Dicen que, ante la inesperada noticia, un estruendo, muy parecido al que provoca la caída de un enorme árbol en medio del monte, estremeció a toda la Sierra. Y que también una blanca paloma levantó apacible vuelo.

No puedo imaginar de otro modo el instante en que, para seguir con los ojos tan abiertos como siempre, se cerraron los párpados del general de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín.
Si ahora me estoy desprendiendo las líneas que pudieran también escribir cientos, miles de soldados, oficiales, trabajadores civiles, milicianos, pobladores de la ciudad, del campo, de nuestro litoral…, no es –solamente– animado por ese respetable y respetuoso grado militar, o por su condición de Viceministro Primero de las far, o por los títulos de Héroe de la República de Cuba y del Trabajo.
Es su grandeza y sensibilidad humanas el (otro, entre tantos) motivo que me pone sobre el teclado; es ese hablar pausado, más bien bajo, como si te estuviera confesando algo muy íntimo, como si te estuviese ofreciendo un consejo de padre; es esa capacidad de escuchar no solo con atención, sino también atenta (cordial) mente.
Subordinado suyo durante varios años en territorio del Ejército Oriental, que tan acertadamente condujo durante más de un cuarto de siglo, no creo equivocarme al afirmar que, precisamente por esos atributos humanos –los de índole militar son obvios–, miles de combatientes y todo un pueblo sienten la pérdida física de Espinosa como la del ser querido que se nos va, rumbo a lo etéreo o a lo eterno, desde el mismo hogar donde vivimos.
Toda muerte conmueve. Cómo no va a conmover la de mi general: quien sin ser periodista tanto nos enseñó en los días de ajetreo en Combatiente, órgano del indómito mando; el que, sin ser fotógrafo, tantas imágenes envidiables nos propició captar; el que burló miles de veces las secuelas físicas de aquella potente mina que lanzó por el aire la btr en que viajaba, siempre al frente, en Cabinda, Angola; el que un tiempo después se ganó en Etiopía, también, el cariño de nuestros internacionalistas…

Claro que puedo recordarlo sudado, zancajeando los caminos y las obras ingenieras de montaña en todo Oriente, atando cabos de defensa con los marineros en Dos Bahías, afianzando terreno en la emblemática gran unidad ubicada en Baraguá, infundiendo ánimo y lecciones con su presencia entre pilotos y antiaéreos, o en la Brigada de la Frontera, frente con frente a los marines yanquis; recorriendo dispositivos permanentes en Camagüey y Las Tunas, poniendo helicópteros al servicio del rescate y salvamento de vidas humanas durante los violentos ciclones tropicales o en situación de intensas lluvias.
Tal vez ello conste, como norma o procedimiento, en manuales, reglamentos y documentos rectores del arte militar, pero Ramón Espinosa siempre le ponía «el extra de su congénita sencillez».
Puede traicionarme la memoria, pero creo recordar que, no por casualidad, hace muchos años, en una entrevista, la colega Soledad Cruz lo definió como «el general de la modestia».
Ramón Espinosa Martín, el Héroe de Cabinda y de Cuba entera, no se va. Continúa aquí. Y yo a su orden.