La doctora María del Carmen Ariet García y el doctor Jorge González Pérez fueron los anfitriones del coloquio El regreso, 20 años después, realizado esta semana en la sede provincial del Partido. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Osmaira González Consuegra y Lisandra Borges Pérez (estudiante de Periodismo)
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28 Junio 2017
28 Junio 2017
hace 7 años
Eran las 9:00 a.m. del 28 de junio de 1997. Bajo el frío boliviano, el doctor Jorge González Pérez entonces director del Instituto de Medicina Legal de Cuba divisó las primeras osamentas, gracias a las indagaciones históricas de la doctora María del Carmen Ariet García, coordinadora científica del Centro de Estudios Ernesto Che Guevara.
La noticia conmocionó al mundo. A 30 años de su muerte, el cadáver del Che aparecía en una fosa común en Vallegrande, Bolivia.
Veinte años después de ese acontecimiento, dos de sus prota gonistas llegaron a Santa Clara pa ra rememorar aquellas jornadas de búsqueda: la investigadora María del Carmen, todavía en el centro de estudios guevarianos, y el doctor Jorge, actualmente al frente de la Docencia Médica en el Ministerio de Salud Pública de Cuba.
Para ambos, el resultado final significó un gran esfuerzo y la satisfacción de cumplir un deber revolucionario y humanista que asumieron de conjunto con un grupo de expertos cubanos y argentinos.
La investigación
La doctora Ariet era la única mujer. Ella, el doctor González, jefe del equipo; el forense Héctor Soto Izquierdo y el arqueólogo Roberto Rodríguez fueron testigos excepcionales de la búsqueda, descubrimiento y exhumación de los restos.
«No hay dudas de que la ciencia fue la protagonista anónima del hallazgo de la fosa », explica ella.
«Después de año y medio de investigaciones y esfuerzo de mu chas personas, se develó un misterio de tres décadas. Nuestro compromiso y responsabilidad ad quiría relieves insospechados en la medida que se avanzaba y se ampliaban las expectativas. Se acrecentaba un sentimiento de admiración, incluso de devoción, que se conjugaba con una especie de deuda hasta ese momento ante hombres que dieron su vida por ideas muy nobles.
«Todo se unía: el medio tan agreste, los sucesos acaecidos como expresión de brutalidad y ensañamiento, nuestro honor por haber sido seleccionados para participar en un hecho que devendría histórico… y ello hizo que experimentáramos una mezcla de deber y de orgullo difícil de borrar », recordaba la doctora ante los asistentes al coloquio El regreso, viente años después, efectuado esta semana en la sede provincial del Partido.
Su papel como investigadora se centró, en una primera fase, en buscar datos in situ de los acontecimientos históricos llevados a cabo por la acción de la guerrilla, para después aproximar los posibles lugares de búsqueda.
En total fueron 36 los guerrilleros caídos; de ellos, 23 estaban enterrados en Vallegrande y 13 en otras zonas. El propósito, desde el principio, era encontrarlos a todos.
Desde el 21 de noviembre de 1995, una noticia provocó revuelo internacional: el general retirado Mario Vargas Salinas participante en la lucha antiguerrillera afirmó que el cadáver del Che estaba enterrado en la pista de Vallegrande.
Vargas Salinas le había revelado al periodista norteamericano Jon Lee Anderson el lugar donde se encontraban los cuerpos del Guerrillero Heroico y seis de sus compañeros.
La información publicada en The New York Times impactó al mundo y, sobre todo, a los cubanos. Sin embargo, la confidencia no era tan reciente como algunos creían. En 1987 cuando se cumplieron 20 años del asesinato del Che en La Higuera, Vargas Salinas y otros jefes militares habían escrito algunos libros. Este militar, en particular, plasmaba en su texto que el Che estaba enterrado en Vallegrande, pero no indicaba el sitio preciso. Esta declaración pasó desapercibida.
Fue entre abril y octubre de 1996 cuando Ariet García realizó la investigación histórica. Centró su labor en cotejar y estudiar versiones de la época, testimonios y coberturas dadas por la prensa a los acontecimientos de la guerrilla en 1967. Las declaraciones de Vargas confiesa tuvieron trascendencia para medir la connotación de la figura del Che.
Según precisa la entrevistada, desde la captura del Che el 8 de octubre de 1967 y su asesinato un día después en la escuelita del poblado de La Higuera, a unos cinco kilómetros de la Quebrada del Yuro donde se efectuó el combate final, la desinformación fue total. Por eso sobre el destino de los restos del Che se manejaron cerca de 88 versiones.
El equipo cubano realizó un arduo trabajo investigativo, ya que la historia no estaba consolidada. Muchos dijeron que el cadáver había sido incinerado y las cenizas esparcidas desde un avión. Otros sostuvieron que lo arrojaron desde un helicóptero en la selva para alimentar a los perros salvajes, y algunos mantuvieron que estaba en Virginia, Estados Unidos, en sótanos de la CIA. No faltó quien corroborara la declaración real de Vargas Salinas.
Por eso la noticia del hallazgo resultó demasiado fuerte: por las tensiones previas, pues a pesar de los indicios, no estaban todavía las pruebas legales.
A medida que la fosa común ubicada en la pista auxiliar del aeropuerto de Vallegrande, poblado a 240 kilómetros de Santa Cruz, la capital departamental se fue ampliando, fueron apareciendo los restos. Entre ellos se encontraron los del comandante Ernesto Che Guevara, Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho), René Martínez Tamayo (Arturo), Orlando Pantoja Tamayo (Olo), Aniceto Reinaga (Aniceto), Simeón Cuba (Willy) y Juan Pablo Chang (el Chino).
El hallazgo
Los esqueletos fueron enumerados según su aparición, en medio del silencio rotundo que motivó desenterrar los restos del Che. El hospital japonés de Santa Cruz fue escenario de la meticulosa labor de identificación de los caídos. Allí se conoció que, salvo el Che, los restantes compañeros presentaban impactos de bala en el cráneo, lo que apuntaba a que fueron rematados después de caer en combate.
La difícil tarea de dirigir el equipo de búsqueda de los restos del Che y su guerrilla en Bolivia la asumió Jorge González Pérez, médico legista cubano. Esta labor le fue encomendada en 1995, al conocerse las declaraciones de Mario Vargas Salinas a través de una llamada del ministro de Salud.
Cuenta el doctor sobre su encuentro con el Comandante Ramiro Valdés Menéndez quien fuera segundo jefe de la Columna 8, del Che, la conformación de las fichas de identificación de los guerrilleros en 72 horas y las anécdotas con los familiares de estos.
González Pérez, también representante de los familiares del Che, Tania y los guerrilleros cubanos, no conocía aún el largo trabajo que le esperaba. Cuando llegó a Bolivia se encontraba en el terreno el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), con el cual estableció relaciones de cooperación. Inmediatamente, el Gobierno cubano decidió crear una comisión central, integrada por intelectuales preparados por la Revolución y en la cual sobresalían la historiadora y socióloga María del Carmen Ariet García y el antropólogo forense Héctor Soto Izquierdo.
Aunque en marzo de 1996 se hallaron los restos de cuatro combatientes en Cañada del Arroyo, el EAAF decidió retirarse porque sus miembros eran, básicamente, especialistas en identificación.
Para el eminente forense cubano, en la investigación histórica radicó el éxito de la búsqueda de los restos del Che, porque gracias a las más de 1000 entrevistas realizadas a los pobladores del lugar, militares presentes el día del asesinato y otros testigos importantes como el tractorista que abrió la zanja donde enterraron los cadáveres se conoció el lugar exacto y las dimensiones de la fosa secreta.
Al fin, el 28 de junio de 1997 se encontró el paradero de los restos de los siete guerrilleros. Los del Che fueron los segundos en aparecer, después de los de Aniceto Reinaga. Los especialistas estaban seguros de que se trataba de los huesos del médico argentino porque le faltaba un molar, no tenía las manos pues se las habían cortado, y por el gran desarrollo de la frente y de los arcos supraorbitarios del cráneo. El desentierro culminó el 4 de julio de ese mismo año.
«Cuando encontramos los restos de Ernesto Guevara sentimos un alivio extraordinario, porque todo el mundo estaba atento a nuestro trabajo. Habíamos cumplido la tarea y se demostró que los científicos formados por la Revolución eran un éxito de la ciencia y la técnica cubanas », expresó González Pérez.
Actualmente faltan cinco por hallar: Jesús Suárez Gayol (el Rubio) y cuatro bolivianos. En el momento de la búsqueda se indagó sobre sus paraderos: el Rubio murió en el combate del río í‘acahuazú, en la desembocadura del río Tacuaral; Benjamín Coronado Córdova se ahogó en el río í‘acahuazú, y Lorgio Vaca Marchetti (Carlos) también murió ahogado, pero en Río Grande. Jorge Vázquez Viaña (Loro) fue lanzado a la selva y Raúl Quispaya Choque (Raúl) cayó en combate en el río Rosita, y se afirma que su cadáver fue llevado a Santa Cruz de la Sierra y enterrado en un sitio cubierto hoy por la posterior ampliación de la ciudad.
Aunque se hizo todo lo posible para encontrar los restos del Rubio, la misión resultó infructuosa por las condiciones geográficas del lugar y la gran dimensión del terreno donde ocurrió el probable enterramiento. En uno de los intentos por hallar el cadáver participó el hijo de Suárez Gayol y quedó convencido de las dificultades para su recuperación.
Remembranza
Cuando los restos ya identificados fueron trasladados a Cuba recibieron el homenaje de todo el pueblo. Los inhumaron en el mausoleo de la Plaza de la Revolución Ernesto Guevara de la ciudad de Santa Clara, el 17 de octubre de 1997.
Con la satisfacción de haber permanecido en Bolivia de manera ininterrumpida durante la búsqueda, María del Carmen Ariet García y Jorge González Pérez ratifican el orgullo que sintieron todos al encontrar a aquellos guerrilleros, cuyos nombres hoy identifican escuelas, instituciones, hospitales…
Al revivir 20 años después el momento en que finalmente se descubrieron los restos que por casi 30 años permanecieron ocultos, los embarga una gran emoción. Y asegura María del Carmen que «el silencio que se produjo, la mirada cómplice para retener en la memoria ese instante, acompañado de la inevitable lágrima, siempre serán recordados por todos con supremo regocijo y sano orgullo ».
González Pérez también habla de lo que siente cada vez que entra al Memorial del Complejo Escultórico Ernesto Che Guevara de Santa Clara, y confiesa que, a pesar de los años transcurridos, continúa experimentando lo mismo: el alivio por la tarea cumplida.