Maceo y Che: Soldados de la libertad

Una fecha los une: Maceo y Che, arcángeles de la libertad, nacieron el 14 de junio con la misión de salvaguardar un país, en momentos en que Cuba gemía conturbada de dolor. 

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Antonio Maceo y Ernesto Che Guevara.
(Ilustración: Adalberto Linares)
Claudia Yera Jaime
Claudia Yera Jaime
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13 Junio 2024

Escribió Herminio Almendros: «A los países les nacen hijos que sobresalen por su trabajo y por su talento, y les nacen otros que llevan en sí todas las virtudes y las nobles ansias de sus pueblos. En tiempos decisivos de su historia, todas las patrias han dado hombres que se han puesto al frente de sus pueblos en su lucha por la libertad». Y la patria nuestra, de vientre generoso y profético procreó, en grandes brotes, a gigantescos seres, con la ardua y espinosa tarea de entregarse dichosos.

El 14 de junio de 1845, Antonio Maceo nació con designio de héroe, destinado a la gloria, provisto, en su espíritu encendido, de la pasión de crear una Cuba nueva. «La patria, ante todo; tu vida entera es el mejor ejemplo; continuar es deber, retroceder vergüenza oprobiosa. ¡Adelante, pues; para el terruño, la gloria de sacrificarlo todo!», escribió a su esposa, María Cabrales, el 27 de marzo de 1895.

A ella también dedicó: «[…] te abandono por nuestra patria […]. El deber me manda sacudir el yugo que la oprime y la veja, y tu amor de esposa fiel y purísima, me induce a su redención». Se pierden en las epístolas las fronteras entre el amor y el deber, palabras, dibujadas a latidos, nos presentan a próceres de carne y hueso, con conflictos, afanes, y el mismo sueño: la independencia.

Y el guerrero intachable y líder indiscutido, el héroe de cafetal Indiana y Las Guásimas se yergue humano, aunque parezca inmortal e iluminado, poseído de la dignidad para responder a Vicente García, ante el llamado para incorporarse a la sedición de Santa Rita: «Al mismo tiempo indignación y desprecio me produce su invitación al desorden y la desobediencia de mis superiores, rogándole se abstenga en lo sucesivo de proponerme asuntos tan degradantes, que solo son propios de hombres que no conocen los intereses patrios y personales».

Porque el Titán de Bronce, intransigente, salvaría siempre el honor, el prestigio de los suyos, porque machete faltaba por dar, porque lo reclamaban Ceja del Negro, Cacarajícara, Las Taironas, la invasión. Porque su ideario independentista, republicano, antimperialista, latinoamericanista y antirracista sería cumbrera.

Su muerte hizo escribir a Máximo Gómez, en la carta de pésame a la amada señora Cabrales: «[...] con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y bravo de mis amigos y pierde en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa de la revolución [...] ha muerto el General A. Maceo en el apogeo de una gloria que jamás hombre alguno alcanzó sobre la tierra [...]». Y lloró una Isla.

Otro 14 de junio, 83 años después, en 1928, Latinoamérica, la matria grande pujaba, en Rosario, Argentina, otro protagonista de las grandes hazañas, otro patriota singular e indoblegable: Ernesto Guevara nacía cual Maceo, con lealtad indisoluble, principios morales, rectitud en las ideas, en la disciplina y el honor.

«Vámonos, ardiente profeta de la aurora, por recónditos senderos inalámbricos a liberar el verde caimán que tanto amas [...]». Cantó a Fidel, en muestra de ferviente admiración, cuando desde el Granma, sobre las olas, se organizaba la acción. Y de médico pasó a guerrillero, Alegría de Pio así lo impuso, para suerte de un país.

En agosto de 1958 es nombrado comandante de la Columna N.º 8 y parte desde La Sierra en su acción grandiosa. Tal vez la más arriesgada, la de conducir a un grupo de combatientes hacia el centro de la isla, con el objetivo de abrir frentes guerrilleros en esa zona y acelerar la caída de la dictadura. Y heroico libera a Santa Clara, su ciudad, su templo y la Revolución triunfó.

«Siento que he cumplido la parte de mi deber que me ataba a la Revolución Cubana en su territorio y me despido de ti, de los compañeros, de tu pueblo, que es ya mío [...]. Otras tierras del mundo reclaman el concurso de mis modestos esfuerzos», legó el Che en la misiva de despedida, con la esencia misma de su incuestionable verdad histórica.

Con sus ojos abiertos, a América tenía en su camino; mas, en la Quebrada del Yuro, fue su último combate. Che, «todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una creación única; te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo; todos veríamos así que ese hombre nuevo es una realidad, porque existe, eres tú», escribió Haydée Santamaría, en carta póstuma.

En nuestros héroes yace la combinación justa del deber y la razón, la pasión por el ideal de la libertad de la patria. Maceo y Che, arcángeles de la libertad, nacieron con la misión de salvaguardar un país, en momentos en que Cuba gemía conturbada de dolor. A ellos la gloria, la ofrenda, el cultivo de su estirpe moral y fuerza, la lucha constante por la soberanía.

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