«Estaba Guáimaro más que nunca hermosa. Era el pueblo señorial como familia en fiesta. Venían el Oriente, y el Centro, y las Villas al abrazo de los fundadores», así describió Martí esos días de encuentro, por Cuba libre e independiente.
Pareciera imposible, si no se tratara de hombres con una dignidad humana suprema, que, en medio de una guerra, en la que casi todo vale, se detuvieran a organizar un país, a forjar una república nueva. Eso los hizo únicos, ese afán de ordenar jurídicamente lo que estaba sucediendo en los campos cubanos.
De la Asamblea nació una Constitución de 29 artículos, inspirada en la doctrina de la división de poderes de Montesquieu. A Ignacio Agramonte y a Antonio Zambrana, la sesión previa les había ya encargado su redacción, y los cubanos tuvimos ley de leyes desde el mismo 10 de abril.
Si fue la correcta o no, al final la historia y la experiencia lo demostraron, pero lo más importante fue que, en Guáimaro, se luchó por la unidad, esa que después costó la guerra y tantos años de lucha; esa que hay que defender, aun en nuestros días, sin que sea servidumbre de opinión, como nos enseñó nuestro Héroe Nacional.
Era tanto el deseo y la decisión de ser independientes que esa primera Carta Magna no tiene un preámbulo o artículo que comience declarándola: ¡ya se sentían libres! Bastó poner algo que nos debían y nos debíamos: República de Cuba. ¡Cuánta dignidad encierra desde entonces ese nombre!
El deseo de proteger derechos y libertades, el temor al caudillismo, los llevó a asumir una forma de gobierno que entorpeció la guerra. En lugar de forjar un ejército, crearon órganos que lo limitaron. Al final de la guerra, cuando ya las fuerzas no eran las mismas y ya no estaban muchos de los iniciadores, eso costó muchísimo.
El 11 de abril de 1869, Céspedes seguía teniendo claro que lo más importante era la unidad en torno a Cuba, por eso hasta su bandera cedió. Aquella que había iniciado el camino el 10 de octubre se fijaría en la sala de sesiones de la Cámara de Representantes, como un tesoro de la República. Para no olvidar jamás. Por eso todavía preside las sesiones de nuestra Asamblea Nacional, porque el camino de la Revolución ha sido uno desde aquel octubre en La Demajagua.
«Cubanos: con vuestro heroísmo cuento para consumar la independencia. Con vuestra virtud para consolidar la República. Contad vosotros con mi abnegación».Esas fueron las palabras del Padre de la Patria al asumir la presidencia de aquella República naciente, palabras a las que fue leal hasta el último minuto de su vida.
En aquella sesión no podía faltar el criterio de la mujer cubana. Una república nueva no podía arrastrar las mismas discriminaciones coloniales. Fue por eso que en voz de Ignacio Agramonte, se sintió el mensaje de quienes hasta ese momento estaban relegadas a segundas posiciones. Ana Betancourt pedía al cuerpo legislativo que la nueva república que surgía reconociera los derechos de la mujer cubana y solicitaba, además, un puesto en la contienda por la independencia.
Como dijera Martí, «El 10 de Abril, hubo en Guáimaro junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente». Unir siempre ha sido la clave para este único proceso que se construye en Cuba. No es casual que se nos intente sembrar la división, crear «parcelas de pensamiento», apostar al individualismo por encima del interés colectivo. Bien saben nuestros enemigos, y aquellos que se hacen pasar por amigos para desunirnos, que el día que lo logren nos acaban como pueblo.
Hoy, como entonces, se impone mantener la unidad que se consolidó en tantos años de aciertos y tropiezos, y encauzar los esfuerzos de nuestro pueblo hacia ese socialismo, próspero y sostenible que, ya está demostrado, es la única manera de que la independencia siga siendo ley en Cuba. ( Jorge Enrique Jerez Belisario)