Todo juramento es, al mismo tiempo, un compromiso moral. Quien jura, sea cual sea el contexto, empeña palabra y actitud, a sabiendas de los obstáculos, de los retos a veces inmensos. Es por eso que lo verdaderamente difícil, y al mismo tiempo honorable, no es el acto de jurar en sí mismo, sino cumplir, cabalmente, con aquello que por libre y espontánea voluntad se ha jurado. (Leidys María Labrador Herrera)
El de hoy es uno de esos días en que recordamos un juramento excepcional, que no partió de una, sino de millones de decisiones individuales que, combinadas en nuestra sagrada conciencia de pueblo, suscribieron la voluntad colectiva de seguir sin desviaciones el camino elegido de la justicia, y de erigir al ideológico, como el principal campo de batalla.
Un acto bárbaro como pocos había desatado la indignación de este pueblo. El secuestro de un niño cubano, retenido contra su voluntad, separado de su padre y de su familia, utilizado burdamente como objeto de canje y prebendas por la mafia anticubana, por los acérrimos enemigos de la Revolución, puso en pie de lucha a la isla.
Las plazas de cada rincón del país se edificaron como tribunas abiertas, y el reclamo colectivo de ¡Liberen a Elián! fue, paralelamente, denuncia contra la Ley de Ajuste Cubano, estímulo para la salida ilegal de personas, y contra todas las maniobras, latentes siempre, para desestabilizar la nación.
En ese contexto, y bajo el liderazgo de Fidel, llegó el pueblo cubano, aquel 19 de febrero del año 2000, a la arboleda de Mangos de Baraguá. El simbolismo del lugar, en el que la intransigencia revolucionaria de Maceo salvó la honra del Ejército Libertador, sirvió de fuente inspiradora y de sabia nutricia para similar postura irreconciliable; esta vez ante un enemigo diferente, pero con el mismo principio de que la paz sin libertad no admitía negociaciones, y que las ofensas a la dignidad de este pueblo no pasarían jamás inadvertidas.
Causa común
Con la firmeza de aquel heroico líder mambí, y sabiéndose heredero y continuador de su vida en otro tiempo, alzó su voz Fidel aquel día glorioso. Muchas verdades quedaron claras entonces. «El combate por la devolución del niño cubano secuestrado se convirtió en el primer episodio de una lucha mucho más prolongada. (…) marca el punto en que se desata la gran batalla que tenemos por delante para poner fin a las causas que han dado origen a un hecho tan cruel y doloroso. ¿De qué valdría la simple devolución de este niño si mañana, pasado mañana, cualquier día de cualquier semana, cualquier mes o cualquier año, otro Elián, decenas de Elianes, cientos de Elianes, miles de Elianes, pueden desaparecer entre las aguas turbulentas?».
No olvidaremos jamás la causa que nos unió. Vivas están en la memoria –incluso de quienes aún siendo niños comprendimos el porqué de aquella lucha, y por primera vez nos sentimos parte de algo que nos sobrepasaba–, las imágenes de concentraciones multitudinarias, de un
Fidel firme bajo la lluvia intensa, con el pueblo junto a él. El de Elián, fue el pupitre vacío en cada aula cubana, y sus compañeros fuimos todos los niños de esta tierra.
Esa batalla incansable dio el mejor de los frutos. Aquel niño pueblo pudo crecer junto a su padre, pudo abrazar al artífice mayor de cada día de desvelo por su ausencia. Pero tal y como habíamos jurado, su regreso, no fue un fin, fue otro comienzo, y tras los meses en que nunca descansamos, comprendimos otra vez que, en la unidad, radicaba el cimiento de nuestra fuerza.
Juramento para hoy
Veinticinco años después, cada letra suscrita por el pueblo de Cuba en el Juramento de Baraguá sigue vigente, en tanto vigentes están aún el bloqueo, la campaña de descrédito contra la obra social que defendemos, el acoso a nuestras más jóvenes generaciones para que renuncien a su identidad, y con ella, al sentimiento de cubanía.
El contexto es adverso, no solo por la manera en que «los buenos vecinos» han arreciado sus hostilidades contra Cuba, sino por las diferencias descomunales que se vislumbran en nuestro mundo, por la inestabilidad de poderes, por la fragilidad extrema de la paz.
Convulsa es la realidad, y por ello, es mayor la determinación que nos acompaña. Sobreponernos, rehacernos, refundar con el esfuerzo compartido, sin perder esencias ni raíces, es una convicción que nos convoca, nos ocupa y nos fortalece.
Volviendo a aquel día memorable, comprendemos que las palabras dichas allí, bien pudieran haber sido redactadas hoy, porque son, más que líneas en papel, traducción de lo que somos, de los valores que nos distinguen, de nuestra manera de ser y de vivir. No es necesaria una excesiva abstracción para sentir la voz del Comandante diciendo, nuevamente:
«Cuba se descubre a sí misma, su geografía, su historia, sus inteligencias cultivadas, sus niños, sus jóvenes, sus maestros, sus médicos, sus profesionales, su enorme obra humana (…); confía más que nunca en sí misma; comprende su modesto pero fructífero y prometedor papel en el mundo de hoy. Sus armas invencibles son sus ideas revolucionarias, humanistas y universales».
El Juramento de Baraguá fue, y es todavía, la confirmación de que Cuba no ha concebido jamás la soberanía y el progreso si, como una vez nos alertó Martí, no contribuye en ese empeño también a la soberanía y al progreso de otros. Hemos llegado, incluso, a ser voz de quienes no la tienen, y eso muestra que nuestro juramento fue también una actitud asumida para con otros, los humildes, los desprotegidos.
A prueba seguimos, y lo sabemos, pero la renuncia no está escrita en nuestros genes. Como una vez lo hicieron en los días más complejos del reclamo por el retorno de Elián, vuelven a apostar al cansancio, a la asfixia, a presiones cada vez más inhumanas, «¡Que mal conocen a nuestro pueblo!».
Un juramento como aquel, que firmamos por amor y convicción, que abrazamos por herencia patriótica y sentido de la justicia, que conservamos intacto, por deber y compromiso con la historia, no será jamás la letra muerta que pueda pisotear un invasor.
Bien lo sabía aquel hombre inmenso: «nuestra lucha adoptará mil formas y estilos diferentes. Las masas estarán siempre listas; la transmisión del mensaje será permanente, las fuerzas y energías continuarán acumulándose y ahorrándose para cada minuto necesario o decisivo».
Si a estas alturas no lo han entendido, si aún se empeñan en la causa perdida, es por pura prepotencia y orgullo herido. Nuestro juramento fue otra prueba más de su fracaso, y lo hicimos desde Baraguá, porque con aquellos que amenacen la libertad de la Patria, ténganlo por seguro: «¡No nos entendemos!»