Un grupo selecto de jóvenes villaclareños participaron en las acciones del 26 de Julio de 1953, que marcaron el reinicio de la lucha armada por la libertad de Cuba.
A mediados de junio de 1953, Fidel visita la casa de Abel Santamaría en el central Constancia. Por entonces, los preparativos de los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, estaban bien adelantados, aunque eran pocos los que sabían que la famosa hora cero estaba cerca.
Abel era hombre de confianza de Fidel y su segundo al mando en el Movimiento. Se habían conocido un año antes, el 1.o de mayo de 1952, y desde entonces habían intimado y comulgado en ideas.
En aquella única visita al terruño natal del encrucijadense, Fidel causa excelente impresión en los padres de Abel y en sus amigos. Se revela el líder en su total dimensión, pero los planes quedan bien ocultos, pues, como escribiera José Martí, quien sería el autor intelectual de esos trascendentes hechos, en silencio tenía que ser, porque hay cosas que para lograrlas habían de andar ocultas.
Desde la famosa Marcha de las Antorchas del 27 de enero de 1953, los casi 1200 hombres liderados por Fidel —agrupados en pequeñas y compartimentadas células clandestinas— estaban dispuestos a luchar contra el tirano Fulgencio Batista y a no dejar morir al Apóstol en el año de su centenario.
Entre esa pléyade de jóvenes, la mayoría perteneciente a la Ortodoxia, estuvo un grupo selecto de hijos de la actual provincia de Villa Clara; entre los más prominentes están los hermanos Santamaría Cuadrado, Abel y Haydée, además Elpidio Sosa González, nacido en Quemado de Güines; el sagüero Roberto Mederos Rodríguez, el santaclareño Osvaldo Socarrás Martínez y el caibarienense Pablo Agüero Guedes, el más joven de todos los participantes en las acciones del 26 de julio de 1953, con sólo 17 años.
Sin dejar de mencionar a Gustavo Arcos Bergnes, quien, con posterioridad, traicionaría los ideales que lo llevaron a atacar el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad de Bayamo.
El sábado 25 de julio, los futuros asaltantes marcharon por distintas vías hacia Santiago de Cuba. Todos intuían que el momento había llegado, aunque sin saber el lugar y hora exactos.
Fidel partió de último de La Habana, y acá en Santa Clara se vio precisado a hacerse un par de espejuelos, en una óptica situada en la calle Cuba.
La concentración de los bisoños combatientes se hizo en la Granjita Siboney, alquilada por Ernesto Tizol, y donde Abel Santamaría y Elpidio Sosa habían preparado las condiciones para la estadía final previa al ataque.
En la madrugada del domingo 26, día de Santa Ana y carnavales en Santiago, Fidel arenga a los más de 190 hombres concentrados. Invoca a Martí y da fe de la victoria: «Podrán vencer dentro de unas horas, o ser vencidos, pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la Isla. ¡Jóvenes del centenario del Apóstol, como en el 68 y en el 95, aquí, en Oriente, damos el primer grito de LIBERTAD O MUERTE!
«Ya conocen ustedes el objetivo del plan. Sin duda alguna es peligrosa y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir den un paso al frente. La consigna es no matar, sino por última necesidad».
Abel Santamaría intenta disputarle el lugar de mayor peligro: «Yo no voy al hospital, al hospital que vayan las mujeres y el médico, yo tengo que pelear si hay pelea, que otros pasen los discos y repartan las proclamas».
Fidel, como jefe, rechaza la petición, pues a él le correspondería ese honor, y, persuasivo, poniéndole la mano encima del hombro, le argumenta: «Yo voy al cuartel y tú vas al hospital, porque tú eres el alma de este movimiento y si yo muero tú me reemplazarás».
El joven Raúl Gómez García declamó el poema que había compuesto para la heroica ocasión:
«Ya estamos en combate» Por nuestro honor de hombres ya estamos en combate pongamos en ridículo la actitud egoísta del Tirano luchemos hoy o nunca por una Cuba sin esclavos sintamos en lo hondo la sed enfebrecida de la patria pongamos en la cima del Turquino la Estrella Solitaria.
Todo quedó listo para salir en caravana hacia el cuartel Moncada, la segunda fortaleza militar del país, a unos 16 kilómetros de la Granjita Siboney.
Aproximadamente a las 4:45 de la madrugada, parte en fila la larga caravana de autos.
Abel cumple la encomienda de tomar el hospital civil Saturnino Lora, y desde allí apoya al grupo principal de 120 hombres liderados por Fidel. Otro grupo, donde estaba Raúl, ocupó el Palacio de Justicia.
El factor sorpresa era clave para apresar a la guarnición, aún dormida, del cuartel Moncada, compuesta por unos 3000 soldados; pero la presencia inesperada de una posta cosaca, de recorrido por las afueras del propio cuartel, hace que se pierda y se generaliza el tiroteo.
Fidel, en entrevista que le hiciera el periodista Ignacio Ramonet, rememoraba aquellos instantes de la siguiente manera: «En aquellas adversas e inesperadas circunstancias, el resto de nuestra gente mostraba notable tenacidad y valentía. Se produjeron heroicas iniciativas individuales, pero ya no había forma de superar la situación creada».
Quince minutos después se produce la retirada. Abel y su gente, que desconocen la orden, continúan combatiendo, sin tiempo luego para replegarse.
La orgía de sangre comenzó pronto. La orden del tirano Batista, llegada en avión desde La Habana, por intermedio del general Díaz Tamayo, fue estricta: «Matar a diez asaltantes por cada soldado caído en combate».
El primero en ser asesinado fue el doctor Mario Muñoz Monroy, que ese día, precisamente, cumplía 41 años. Luego, la lista se iría incrementando hasta llegar a 70, incluido Abel, el segundo y alma del Movimiento.
De los villaclareños, sobrevive Haydée, la Heroína del Moncada, sentenciada, junto a Melba Hernández, a seis meses de prisión en la cárcel de mujeres en Guanajay. También, el luego traidor a la causa, Gustavo Arcos Bergnes.
Fidel intenta llegar a la Sierra Maestra para continuar la lucha, pero fue apresado en sus estribaciones. Sólo la dignidad del teniente Pedro Sarría Tartabul hizo que no fuera asesinado, pues, como les dijo el pundonoroso militar a los captores, encabezados por el comandante Pérez Chaumont: «Las ideas no se matan, no se matan».
El Moncada fue un fracaso militar, pero representó una victoria política. Marcó el reinicio de la lucha armada —iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868—, y dio a conocer el programa de la Revolución en su última etapa: La historia me absolverá.
Fue la chispa que marcó la continuidad, el motor pequeño que echó a andar el grande del pueblo.
Y como se afirmara en el Informe central al Primer Congreso del Partido, en 1975: «El asalto al cuartel Moncada no significó el triunfo de la Revolución en ese instante; pero señaló el camino y trazó un programa de liberación nacional que abriría a nuestra patria las puertas al socialismo. Sin el Moncada no habría existido el Granma, la lucha de la Sierra Maestra y la victoria extraordinaria del Primero de Enero de 1959».
Han pasado 70 años de aquellos acontecimientos que marcaron un antes y un después en la historia patria. La Revolución cumplió lo prometido por aquellos jóvenes de la Generación del Centenario que se inmolaron por una Cuba mejor, y la memoria de esos héroes se impregnó en la mente de las nuevas generaciones, que vieron en Abel, Elpidio Sosa, Pablo Agüero Guedes, Osvaldo Socarrás, Roberto Mederos y la propia Haydée, por sólo mencionar a los villaclareños, paradigmas a seguir en una sociedad mejor y más equitativa.
Hoy, estos hechos pretenden tergiversarse y la guerra mediática de cuarta generación nos quiere vender una Cuba que nunca existió, al menos para la mayoría. Esa Cuba idílica de luces de neón que obviaba aquellos barrios insalubres de Las Yaguas, en La Habana, y tantos otros en distintos lugares del país. Tampoco tienen en cuenta los logros innegables de una obra que sacó de la ignorancia a millones, y dio empleo y mejores condiciones de vida a la inmensa mayoría de los cubanos.
El Moncada fue ayer, pero también es hoy y será mañana. En la concepción revolucionaria es un hito. Como le dijera Fidel a Ramonet en sus Cien horas, al referirse al revés de militar del 26 de julio de 1953: «No me iba a entregar ni a rendir, o algo parecido, no tenía ni sentido, no ya porque te fueran a matar, sino porque la idea de rendirse no cabía dentro de nuestra concepción».