Martí maestro. Martí poeta. Martí periodista. Martí patriota. Martí, ala y raíz. Martí, luz y vida. Martí es palma, bandera, colibrí, cielo azul.
Ningún cubano ha penetrado tan hondo en el alma de la Patria. Ninguno fue tan universal, y ninguno lo supera en amor.
Nació un 28 de enero de 1853. Único hijo varón de Don Mariano y Doña Leonor, hizo de la independencia de Cuba su sentido de vida y, por ella, murió de cara al sol, aquel luctuoso 19 de mayo de 1895, con apenas 42 años de edad.
De niño, en el Hanábana, vio los horrores de la esclavitud y ante el esclavo muerto, colgado en el ceibo del monte, juró lavar con su sangre el crimen: « Un niño lo vio: tembló. De pasión por los que gimen; Y, al pie del muerto, juró. ¡Lavar con su sangre el crimen!»
Sin cumplir aún los 16 años de edad, escribió el poema épico Abdala, en enero de 1869, cuando ya se luchaba en los campos del oriente cubano: «Que me sigan espero los valientes/Nobles caudillos que el valor realza/¡Y si insulta a los libres un tirano/Veremos en el campo de batalla!/En la Nubia nacidos, por la Nubia/Morir sabremos: hijos de la patria»
Días antes, en ese propio primer mes de 1869, el imberbe joven José Martí había definido su posición política en el único número del Diablo Cojuelo, al resolver, a favor de Carlos Manuel de Céspedes, la disyuntiva del Yara cubano, o el Madrid, de los españoles: «¡O Yara o Madrid!», escribiría.
Sufrió con 17 años los horrores del Presidio Político: «Mírame, madre y por tu amor no llores: Si esclavo de mi edad y mis doctrinas/Tu mártir corazón llené de espinas/Piensa que nacen entre espinas flores», fue la dedicatoria de la fotografía que le regalase a Doña Leonor, en aquellos meses de infinito dolor.
De allí saldría con llagas en su carne —por las que sufriría toda la vida—, y heridas en el alma: «España no puede ser libre. España tiene todavía mucha sangre en la frente», escribiría en su obra El Presidio Político en Cuba.
Desterrado a España, descubrió el amor por la bella Rosario de la Peña. Fue a ver bailar a la famosa bailarina española y no pudo pasar, «Porque si está la bandera/ No sé, yo no puedo entrar».
De España partió a México; donde ejerció el periodismo, y de ahí a Guatemala, pueblo que «Lo hizo maestro, que es hacerlo creador», luego marcha a Venezuela, y antes de quitarse el polvo del camino va desde el puerto La Guaira hasta Caracas para rendirle homenaje al Libertador de América, al gran Simón Bolívar.
Vivió en los Estados Unidos desde 1880 hasta salir para luchar por Cuba, en 1895. Fueron 15 años de intensa creación literaria, poética y, sobre todo, revolucionaria. Publica La Edad de Oro, sus Versos Sencillos, pronuncia los famosos discursos por el 10 de octubre, participa en el Plan Gómez-Maceo, de 1884, y funda, en 1892, el Partido Revolucionario Cubano y el periódico Patria.
Sufre el dolor de ser apartado de su hijo José Julián, su Ismaelillo; también padece por la incomprensión de los hombres. No descansa. No habla de sí, pero tampoco rehúye de sus deberes con la Patria.
En carta a Enrique Collazo, a propósito de ser ofendido de manera pública, escribe: «Defiéndeme mi vida. Sé que ha sido útil y meritoria, y lo puedo afirmar sin arrogancia, porque es deber de todo hombre trabajar porque su vida lo sea. Jamás preferí mi bienestar a mi obligación»
El 11 de abril de 1895 desembarca por Playitas de Cajobabo. Es ascendido por Máximo Gómez al grado de mayor general del Ejército Libertador. En el campamento mambí lo aclaman como presidente, y así se le reconoce en cada lugar, aún sin serlo, pues la vida no le alcanzó para ello: «Un detalle. Presidente me han llamado, desde mi entrada al campo, las fuerzas todas, a pesar de mi pública repulsa, y a cada lugar que llego, el respeto renace (…)»
Sube lomas, que hermana hombres. No se rinde al cansancio: «Cariñosas las estrellas a las 3 de la madrugada. A las 5, abiertos los ojos, Colt al costado, machete al cinto, espuela a la alpargata, y a caballo».
Muere de cara al sol en Dos Ríos. Deja una Revolución inconclusa, que luego sería frustrada.
Máximo Gómez, al conocer de su caída en combate, escribió en su Diario de Campaña: «Ya nos falta el mejor de los compañeros y el alma pudiéramos decir del levantamiento».
Fidel lo catalogó como el más genial y universal de los políticos cubanos. Cintio Vitier, ese otro gran martiano, lo consideró «revolucionario de cuerpo entero en cuanto a maestro de eticidad, poeta, orador, ideólogo, organizador de la “guerra necesaria” y combatiente».
Hace 171 años vino al mundo ese hombre luz. Cuba lo recuerda, y en su simbolismo, renace cada 28 de enero con la Parada Martiana, donde miles de niños y niñas se visten de Meñique, de Pilar, del Señor Don Pomposo, del Gigante, y hasta del propio Martí para recordar al hombre de La Edad de Oro, al Apóstol de la Independencia, al Héroe Nacional Cubano.