.Precisar cuál es la más absurda de las innumerables medidas tomadas por EE. UU. contra Cuba en seis décadas resulta una tarea casi inabarcable.
Estos años de guerra económica, de terrorismo de Estado y de hostilidad permanente han dejado una inconmensurable cantidad de víctimas humanas y pérdidas materiales en la población cubana. La crueldad de esa política está harto documentada; así que no hay manera de que esa agresión sórdida y multifacética encuentre respaldo dentro de la Isla.
A pesar de lo anterior, hay una dimensión del daño que trasciende con creces las fronteras del archipiélago. Se trata nada menos que de imponer sanciones a Cuba y, en paralelo, a los directivos de gobiernos que hayan solicitado y gestionado servicios de la cooperación médica cubana.
Impresiona, por su cinismo, cómo alguien puede estar en contra de ese apoyo, de un gesto inmenso de nobleza y de solidaridad que ha contribuido a salvar millones de vidas en varios países del mundo.
Incluso a Estados Unidos se le ha ofrecido; por ejemplo, tras la devastación que provocara el huracán Katrina en la costa estadounidense del golfo de México, el mismo que alguien ha determinado renombrar.
Lo cierto es que, ante tamaña insensatez, sería bueno recordar algunos datos en contexto. Sí, porque para los pacientes atendidos en solidaridad por la Salud cubana, para esos gobernantes que facilitaron esa ayuda, quizá no haya nada más absurdo que la decisión de obstaculizar, de cortar, de sabotear los programas cubanos de colaboración médica internacional.
Si no era suficiente la naturaleza extraterritorial de las sanciones que Cuba sufre desde Estados Unidos, cortar la cooperación en la Salud, por definición es, quizá, la más extraterritorial de todas, la más internacionalizada y, por ende, la más repudiada a nivel de los pueblos y los gobiernos beneficiados.
Habría que preguntar, si fuera posible, qué piensan los más de 2 000 millones de pacientes atendidos, de ellos, millones salvados de morir, si se enteran de la felonía estadounidense.
Cómo reaccionarían si les dicen que los médicos cubanos son «esclavos»; esos mismos que, muchas veces de forma épica, por las exigentes condiciones en que suelen trabajar, les quitaron el dolor o salvaron a sus hijos u otros familiares, que asistieron al momento sublime del parto de una criatura, que les devolvieron la vista a unos cuantos, en un acto médico nombrado Milagro.
Y el problema es todavía mayor cuando se sabe que prácticamente en todo el orbe han estado estos héroes silenciosos, porque los habitantes de unos 160 países pueden dar fe de lo que aquí se dice; en América Latina y el Caribe, África, Asia, Oceanía, e incluso en países desarrollados de Europa.
No menos de 400 000 cooperantes se han ido con la mochila de la solidaridad a otros países, una cifra sin parangón que no solo demuestra el capital humano involucrado, sino que es resultado de una vocación de país, de un programa que tiene historia y continuidad, con ejemplos colosales a lo largo de seis décadas.
Siempre hubo un médico cubano contemplando la salida del sol en algún confín, en el momento en que uno de sus compatriotas se aprestaba a iniciar alguna guardia nocturna. Impresionante, desde cualquier perspectiva que se le vea.
Fueron cooperantes cubanos los que estuvieron en primera fila cuando la epidemia devastadora del ébola en África; cuando recuperaron la vista unos cuatro millones de enfermos de catarata y otros males oftalmológicos, gracias a la Operación Milagro.
Profesionales de batas blancas fueron de los primeros en llegar al lejanísimo Pakistán, luego de un terremoto tremendo; o los que han atendido a poblaciones enteras en la selva del Amazonas o en la profunda ruralidad centroamericana, o a orillas de la hermosa playa Natadola Beach, en la remota ínsula de Fiji.
¿Qué decir del Contingente Henry Reeve, especializado en situaciones de desastres y graves epidemias, que debe su nombre a aquel soldado nacido en Estados Unidos, que dio su vida por la independencia cubana? Viéndolo desde otro ángulo, es probable que el propio nombre, expresión quizá del espíritu que habita el verdadero pueblo estadounidense, sea una de las causas de tanta irritación en lo peor de la claque anticubana de Miami/Washington.
Ese contingente, ya se sabe, puso el pecho en no menos de 56 países en los cuales la pandemia de la COVID-19 acumulaba fallecidos por insuficiente atención médica.
Así llegó a ciudadanos italianos, franceses, portugueses y también a los británicos vacacionistas de un crucero en el Caribe que, con enfermos a bordo, solo fue recibido en puerto cubano, en La Habana, para ponerlos a salvo. Es la misma ciudad que el Gobierno de Estados Unidos prohíbe a sus cruceros como destino.
Las medidas contra la cooperación médica cubana también resultan absurdas para cientos de expertos y funcionarios de la OPS o la OMS, que han calificado la experiencia de la Isla como única, sin parangón en la historia de la colaboración internacional.
Por tales criterios, el Contingente Henry Reeve recibió en 2017 el prestigioso Premio de Salud Pública en Memoria del Dr. Lee Jong-wook, de la OMS.
Igualmente, el Consejo Mundial por la Paz registró, de manera formal, la candidatura del Contingente al Premio Nobel de la Paz para 2021.
La falta de respaldo a la política de descrédito de la cooperación médica de Cuba con el mundo es una certeza, por grandes que sean los mecanismos de presión que se ensayen.
Ahí están, fresquecitas, las firmes posiciones de líderes caribeños como los de Bahamas, San Vicente y las Granadinas, Guyana, Santa Lucía, y otros hermanos de la región; el más reciente, Jamaica, cuyo Primer Ministro rebatió, en la mismísima nariz de Marco Rubio, la insolente afirmación del Secretario de Estado, que calificó de atroz el ejercicio internacional de la Medicina cubana.
Es presumible que esta falta de respaldo no sea de interés de los gobernantes estadounidenses, pero los pueblos, los millones de beneficiados sí tienen claro que esto es indefendible desde cualquier perspectiva, desde cualquier credo religioso o postura ideológica.
Seguramente coinciden con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, cuando dijo que «la Medicina no puede ser un negocio; es un derecho humano».
Y así lo afirmó también: «la medicina será una de las armas más poderosas para construir un mundo mejor». (Francisco Delgado Rodríguez)