró un periodis ­ta, pero escribí­a como uno de ellos; quizás, como el mejor de ellos.

Cuando nadie creí­a en la lucha armada se aferró a esta: atacó el cuartel Moncada, sufrió prisión, desembarcó en el «Granma », luchó en la Sierra y bajó con los grados de Coman ­dante en Jefe con la tiraní­a descabezada a sus pies, como habí­a prometido al marchar al exilio mexicano, en julio de 1955.

Demoró la salida del yate Granma esperando por el Che y, cuando el cabo Roque cayó a las aguas agitadas del Mar Caribe, exigió se hiciera lo imposible por salvarlo; el imposible se hizo y Roque fue salvado, cual Moisés de las aguas del Nilo.

Nunca perdió la fe en la victoria, y así­ lo demostró en Cinco Palmas, al afirmar que con siete fusiles bastaba para ganar la guerra, ¡y la ganó!

Las cábalas le acompañaron siempre: el 26 fue su número de la suerte, pues nació en 1926, tení­a 26 años al asaltar el «Moncada » y lo hizo un dí­a 26. Salió de Tuxpan un 25 de noviembre y se despidió del mundo otro 25 de noviembre, con 60 años de diferencia.

Nunca protegió su pecho con nada más que su moral. Sufrió el intento de más de 600 atentados, pero murió en su cama ya nonagenario.

Predijo la caí­da de la URSS y del campo socialista, como también lo hizo con la sobrevivencia del socialismo en Cuba. No se equivocó en ninguno de sus vaticinios, los cuales basaba en la lógica y su precla ­ra inteligencia. Aunque, tal vez, sí­ fuera cierta esa rara cualidad suya de ir al futuro y regresar para contárnoslo.

Calificó al Che como un gigante moral, como si él no lo fuera también. Quiso a Chávez como a un hijo y fue reciprocado con el cariño inmenso de ese otro grande de América, como lo fuera Hugo Rafael, el mejor amigo de Cuba.

Fidel fue el padre de la biotecnologí­a cubana y, gracias a su anticipada visión, pudimos enfrentar la pandemia de la COVID-19 como no lo pudo hacer ningún otro paí­s del planeta.

En Girón fue el primero. Brilló en la Crisis del Caribe. Supo siempre conver ­tir los reveses en victorias e hizo más que nadie para construir, de la nada, el aparato hoy formidable de la Revolución cubana, como afirmara el Che.

Sacó a Cuba del analfabetismo. Libró la colosal Batalla de Ideas e hizo que regresaran al niño Elián, como también lo hizo con los Cinco: « ¡Volverán! », nos dijo, y volvieron.

Confió en los jóvenes, en esa arcilla moldeable del hombre nuevo. Estaba convencido de que, si los jóvenes falla ­ban, todo fallarí­a; al tiempo que alertó que serí­an nuestros propios errores los causantes de la caí­da de la Revolución y su desaparición como proyecto social inédito en el mundo.

Lo que nos alertó en el 2005 nos lacera como sociedad en los dí­as que corren. Volver a su pensamiento y a sus enseñanzas no es retórica, sino necesi ­dad dialéctica.

Su concepto de Revolución nos marca el camino, tanto a lo interno, como en nuestra mirada hacia el resto del globo. Ideas no siempre bien escuchadas y, sobre todo, no siempre aplicadas de manera correcta en ese llamado suyo a «cambiar todo lo que deba ser cambiado ».

Fue la brújula que nos guiara duran ­te más de 50 años. El faro de luz en los mares borrascosos, y el timonel de mano firme para enfrentar tempestades y salir airosos y fortalecidos.

Le dijo al imperialismo en su cara todo lo que pensó, y desarrolló una intensa vida pública, donde lo único pri ­vado era su vida í­ntima. Confesó que su mayor anhelo era caminar por cualquier calle, como uno más, sin ser reconoci ­do, lo que sabí­a le resultaba imposible, no solo en Cuba, sino en cualquier otra parte del mundo.

Su barba de joven rebelde fue en ­caneciendo con los años y se convirtió en todo un sí­mbolo. Fue un maestro de la oratoria, un don natural que le hizo brillar siempre, aunque dominaba muy bien la palabra escrita.

No le gustaba perder en nada. Bien lo supo el Nobel de Literatura, Gabriel Garcí­a Márquez, en sus largas noches de pesca, pues hasta que no sacaba del agua un pes ­cado más que los demás, no abandonaba la pesquerí­a, y así­ lo fue en todo.

La palabra derrota nunca estuvo en su vocabulario. Hizo de la unidad su divisa principal como dirigente polí­tico, y logró unir a los cubanos en un solo haz, dispuestos a dar la vida por la Revolución y sus conquistas.

Ardiente profeta de la aurora, lo bautizó el Che. Mientras, Carilda Oliver lo vio «vigilante en el Turquino/como un ciclón repentino/como un montón de banderas », y en su Canto a Fidel enal ­teció su dignidad, su rifle fiel y su ingle de varón.

En tanto, Carlos Puebla, nuestro juglar, nos dijo en canciones lo que todos sabí­amos: «Se acabó la diversión, llegó el Comandante y mandó a parar ».

Hoy, Cuba entera venera su legado y le rinde homenaje cada 13 de agosto. Pero también se le extraña. Nos sigue ha ­ciendo falta. A casi seis años de su partida fí­sica seguir su ejemplo y legado resulta la mejor forma de honrarlo.

Fidel es Fidel y siempre lo será.

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