¡Qué gloriosa jornada aquella en la que, bajo el sol impetuoso de las diez del día, un grito de guerra anunció la primera alborada de la libertad en Cuba! Era el 10 de octubre de 1868.
¡Qué sublime mañana aquella en la que un ingenio azucarero sirvió de sitio redentor para romper por vez primera con las cadenas de la esclavitud, otorgarles a los negros su genuina condición de ciudadanos y darles un lugar en la futura contienda independentista! Era La Demajagua aquel lugar.
¡Qué extraordinario valor el de aquel hombre insigne que decidió cambiar sus lujos de cuna por la emancipación de los cubanos, logrando unir –como no había ocurrido jamás en la historia de la Isla– a blancos y negros, a ricos y humildes, en el ideal inquebrantable de luchar por una tierra sin amo! Era Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador.
Fue así como, acompañados por el vibrante repique de una campana, un estandarte propio cosido a mano y un Manifiesto memorable, unos 500 hombres liderados por Céspedes fraguaron el «despertar» de una nación, hasta entonces oprimida por el látigo de la metrópolis española.
«…¡Gracias a Dios que al fin, con entereza,/ rompe Cuba el dogal que la oprimía/ y altiva y libre yergue su cabeza!», escribiría conmovido, tiempo después, Martí, en su soneto ¡10 de octubre!
Hoy, a 155 años de aquel amanecer fundacional, la Patria agradecida honra la fecha. (Mailenys Oliva Ferrales)