Bajo el lema Igualdad se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos este 10 de diciembre. Lejos de voluntades aisladas y competencias mezquinas, necesitamos una alianza sólida que trascienda sectores sociales, fronteras y relaciones de poder, a favor de las garantías más valiosas.
No me castigues, ¡ayúdame! Basta de juzgar desde arriba, si plantaste tu trono sobre el sufrimiento de otros. Baja y camina conmigo. Sueña, construye un mundo más justo. No para vanagloriarnos ni volvernos prepotentes, sino para vivirlo a plenitud, porque todos los seres somos igual de humanos.
Alégrate por lo que ya he conseguido, muéstrame con sinceridad cuánto lograste tú. Hagámonos una crítica constructiva y luchemos para saldar las deudas con los nuestros. No más trampas, juguemos en igualdad de condiciones. Déjame ser y hacer, sin ofenderte ni amenazarte, porque mi felicidad no lastra la tuya.
Suéltame las manos, destápame los ojos, deja de apretarme el cuello, y te mostraré lo que soy capaz de alcanzar. ¡Desbloquéame! Siembra vida donde hay muerte, barre con justicia las desigualdades, inyecta paz sobre la guerra, entrégate al ejercicio diario de la amistad, el respeto a la dignidad humana y la no discriminación; destierra los vestigios de esclavitud y servidumbre, iza las banderas de la seguridad y el progreso social.
Pero, si no tienes nada bueno para ofrecer, mejor no intervengas. Respeta el espacio y el esfuerzo ajeno, mírate antes de criticar, valora sin imponer y ayuda sin pedir a cambio. No uses tu superioridad para ampliar la ventaja que ya tienes, sino para levantar a los de abajo. Confía: no te hundirás.
Si alzas informes, convenciones o tratados, que sea por convicción y no por conveniencia, después de mirar satisfecho tu reflejo. Abstente de castigar las faltas con realidades peores que las existentes. Mídete y mídeme con el mismo rasero ético.
Despeja ese tono inquisidor de la mirada y extiéndela más allá de egoísmos o vanidades. Apiádate de las niñas mutiladas y obligadas a casarse sin plena conciencia de la decisión que otros tomaron por ellas; de las mujeres violentadas y hasta asesinadas bajo la inercia cómplice de sociedades machistas y mecanismos judiciales más lentos que los golpes; de las obligadas a abortar en sitios clandestinos, propensas a morir en el intento de hacer valer la libertad de decidir sobre su cuerpo.
Presta tu mano a los millones de personas que cruzan desiertos, selvas u océanos para huir de guerras sin sentido, y a otros tantos que les venden la emigración ilegal como única salida y los condenan a vivir si lo consiguen sin pertenecer a ningún sitio.
Libera a los pueblos atrapados en la ignorancia; democratiza la tecnología, para que sea aliada y no capataz; cede espacios a la diversidad cultural, ahogada por tanta superficialidad hegemónica, y exime de juicios extremistas a quienes «pecan » de diferentes.
Asegúrate de que las abuelas de todas las plazas encuentren a sus nietos desaparecidos y de que sean las últimas en sufrir los desmanes de las verdaderas dictaduras. Purga la democracia burguesa del rastro de ingobernabilidad y corrupción que deja a su paso.
Opta por modelos socioeconómicos menos enajenantes. Libra a los pobres de las falsas necesidades que los mantienen pegados a las suelas de los ricos, con la aspiración romántica de mirar desde arriba algún día.
Deja de traficar con las desgracias de esta pandemia. No estigmatices ni aísles a las naciones donde se disparan los casos o emergen nuevas variantes del virus, porque tu promesa fallida de distribuir las vacunas que acaparaste entre los estados con bajos recursos mantiene en vilo a cinco continentes.
No me castigues, ¡ayúdame! ¡Hay tanto mundo por arreglar!