En el vasto lienzo del tiempo, el 11 de enero de 1980 pintó el cielo de un gris melancólico, como lágrimas de la madre naturaleza despidiendo a una de sus hijas más queridas: Celia Sánchez Manduley, la flor más autóctona que, con apenas 59 años, había dejado un legado imborrable en la memoria colectiva.
Celia, la heroína de la Sierra y el llano, dejaba risas y abrazos en su estela. Su nombre poseía la frescura de la primavera y el cálido abrazo del sol: Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley.
Desde su niñez, Celia dio muestras de su valentía, carácter intrépido y jocoso. Detalles como el de pintar junto a sus hermanitas un caballo de la policía y soltarlo a la calle con carteles y adornos; esconderle al primo de su padre un par de zapatos tan ingeniosamente que no dio con ellos hasta pasado un año, o apropiarse de las fotos de varias jóvenes y enviarlas con intencionadas dedicatorias a hombres casados, figuran entre las travesuras de su infancia que generaron más de una revuelta en el pueblo.
Celia forjó un camino de amor y entrega. Tenía la capacidad de decir sí cuando otras personas habían dicho no, o, no puede ser. De la mano de su padre, el honorable médico Manuel Sánchez Silveira, aprendió a aliviar los dolores ajenos, y a ser faro de esperanza en medio de la adversidad.
Escaló el Pico Turquino, no solo para rendir homenaje a José Martí, erigiendo un busto en la cima en el año de su Centenario, sino para demostrar que la grandeza se encuentra en los actos más sencillos, en el amor por la patria y por su gente.
Del padre y de la madre heredaría esa devoción por el desamparado, haciéndole honor a su nombre; por eso no sorprendió cuando, a propósito de la celebración del Día de Reyes, en el depauperado poblado de Pilón, recaudara fondos mediante tómbolas, bailes y verbenas, para que cada niño del pueblo tuviera un juguete entre sus manos; ni cuando, con apoyo del padre y de los pobladores, promoviera la construcción de un parque, un rincón histórico y una escuela primaria.
La atención de su hogar, el control de los gastos y el suministro de víveres perfilaron en ella la capacidad de gestionar fondos y recursos para la lucha en el llano y en la Sierra.
Con su incorporación al Movimiento, en fecha tan temprana como el mes de julio de 1955, dejaría de ser solo la hija del doctor Sánchez Silveira. Su progenitor, en cambio, pasaría a ser conocido como el padre de Celia.
El subir y bajar de lomas y el cruce de ríos y arroyos fueron acerando, aún sin saberlo, el cuerpo y la voluntad de vencer escollos de la futura guerrillera que, posteriormente, se conocería la topografía de la Sierra Maestra como la palma de su mano.
Sobre los hombros engañosamente frágiles de la inquieta luchadora, recaería la responsabilidad de preparar las condiciones que pudieran garantizar el éxito de la nueva etapa de lucha, y quizá hasta la vida misma de Fidel y de los demás expedicionarios.
Cuando hablamos de ella, siempre tenemos la sensación de que algo falta por decir: era sencilla, gustaba del orden, de la decoración floral; sabía bordar, coser, hacer manualidades; tenía gracia para el baile, amaba la música, el mar, la naturaleza; odiaba los ratones; era pésima al volante, diestra con el fusil; tenía una letra irreverente, así que optó por escribir en molde; tejió redes campesinas, vistió de verde olivo y llenó tantos espacios que supo hacerse necesaria, vital.
En las primeras décadas después del triunfo revolucionario, se dedicó también a recoger y organizar toda la información referente a la lucha guerrillera, para conservar la memoria histórica. No era habanera, su corazón estaba en el Oriente, en los parajes de Media Luna, Manzanillo, Pilón. Aun así, ¡cuánto le debe La Habana!, el Coppelia, el Parque Lenin, la reforma del Palacio de Convenciones…
Celia fue luz en la senda de Fidel, una proyección suya en los pequeños detalles, un destello que hizo brillar cada rincón de la Revolución triunfante. Su amor por los niños huérfanos, su compromiso con los campesinos y su dedicación a los jóvenes y las mujeres la convirtieron en un pilar fundamental de la sociedad.
A 45 años de su muerte, su legado trasciende las páginas de los libros para inspirar generaciones con su entrega desinteresada, su amor por la Patria y su incansable lucha por la justicia.
Su espíritu intrépido y su corazón generoso continúan guiando a aquellos que buscan un mundo más justo y solidario.
Celia representa la fuerza y la ternura en su máxima expresión, recordándonos que, incluso en los tiempos más adversos, la luz del humanismo puede brillar con intensidad y guiar el camino hacia un futuro mejor. (Anaisis Hidalgo Rodríguez)