No faltó quien se sintiera sorprendido por la decisión de mantener, pese a los muchos escollos, la 33 edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, y su periplo por toda la Isla; así como la iniciativa de retomar la Biblioteca del Pueblo, con 70 títulos clásicos y ediciones de entre 3 000 y 5 000 ejemplares como promedio.
En un entorno de asedio reforzado y muchas carencias, no es posible desatender el criterio de quienes defienden que hay asuntos más urgentes para la nación; no obstante, ¿puede un proyecto social como el nuestro renunciar a la cultura y, en especial, al libro?
A la mente viene aquel magistral cuento de Onelio Jorge Cardoso, en el cual un hombre se acostaba boca abajo para escudriñar en el fondo del mar un caballo muy rojo como el coral, hecho para la imaginación y para echarlo a correr donde le placiera al pensamiento; y en medio de su «locura» buena contagiaba a otro, que ya no podría darles vueltas a las ideas sin pensar que el ser humano siempre tiene dos hambres:
–Todos tenemos necesidad de un caballo.
–Pero el pan lo necesitan más hombres.
–Y todos el caballo.
No se trata, ni en el caso del relato ni en el del mundo editorial cubano, de un mero duelo entre pragmatismo y utopía, sino de entender que no habrá destino mejor para todos y cada uno si se renuncia a cultivar el espíritu y sus sueños. Hay conquistas que deben preservarse con fervor.
Martí lo afirmaba, toda la fruta no termina en la cáscara y es de ignorantes creer que la poesía no es indispensable a los pueblos. Fidel nos dijo: «El Estado socialista debe editar libros no para ganar dinero, debe editar libros para beneficio del pueblo; y se beneficia al pueblo no solo con un tipo determinado de literatura, sino con una gran variedad de libros y con una política editorial que le permita a la población tener acceso a las mejores obras creadas por la inteligencia…».
Cuando surgió la Imprenta Nacional de Cuba, el 31 de marzo de 1959, había más deseos que condiciones reales: casi un año después fue que tuvo su primer taller. La tirada de 100 000 ejemplares de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, inauguró la Biblioteca del Pueblo y un camino de fe en la gente: no se le decía al pueblo que creyera, sino: ¡Lee!
Merece todas las celebraciones la fecha, en la cual se ha instituido el Día del Libro Cubano. Si bien nos es cotidiano, hay un valor tremendo –y poco frecuente en el mundo– en la amplia red de modestas librerías, con ejemplares a precios subsidiados; en la palabra impresa que llega a las escuelas, los hospitales, los centros penitenciarios y la montaña; en las sucesivas generaciones de lectores activos y, en consecuencia, de muy buenos escritores.
«Eso es lo que la Revolución hace: pone libros en manos del pueblo, no fomenta la ignorancia, porque la ignorancia la fomentaron siempre los grandes intereses. ¿Por qué? Porque pueblos ignorantes son pueblos que pueden ser fácilmente engañados, fácilmente explotados», aseguró Fidel.
No renunciar al libro como cosa de todos los días es un acto profundamente revolucionario. (Yailén Delgado Calvo)
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