10 de enero de 1929: «Bajaron a la calle con un café negro en el estómago, porque hoy el dinero se gastaría en el telegrama. (…) A veces, a través de la ventana, Tina lo veía alejarse, su cabeza ensombrerada, un punto negro que avanzaba sobre la banqueta, hasta que de pronto ya no tenía cabeza, ya no estaba, ya…».
Así narra la escritora y periodista Elena Poniatowska, en su novela Tinísima, el fin de la historia de amor, al menos en el plano físico, entre la Modotti y Julio Antonio Mella. Fue aquel el último día en la vida del revolucionario cubano de 25 años. Tina vio caer abatido a balazos a su compañero. «Muero por la Revolución», le dijo, agonizante.
El dolor de la mujer amada no estaba solo. En el propio México, y allá en Cuba, la Isla por la que Julio respiraba, su asesinato implicaba una triste y enardecida conmoción. Gerardo Machado, el dictador, aniquilado su temible adversario, no pudo frotarse por mucho tiempo las garras: Mella se erguiría, determinante, entre su generación, y las posteriores.
No renació héroe romántico, ni mártir frío, sino esperanza revolucionaria: detrás y hacia el futuro quedaban las ideas renovadoras, recogidas en sus artículos; y la fuerza de su acción, antimperialista, valiente, rebelde ante las supuestas disciplinas que inmovilizan.
«Aquel talento extraordinario, aquella vida fecunda», según Fidel, «bandera alentadora, ejemplar, victoriosa e invencible de la Revolución socialista» había fundado tres instituciones esenciales que llegan hasta hoy: el primer Partido Comunista de Cuba, la Federación Estudiantil Universitaria y la revista Alma Mater.
Como mejor se puede capturar las esencias, en versos, Nicolás Guillén expresó esa manera determinante en que Mella se asentó como símbolo de la juventud volcánica, transformadora; e imagen de luchador que, desde su luz, conmina para siempre:
Partió después con su profundo paso / y una canción que al porvenir advierte, / Mella hacia el mediodía sin ocaso. // Su derribada sangre es vino fuerte / alzad, alcemos en el rudo vaso / la sangre victoriosa de su muerte. (Yeilén Delgado Calvo)