«Pálido y lánguido, y con una espesa barba canosa, el célebre prohombre de la revolución de Bayamo conserva todavía en su rostro, a pesar de sus profundas dolencias, ocasionadas sin duda por las privaciones y penalidades que ha debido experimentar en la vida accidentada de los campamentos, facciones distinguidas. Frente elevada y ancha, nariz aguileña, mirada penetrante e inteligente, elevada estatura; todo demuestra en el jefe insurrecto que era persona importante antes y después de la revolución de Yara».
Así describía, el 1ro. de septiembre de 1870, el periódico independentista El Demócrata, editado en Nueva York, las últimas horas de vida del autor del Himno Nacional, antes de ser fusilado por un pelotón de tiradores españoles, el 17 de agosto de 1870, en Santiago de Cuba.
Allí, previo a la ruin descarga que apagaría sin honra su épica existencia, Pedro Felipe Figueredo Cisneros (nuestro Perucho), aunque apenas podía permanecer erguido y menos caminar, agobiado por las úlceras en sus pies, mantendría erguida la moral del patriota cabal que fue hasta su última frase, cuando alcanzó a exclamar: «Morir por la patria es vivir».
Era ese el epitafio que mejor retrataba la leyenda cierta de aquel abogado, músico, literato y mambí, cuya estirpe estaba ya inmortalizada, desde el 20 de octubre de 1868, en una marcha guerrera que simbolizaría para todos los tiempos el espíritu soberano de un país.
Pero el autor de La Bayamesa, nuestro himno patrio también se había ganado con justeza el título de redentor y padre fundador de la nación cubana, al encabezar, junto a su entrañable amigo Carlos Manuel de Céspedes y otros honorables patricios, la primera gesta independentista en Cuba.
Mayor General del Ejército Libertador y Secretario de la Guerra, el «gallito bayamés», como lo apodaron, además, desde el cariño y el respeto, nos legó la estirpe de un hombre sublime en quien convergieron, armoniosamente, la cultura, el patriotismo y el sacrificio mayor por la libertad de su tierra.
No en balde, al evocarlo con hondura, nuestro José Martí diría que, de la mano de un himno y un ejemplo, Perucho «alzó el decoro dormido en los pechos de los hombres». (Mailenys Oliva Ferrales)