«Sin cultura no hay libertad posible», expresó en octubre de 2002, en la inauguración del xviii Festival Internacional de Ballet de La Habana, y fue esta la frase que caracterizó su pensamiento desde los primeros días de la Revolución, que ha tenido como pilar el desarrollo de la cultura nacional en su más amplio concepto.
No resulta casual que, a tan solo tres meses de aquel triunfo, en 1959, Fidel, ejerciendo como Primer Ministro en ese entonces, firmara la Ley 169, que constituía oficialmente el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) que, posteriormente, y hasta nuestros días, figura como un faro del cine latinoamericano.
Solo un mes después, otra institución insigne del continente se inauguraba, con la idea del Comandante. La Casa de las Américas fue la luz en la tempestad de un momento histórico convulso, reunió bajo su sombra lo más respetado de la intelectualidad del área y del mundo, al servir de lazo, no solo entre la nación caribeña y el exterior, sino entre los autores de muchos otros países que no encontraron otra vía que la cultura para relacionarse.
Su compromiso con la cultura no dejó ninguna arista carente de atención en el campo de las artes; así lo ratifican las anécdotas, como la de su visita a la casa de los Alonso, poco tiempo después de la victoria revolucionaria, acompañado por Antonio Núñez Jiménez. En aquella ocasión, prometió a Fernando y Alicia que trabajaría para reorganizar la compañía danzaria, algo que, indudablemente, solo tardó seis meses en cumplirse. Sin embargo, no terminó ahí su labor por desarrollar el ballet en la Isla, ya que en 1960 se hacía realidad, gracias a la iniciativa del líder, la Ley 812, que reconocía el valor histórico de la danza en el itinerario cultural del pueblo, y garantizaba su sustento económico por parte del gobierno.
Quizá, entre todas las instituciones vinculadas al sector artístico que se vieron realizadas gracias al imaginario del Comandante en Jefe, una de las más trascendentales fue la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) que, como su nombre indica, agrupó a todos los intelectuales de la Patria en función de un bien común: el progreso de la cultura cubana y la defensa de sus intereses, legado que se defiende hasta nuestros días.
Cientos de otros proyectos a lo largo y ancho del país, entre ellos la fundación de la Imprenta Nacional y el Instituto Cubano del Libro, nacieron en el pensamiento de Fidel, y terminaron convirtiéndose en el sostén de toda una idiosincrasia que luchaba por mantenerse y ampliarse en medio de una sociedad cambiante.
Las escuelas de arte, la Asociación Hermanos Saíz, las brigadas José Martí de Instructores de Arte, eventos, festivales, simposios, nada quedó fuera del alcance del líder que, poco a poco, construyó un sistema de cultura que alcanzó hasta los más estrechos rincones del verde caimán, y que se alza como uno de los más equitativos, organizados y diversos del continente.
«Al pueblo no le decimos cree, le decimos lee», dijo, y dedicó su vida a cumplir con estas palabras, regalando a toda una nación las armas intelectuales con las que defenderíamos siempre la soberanía y el gran honor que resulta ser cubano.(Laura Ortega Gámez)