Emprender un camino, conscientes de lo que implica transitarlo, es necesariamente el primer paso, sobre todo si ese camino implica en alta medida vocación de servir, sentido del deber, disposición al sacrificio, pensar primero en los otros.
Quienes, a sabiendas de tamañas exigencias, deciden seguir andando, abrazar la senda que no admite flaquezas, y disponerse a la entrega, son indudablemente admirables seres humanos. No todo el mundo está dispuesto a suscribir ese contrato inviolable con la transparencia, el honor y el humanismo.
Descansa en esa decisión ese principio de la ética martiana, de que la Patria sea ara y no pedestal, de que, por ella, por su libertad, por la felicidad de sus hijos, sea posible entregar cada esfuerzo, incluso hasta la vida.
Es hermoso y reconfortante saber que, desde la sencillez del anonimato, se alza la grandeza del heroísmo diario, del desvelo desinteresado, del vivir insomne para preservar otros sueños. La certeza de la paz para el presente y el futuro tiene en esos hombres y mujeres un puntal incorruptible, una fuerza que hace por el pueblo porque es pueblo y, como tal, no admite distancias absurdas en las que medien la represión y el abuso.
Hoy nos tomamos un instante para honrarlos, para decirles gracias, para devolverles con admiración sincera el desvelo cotidiano. Lo hacemos porque aprendimos hace mucho el valor de ser agradecidos, pero, sobre todo, porque estamos seguros de que lo merecen.
No hay mentira que empañe su prestigio, porque la verdad no puede ser corrompida. Cuba sabe bien la valía de sus combatientes del Ministerio del Interior y, por eso, los contempla orgullosa, en cada espacio donde su dignidad se hace presente, donde su existencia se interpone sin miramientos a los enemigos.
No espera reconocimiento alguno quien se sabe portador de un deber y lo cumple cabalmente, con intacta fidelidad a toda la gloria que le ha antecedido. Eso los hace aún más admirables; pero este pueblo no podría perdonarse el olvido, la insensatez, de guardarse un abrazo sincero para ellos; porque eso hacen los pueblos sabios y justos, abrazar, desde la calidez del respeto, a sus más ejemplares y valiosos hijos. (Leidys María Labrador Herrera)