El séptimo día de diciembre marcó un hito para los cubanos desde el mismísimo año 1896, cuando proyectiles enemigos lograron lo que 26 heridas no habían podido en su cuerpo de bronce.
Ante Maceo, nunca verdaderamente muerto, se inclinaron generaciones enteras, a contrapelo de lo que la historia deparó tras la intervención estadounidense en una guerra ganada por las tropas mambisas y del tsunami político de gobiernos entreguistas que sobrevinieron después.
La fecha cobraría significado y dimensiones superiores aún en 1989 cuando, en coincidente fecha, Cuba y el mundo fueron testigos de una operación de cardíaco compás, denominada Tributo.
Había retornado no solo hasta el último combatiente fruto de la ayuda internacionalista pedida en 1976 por el presidente angolano, doctor Agostinho Neto, para salvar la independencia de aquella nación, sino también lo único que, como afirmó el General de Ejército Raúl Castro Ruz, traeríamos de Angola: la entrañable amistad que nos une a esa heroica nación, el agradecimiento de su pueblo y los restos mortales de nuestros hermanos caídos en el cumplimiento del deber.
Y fue precisamente El Cacahual, donde reposa, inmortal, Maceo, el sitio escogido para dar respetuoso recibimiento a los fallecidos en aquella nación africana durante tres lustros.
Cuba entera estuvo atenta ese día. Difícilmente una familia no haya despedido a alguien de su seno, rumbo a Angola. Solo quienes protagonizaron la epopeya y vieron caer, no al colega de trinchera, sino al hermano, pueden entender mejor la profundidad del dolor en hogares en los que quedaron vacíos mucho más que una cama, un balance o un viejo taburete.
Aun así, no fue ese primer Tributo expresión de desplome, pesimismo o arrepentimiento.
Como solo un padre sabe y puede hacerlo, Fidel recibió a los héroes. De alguna y de mil maneras, Maceo y su incondicional ayudante, el joven capitán Panchito Gómez Toro, observaban, escuchaban, desde la real dimensión en la que permanecen.
«Estos hombres y mujeres a los que hoy damos honrosa sepultura en la cálida tierra que los vio nacer, murieron por los más sagrados valores de nuestra historia y de nuestra Revolución… ¡Sabremos ser capaces de seguir su ejemplo! Para ellos: ¡Gloria eterna!», dijo el Comandante.
Desde entonces, cada 7 de diciembre, el verde caimán arquea cola y nariz para honrar en circular abrazo a los caídos.
Y dentro, nadie lo dude, hay un hombre de excepcional estatura, con ramas de olivo y de laurel encima de los mismos hombros con que sigue cargando a un país entero. (Pastor Batista Valdés)