La gloria de una vida imperfecta

Hace 128, en Dos Ríos, la muerte alcanzó al Héroe Nacional de Cuba, cuya vida estuvo marcada, en igual medida, por el dolor y la gloria.

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Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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19 Mayo 2023

«Aficionado a pensar en los dolores ajenos, y encariñado en la busca de medios de aliviarlos, me queda apenas tiempo para pensar en los míos».

José Martí

Aquel muchacho renunció a sacar provecho del origen de sus padres como garantía de una vida tranquila, quién sabe si a la larga, próspera, en La Habana de la segunda mitad del siglo xix. Las penas ajenas le calaron el alma demasiado pronto, en una sociedad colonial, esclavista, privada de las libertades más elementales.

Pintura de José Martí.
(Foto: Tomada de Internet)

A los 16 años, podía mirar hacia otro lado y darle igual si un discípulo de Rafael María de Mendive se unía al ejército español; retractarse de la autoría de la carta que lo convirtió en reo, fingir lealtad a la Corona y librarse de la condena a presidio, donde los grilletes fueron el menor de los castigos. El precio moral le pareció impagable.

Con el cuerpo y el corazón llagados marchó al exilio en España. Le habría resultado más fácil olvidarse de su patria amordazada al cruzar el Atlántico, ondear las heridas como estandarte y rumiar el odio. Prefirió inmortalizar el dolor en páginas, sobreponerse y transformar la realidad que denunciaba, sin renunciar a querer, aun desde lejos.

No poca maravilla lo cautivaría en Europa, cuna de civilizaciones y progreso; pero un cordón umbilical lo mantenía unido a América, con su soberanía a medias, sus «dolorosas repúblicas», su vino agrio y sus aldeas adormecidas todavía. El Norte lucía más apetecible, y en sus escenas reflejó por igual el brillo y la sombra de los aires de modernidad que soplaban hacia abajo, como el aliento que antecede a las fauces listas para devorar cuanto nacía entre el Río Bravo y la Patagonia.

Con claridad de profeta supo y dejó saber el peligro que corría la América nuestra, mayor si los gobernantes calcaban sociedades importadas en lugar de defender la autenticidad de sus pueblos. A la lucha por la integración también se entregó, porque en una mente tan grande y un cuerpo tan pequeño nunca hubo espacio para egoísmos.

Cuando acabó la primera guerra de independencia en Cuba, con los deseos que la hicieron estallar frustrados, rehusó la crítica mordaz o el enjuiciamiento a culpables. Maduro como un veterano, a sus 25 años, analizó, de principio a fin, la contienda, no para regodearse de errores ajenos, sino para organizar otra gesta mejor, «generosa y breve», necesaria, definitiva, sin cabida para rencillas entre pinos nuevos y robles sólidos.

Así nacieron el periódico Patria y el Partido Revolucionario Cubano, revolotearon discursos y aplausos, brotó el cariño entre los emigrados, la admiración de los soldados, las contradicciones, resueltas siempre de manera sensata, a favor de la unidad.

A la par crecieron las estrecheces económicas de quien todo lo destina a una sola causa, la distancia física y emocional de sus seres más queridos, los malestares crónicos de un cuerpo siempre puesto en segundo lugar, las traiciones y otros pesares jamás dichos, porque se describió a sí mismo como un vaso de amargura, «que no rebosará jamás, ni enseñará sus entrañas, ni afeará el dolor quejándose de él, ni afligirá a los demás con su pena».

Aceptó el sufrimiento y lo volvió fuerza creadora, libre de resentimientos o frustraciones. Sobraron las palabras de amor para sus padres, hermanas y amigos; devolvió respeto a los adversarios más soeces y para su «príncipe enano» hizo una fiesta en versos.

Sabía que todo alarde de virilidad estaba de más; pero hacía falta su ejemplo, también en el combate. Se aventuró a los peligros de la travesía y el desembarco, se adaptó al régimen de un campamento en la manigua y salió al encuentro con las balas en la primera oportunidad, como si se hubiera dado cita con la muerte, hace 128 años.

Quizás la conformidad y la aceptación pasiva de su destino le habrían valido una vida más cómoda, una vejez rodeado de nietos y la vanidad de las conquistas personales. El Maestro nos dio una lección más importante: «vivo, porque yo he de ser más fuerte que todo obstáculo y todo dolor».

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