Abel (a la derecha), en una excursión de campo con sus amigos. (Fotocopia: Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría)
Narciso Fernández Ramírez
@narfernandez
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26 Julio 2017
26 Julio 2017
hace 7 años
Abel Santamaría Cuadrado nació un día de gloria para la Historia de Cuba, y murió con 25 años en otra fecha de igual significación. El tercer hijo del matrimonio de Benigno Santamaría Pérez y Joaquina Cuadrado Alonso vino al mundo el 20 de octubre de 1927, cuando se conmemoraba la primera vez que se cantó (en 1868) el himno de Bayamo.
Según consta en un documento original existente en el Museo Casa Natal Abel Santamaría, nació exactamente a las siete de la noche del referido día, y por segundo nombre algo que nunca se menciona tuvo el de su padre.
El documento probatorio así lo confirma: «[…] comparece Benigno Santamaría y Pérez, natural de España, mayor de edad, […] con el objeto a que se inscriba en el Registro Civil un varón de la raza blanca, y al efecto como padre del mismo declara. Que dicho varón nació en su domicilio, a las siete de la noche del día veinte de octubre del corriente año. Que es hijo del compareciente y de Joaquina Cuadrado y Alonso, natural de España, mayor de edad. […] Y que a dicho varón se le puso Abel Benigno ».
De su infancia en el central Constancia, donde su padre ejercía el oficio de maestro carpintero, muchas son las historias que se cuentan. Anécdotas que hablan sobre su preclara inteligencia y su amor temprano a José Martí, devoción que le hizo ganar el Beso de la Patria por una composición en homenaje al Apóstol, tal como contaba su maestro de primaria, Eusebio Lima Recio, quien veía en aquel rubiecito, de ojos verdeazulados, a «un niño bondadoso, inteligente y con madera de líder ».
O esta otra que, en visita reciente al hoy central Abel Santamaría, nos relatara su amigo de la infancia, Antonio García Lorenzo conocido allí en el batey como Aldo, referente al sentido de rebeldía de Abel contra cualquier abuso y acto de injusticia.
«A Abel, como a todos, le gustaba jugar pelota. Él pitcheaba algunas veces, y como siempre, entre nosotros había uno más malcriado que los demás, un guapetón. De esos que el out tenía que ser out porque sí.
«Ya me tiene más fastidiado este, me dijo un día Abel; ya verás cuando vuelva a decir out, y efectivamente se fueron a los puños. El otro estaba más fuerte y le dio a Abel un piñazo duro en la cara. “Perdisteâ€, le dije, y me respondió: “No, ya verás cómo nunca más se mete con nosotrosâ€. Y así mismo fue ».
De joven, trabajó como dependiente en la tienda del ingenio y ayudó a cuanto campesino pobre pudo: «Bastante me resolvió Abel. Cuando no estaba el jefe, yo iba a la tienda y él me daba un anticipo, aunque ya no me perteneciera por el crédito », contaba el carretero Martín Vergara Sarría.
También allí fue testigo de las luchas proletarias de Jesús Menéndez a favor de los trabajadores azucareros. Aldo Santamaría recuerda cómo el líder proletario fue expulsado una vez del central Constancia, y su hermano se solidarizó con él.
Sus primeras lecturas marxistas fueron en la consulta del médico comunista Nicolás Monzón, el bien llamado Médico de los Pobres. Incluso, el libro de Lenin que le encuentran en la Granjita Siboney, después de los sucesos del Moncada, le había pertenecido al doctor Monzón.
Apremiado por sus ansias de estudio y en busca de mejores condiciones de vida, Marchó a La Habana en 1946. Tenía 19 años. Se instaló en una habitación en la azotea de una casa, en la calle Virtudes 214. Luego se mudaría hacia el conocido apartamento de 25 y O en el Vedado, y hasta allí le seguiría su incondicional hermana, Haydée Santamaría (Yeyé).
Rosa Fernández Méndez, compañera entonces de estudios, describe al joven encrucijadense de la siguiente manera: «Usaba espejuelos redondos con armadura de carey y la nariz era más bien grande, la boca de labios muy rosados, bien dibujada, […] siempre mostrando sus dientes grandes. Era alto, robusto, de tez blanca y rosada. […] Sus manos eran bonitas, de dedos largos; de cuello y hombros anchos […] ».
Abel y Fidel
El 14 de marzo de 1952 el joven abogado Fidel Castro Ruz denunciaba el golpe de Estado de Fulgencio Batista, ocurrido en la madrugada del día 10, y lo califica de zarpazo a la democracia. Profetiza a los nuevos Mella, Trejo y Villena que surgirían en Cuba, precisamente bajo su liderazgo.
Abel Santamaría también muestra su indignación ante el cuartelazo: «Si Chibás hubiera estado vivo, Batista no hubiera hecho eso ». Seis días después, el 16 de marzo, le escribe una carta a José Pardo Llada, entonces dirigente del Partido Ortodoxo y figura radial muy conocida en Cuba, en la que enjuicia la realidad del país y exhorta a la lucha revolucionaria.
En su fragmento más importante afirmaría: «Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivo determinado. Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo. Hora es ya: todo está de nuestra parte, ¿por qué vamos a desperdiciarlo? »
Finalmente, en el último párrafo de la misiva a Pardo Llada incluye una frase que haría realidad el 26 de julio de 1953: «Yo también quiero cantar “al combate†».
El 1.o de mayo de 1952, conoció a Fidel en el cementerio de Colón, ante la tumba del obrero Carlos Rodríguez, quien había sido asesinado durante el gobierno de Carlos Prío.
Enseguida el magnetismo de Fidel marcó a Abel, y viceversa. La naciente Revolución había encontrado el cauce correcto por donde fluiría victoriosa: «Yeyé, he conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona! »
A partir de entonces, bajo el liderazgo de ambos jóvenes, cobraría vida la Generación del Centenario. Y en el Desfile de las Antorchas del 27 de enero de 1953, que impactó por su marcialidad y disciplina, mucho tuvo que ver la capacidad organizativa del encrucijadense.
Del encuentro con Fidel, fue Yeyé quien dejó, quizás, el mejor de los testimonios: «[…] hasta ese momento Abel era la persona que yo había conocido con más condiciones para dirigir una acción; y aquella gran fe de Abel en Fidel, aquella gran pasión […] no cabe la menor duda de que influyó mucho también […] No hay días en que no pensemos en el amigo que perdió Fidel al perder a Abel. Abel no solamente fue compañero y segundo de Fidel. Abel fue el más leal de los amigos. Tal vez Abel fue la primera persona en esta tierra que vio los valores extraordinarios de Fidel ».
El que debe vivir es Fidel
Un mes antes de los sucesos del domingo 26 de julio de 1953, Abel partió a Santiago de Cuba para acondicionar la Granjita Siboney, un lugar alejado de la ciudad que sirvió de punto de concentración de los futuros asaltantes, y desde donde partieron la madrugada gloriosa de la Santa Ana.
Con su acostumbrada eficiencia, cumplió la encomienda dada por Fidel y la mantuvo en total secreto, al extremo que ni su hermana supo hacia dónde había ido. Esa tarde del 25 de julio, sacó tiempo, incluso, para llevar a un matrimonio de ancianos españoles a conocer el Morro de Santiago de Cuba: «Precisamente el día 25 cuando conversábamos él, mi esposa Josefa y yo, se enteró él de que ella no conocía el Morro ni otros lugares de Santiago. Inmediatamente buscó la máquina, nos llevó allí, a San Pedro del Morro y a otros lugares », recordaría años más tarde el hombre.
En el momento de la partida al combate, reclama para sí el lugar de mayor peligro, convencido de que era Fidel quien tenía que vivir; pero le fue negado por el jefe del Movimiento, pues si él caía, era Abel quien debía seguir adelante con la Revolución.
Ambos líderes arengan a los combatientes reunidos en la Granjita Siboney. Fidel lo hace de manera electrizante. Termina afirmando: « ¡Jóvenes del centenario del Apóstol, como en el 68 y en el 95 aquí en Oriente damos el primer grito de “Libertad o Muerteâ€! »
Abel, como si avizorara el futuro, les dijo: «Es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo, pero si el destino nos es adverso, estamos obligados a ser valientes en la derrota porque lo que pase en el Moncada se sabrá algún día […] nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir! Libertad o Muerte ».
Paso a la inmortalidad
Cuando en 1968, tras largas charlas en casa de Haydée, Silvio Rodríguez compuso la canción dedicada a Abel, Canción del elegido, retrató de manera bien poética las últimas horas del «más querido, generoso e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la Historia de Cuba ».
Canción del elegido (Silvio Rodríguez)
Fracasado el factor sorpresa e imposibilitado de tomar la fortaleza militar, Fidel ordena la retirada y envía a Fernando Chenard para avisarle a Abel, quien desde el hospital Civil Saturnino Lora respalda la acción principal. El emisario nunca llegó, pues antes fue capturado y luego asesinado por la soldadesca del tirano.
Abel, al no escuchar los disparos provenientes del Moncada, intuye el desenlace, pero decide seguir combatiendo, pues, como le dijera a Yeyé: «Mientras más tiempo estemos combatiendo aquí, más podremos salvar a otros y porque siempre un combatiente tiene que morir sin una bala en el rifle, si una bala no lo ha tumbado antes ».
Relataba con dolor su hermana Haydée: «Y en aquellos momentos tan difíciles, en que la vida puede muchas veces vencer a la muerte, para Abel su vida era que Fidel viviera, […] Abel lo único que pensaba, lo único que deseaba era que Fidel viviera. Abel nunca se planteó vivir él. Y Abel era la vida misma ».
El segundo jefe del Movimiento fue hecho prisionero y conducido a las mazmorras del Moncada. Con dignidad y estoicismo soportó todo tipo de vejámenes y torturas. Le dieron golpes, le traspasaron un muslo de un bayonetazo, le sacaron los ojos; pero no habló. Supo ser hombre y héroe. Y si Abel no dijo ni una palabra, tampoco lo hizo Haydée cuando le mostraron el ojo ensangrentado de su idolatrado hermano.
Ambos sabían que morir por la Patria era vivir. Y así marchó El Elegido hacia la inmortalidad, «matando canallas con su cañón de futuro ».