Hay dolores que no caducan, aun cuando ya no caminen sobre la faz de la Tierra quienes los hayan sentido en lo más hondo; porque si el sufrimiento irreparable de una madre o de un padre es siempre fuego quemante sobre la piel de toda alma buena, si conmueven la novia viuda, o las familias huérfanas de sus mejores hijos, la injusticia que arrebata vidas en flor es una mancha para todos los tiempos.
Cuando se piensa en el 27 de noviembre de 1871 de forma detenida, los 153 años transcurridos no impiden que el horror vuelva. Son entonces nuestros hermanos los ocho estudiantes de Medicina, fusilados por supuestamente profanar la tumba de un periodista español; como nuestra es la indignación y la tristeza que Martí canalizó en versos:
¡Cadáveres amados los que un día / Ensueños fuisteis de la Patria mía, /Arrojad, arrojad sobre mi frente / Polvo de vuestros huesos carcomidos! / ¡Tocad mi corazón con vuestras manos! / ¡Gemid a mis oídos!
Víctimas del odio y de la impotencia, en los cuerpos de Anacleto, Carlos Augusto, Eladio, Carlos Verdugo, Juan Pascual, Ángel, José y Alonso se intentaba asesinar un ideal. Su juventud, llena de promesas, representaba el futuro de una Cuba hecha por y para los cubanos, una Cuba independiente.
Pero lo que pretendía ser escarmiento y amenaza fue, en cambio, vergüenza para la mano ejecutora. Quedó inscrito el hecho como uno de los crímenes más terribles cometidos por el colonialismo español en la Isla; y la memoria de los muertos demostró que de la metrópoli nada podían esperar los cubanos dignos, ¡nada!
El camino era, por el contrario, la honra, esa de «los negros que, al decir de Pedro de la Hoz en estas mismas páginas, intentaron rescatarlos de la saña criminal de las huestes coloniales (...) cinco, al menos, en un forzado y perverso anonimato». Ellos también murieron en brazos de la Patria agradecida, y empezaron, con el morir, la vida.
El recuerdo y tributo a quienes cayeron bajo la irracionalidad y la barbarie no es un mero ejercicio de recordación histórica, sino el cumplimiento de un compromiso con la sangre inocente que ha abonado los anhelos más profundos de este pueblo. (Yeilén Delgado Calvo)