Cincuenta y cinco minutos que cambiaron una vida

La relación de Fidel con los deportistas nos permitió aquilatar el sentimiento profundamente humano del lí­der histórico de la Revolución Cubana. 

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Fidel Castro Ruz bateando en el inicio de una serie nacional de béisbol en Cuba.
Fidel en uno de sus deportes favoritos. (Foto: Juan Moreno).
Osvaldo Rojas Garay
Osvaldo Rojas Garay
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13 Agosto 2021

Para nadie es un secreto que Fidel fue un gran apasionado al deporte, lo practicó y  ayudó a impulsarlo, hasta el punto en que nuestro paí­s se convirtió en la primera potencia deportiva en el área centroamericana y del Caribe, la segunda a nivel continental y una de las diez primeras del orbe.

Pero también su relación con los deportistas nos permitió aquilatar el sentimiento profundamente humano del lí­der histórico de la Revolución Cubana.

El 12 de agosto de 2016, ví­spera del aniversario 90 del nacimiento del Comandante en Jefe, tuve la oportunidad de presentar mi libro Fidel nunca se poncha, que aborda su acercamiento al béisbol, y entre los testimonios que recogí­ para el texto, hay uno muy conmovedor con Juan Padilla, el cual expongo textualmente como lo escribí­:

«La vida en ocasiones pone a uno obstáculos muy difí­ciles de superar, como le sucedió al destacado segunda base capitalino Juan Padilla Alfonso, después de aquel Dí­a de las Madres del año 2000, cuando al desprenderse un gancho de la parte superior de su automóvil perdió la visión de un ojo, a pesar del extraordinario esfuerzo realizado por el colectivo de oftalmólogos del hospital Ramón Pando Ferrer.

«Sentí­ que el mundo me habí­a caí­do encima. En un momento se terminaba para mí­ el sueño de grandes metas que me quedaban por cumplir en el béisbol. Estaba solo a 86 hits de los dos mil, a 39 carreras de las mil anotadas, a siete dobles de los 300, a 87 de las mil impulsadas y tení­a que olvidarme de mi aspiración de asistir a la Olimpiada de Sidney.

Juan Padilla, expelotero cubano.
uan Padilla, estelar camarero de la pelota cubana. (Foto:Tomada de Internet)

«Pero encontrándome en estado de recuperación en la casa de Cubadeportes ocurrió algo que cambió por completo mi vida. Recibí­ la visita del Comandante en Jefe. Eran los dí­as en que todo nuestro pueblo luchaba por el regreso del niño Elián González   y Fidel en medio de tantas ocupaciones destinó una parte de su tiempo para venir a verme. Eso no lo hace ningún presidente de un paí­s.

«Mi autoestima estaba por el suelo. Él me dijo: “Yo he visto a personas hacer cosas increí­bles con un solo ojo“ y me puso varios ejemplos. Me aseguró que si en algún lugar del mundo mi lesión podí­a arreglarse, la Revolución me enviarí­a de inmediato.

«Fí­jate si yo estaba mal, que al echar agua en un vaso la derramaba afuera. La conversación con el Comandante duró unos 55 minutos, y cuando él se marchó ya yo era otra persona. Esa misma noche me puse a tirar una pelotica contra la pared.

«Me habí­an dicho que mi recuperación durarí­a alrededor de tres meses, y puedo decirte que a los 33 dí­as ya yo estaba jugando con los veteranos: Anglada, Javier Méndez, Germán Mesa, Lázaro Valle, Carlos Cepero, Jaba ´o Puente, Armando Ferreiro, Rolando Verde y el difunto Eulogio Osorio.

«El primer dí­a, un sábado, me ponché y hasta lloré, pero el domingo conecté jonrón y recordé todo lo que me habí­a dicho Fidel.

«Después, durante un entrenamiento para la Olimpiada, el Comandante me dio otra sorpresa. Yo asistirí­a como invitado a Sidney y participarí­a junto a ellos en la gira de preparación por Asia.

«Luego, en el juego contra el presidente Hugo Chávez y los veteranos venezolanos en Barquisimeto en el 2000, me sentí­ tan feliz como en mis buenos tiempos cuando disparé un triple. Por cierto, de ese dí­a guardo una simpática anécdota. Yo tení­a una cámara fotográfica. Fidel iba a batear y me hizo una seña como para que yo me fijara en lo que iba a hacer. Entonces intentó tocar la pelota ».  

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