La pandemia de COVID-19 nos obligó a transformar escuelas y hoteles en centros de Salud. Estos son dos de los hospitales de campaña dedicados a la atención de niños contagiados con la enfermedad en Villa Clara.
La EIDE Héctor Ruiz, luego de haber servido como centro de aislamiento, se convirtió en hospital de campaña durante la etapa más compleja del enfrentamiento a la COVID-19 en Villa Clara. (Foto: Archivo de Vanguardia)
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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17 Octubre 2021
17 Octubre 2021
hace 3 años
Durante las últimas semanas, la curva de contagios de COVID-19 en la provincia tiende al descenso. La disminución que expresan los partes diarios concuerda con la holgura evidente en consultas de IRA, centros de aislamiento, hospitales de campaña, y demás instituciones de Salud destinadas a la atención de sospechosos, contactos y casos positivos al nuevo coronavirus.
Con el avance de la vacunación y el cumplimiento de las medidas higiénicas, se augura la tan anhelada estabilidad sanitaria, y la reanudación de dinámicas sociales detenidas durante mucho tiempo. Las vivencias pasadas permanecen como recordatorio del riesgo que acarrea la indisciplina; pero también develan el crecimiento de muchísimos hijos de esta tierra frente a la adversidad.
Una carrera de resistencia
Ninguna solución clorada o hidroalcohólica borrará la gesta epidemiológica librada durante meses en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Héctor Ruiz Pérez, en Santa Clara. Desde febrero de 2021 funcionó como centro de aislamiento; primero para contactos y, luego, para sospechosos del SARS-CoV-2. En julio, se convirtió en hospital de campaña para adultos positivos con riesgo moderado y en septiembre, recibió a niños contagiados con el virus.
Días antes de que los trabajadores de la institución educativa emprendieran las labores de desinfección imprescindibles para reanudar las actividades docentes presenciales, Vanguardia conversó con la enfermera Magalys González Pedrosa.
Esta villaclareña mantuvo bajo su mando a 32 médicos, 12 enfermeros y 186 trabajadores de la escuela (entre personal docente, deportivo y de formación integral) distribuidos en varios turnos de trabajo. Aunque no ha disfrutado vacaciones durante más de un año, sus ojos y su voz mostraban toda la satisfacción que podía acumular quien dirigió con éxito un hospital de campaña y ya vislumbraba el principio del fin.
«No me fue complejo el trabajo, porque hace años soy la jefa de enfermeras de la escuela, es mi perfil profesional. En el equipo había muchos médicos recién graduados, pero muy talentosos. La mayoría de los pacientes que pasaron por aquí manifestaron, personalmente o en las redes sociales, su satisfacción con la atención recibida », comentó orgullosa.
Las cinco jóvenes remedianas Anamary Paz, Lissy Milagros García, Claudia Beatriz Son, Grether Jardón y Anysleidy Martínez ni siquiera tuvieron tiempo para superar el estrés del examen que cerró seis años de estudio. Esperan graduarse el próximo el próximo 20 de octubre, y aún sin el título de doctoras en Medicina, el nombre grabado en un cuño o la prestigiosa bata blanca, se incorporaron a la zona roja, desde el pasado 15 de julio.
Apenadas, se excusaron por los piyamas holgados, los peinados tan «en campaña » como la situación y el maquillaje ausente, porque los nasobucos y los baños sistemáticos le robaban todo el sentido. Sin embargo, desprendían la energía el conocimiento y la sensibilidad inherentes a su profesión.
«Nos adelantaron la prueba estatal, debíamos comenzar en la vacunación; sin embargo, por las circunstancias que atravesaba la provincia, ampliaron las capacidades en centros de aislamiento y nos avisaron que debíamos incorporarnos de inmediato », relató la doctora Lissy Milagros García García.
«Sabíamos que de nuestras decisiones dependía la vida de tantas personas y temíamos a la evolución tórpida que produce la enfermedad en muchos casos. Con nuestras familias también fue difícil, porque al principio cumplíamos el aislamiento en la misma casa, cuidándolos a ellos y a nosotros mismos; mas, afrontamos la tarea, porque el país lo necesitaba », añadió.
¿Quién le iba a decir al profesor de atletismo, Juan Francisco Pérez Gibert que abandonaría las pistas y los cronómetros para llevar alimentos y paquetes a los pacientes ingresados en el hospital de campaña de la EIDE? Le sobraban las ganas de entrenar y ver competir a sus muchachos, pero durante meses se unió al equipo de salvar vidas, junto a dos profesores de ciclismo que también detuvieron las bicicletas para subir y bajar escaleras cuando fuera necesario.
El esfuerzo de tantas personas no pasó inadvertido ante Yusmary Pulido Bernal y Jeidy Pérez Gallardo, cuando, tras recibir los PCR positivos de sus hijos, las trasladaron desde un centro de aislamiento para sospechosos hasta el hospital alternativo habilitado en la salida de Santa Clara a Placetas. La disposición de condiciones higiénicas y recursos, el tratamiento inmediato y las visitas a cualquier hora incluso de madrugada para vigilar los síntomas y signos vitales de los pequeños les devolvieron la confianza.
Huéspedes singulares
Quien viera a Angie Alejandra Morales y Érika Daniela Pereiras hace unos días dudaría de que padecieron la COVID-19. Alegres y avispadas nos contaron cuántos años tenían (cuatro y dos, respectivamente), lo valientes que se mantuvieron con las inyecciones de Interferón, qué les hacían aquellos médicos disfrazados y las ganas de regresar a casa.
Desde julio de 2021 el personal de Salud y los trabajadores del hotel Las Villas hicieron una alianza a favor de las sonrisas infantiles. (Foto: Mónica Sardiña Molina)
Con la sonrisa desbordada en los ojos, las contemplaba Maricela Peña Santander, una enfermera de Ranchuelo ya curtida por el ajetreo de la pandemia. Se estrenó frente al nuevo coronavirus en la sala 7 del hospital militar Comandante Manuel Fajardo Rivero. Luego, hizo una breve estancia en el policlínico Marta Abreu, habilitado como centro hospitalario en Santa Clara, y en el mes de julio llegó al hospital de campaña que funciona en el hotel Las Villas.
Todos los días se arma de paciencia para ganarse la confianza de los pequeños, a los que debe inyectar, y brindar apoyo psicológico a los familiares nerviosos ante la incertidumbre de la enfermedad.
Otro espectador extasiado por la alegría de las niñas era el Dr. Erik ílvarez Contino, quien puso en pausa sus funciones como vicedirector de Asistencia Médica en el municipio de Cifuentes para batallar contra el SARS-CoV-2 desde la dirección de este centro.
«Al inicio recibíamos niños de uno a tres años, positivos a la COVID-19, pero después los hemos ingresado desde seis meses hasta 15 años. Aquí les administramos el interferón liofilizado a los menores de tres años, y el recombinante a los mayores de esa edad. A los pacientes con alguna patología crónica de base se les realiza una interconsulta con Pediatría y se les administra la Biomodulina. Además, si durante la estancia, los padres o acompañantes resultan positivos, también reciben su tratamiento », explicó el Dr. ílvarez Contino.
Con orgullo ilustra la significativa mejoría de las últimas jornadas: «En concordancia con el comportamiento del país y la provincia, hemos apreciado la disminución de los casos positivos. Para nosotros es una satisfacción ver cómo de 64 camas, antes ocupadas de forma constante, hoy tenemos 14, 15 o 16. Ello se corresponde con el avance de la vacunación contra la COVID-19 ».
Como en un tablero de ajedrez, se nuclea el equipo de médicos, enfermeros, estadísticos, dietistas, estudiantes y personal de ropería, presto a curar y consentir a los «reyecillos » que ingresan.
«Aquí recibimos niños con diferentes hábitos. En la primera visita, los médicos preguntan lo que consumen en casa, y el personal de la cocina nos ayuda, siempre con el visto bueno de la dietista. Han tenido que preparar leche, yogur, café con leche y hasta papilla para los más pequeños », refirió el Dr. Erik ílvarez.
La colaboración de los trabajadores del hotel Las Villas no permite ni la amenaza de un jaque en esta partida por la salud. Bajo el mando del administrador, Wilmer Pacheco Quintero, laboran varios grupos en la elaboración de alimentos, la limpieza de habitaciones y espacios comunes, el mantenimiento técnico del equipamiento de los cuartos, y la distribución de las comidas.
La cinta amarilla que rodea la fachada da cuenta a los transeúntes de la noble causa que alberga la instalación; mas, el interior muestra la metamorfosis en toda su magnitud.
«Teníamos 77 capacidades. Reservamos las habitaciones de la planta baja para el personal médico, de limpieza y gastronomía, y el resto para los pacientes. Ello nos garantizó un total de 60 camas para enfermos, a las que se incorporamos diez cunas. Además, habilitamos una enfermería en el restaurante », expuso Pacheco Quintero.
Las transformaciones físicas que la pandemia nos obligó a hacer quedarán como prueba irrefutable de que peleamos. Sin embargo, los cambios de valores y actitudes dirán mucho más: que vencimos.