Pocas veces observo la tarde como un jolgorio local. La luz contrapone ráfagas doradas al eterno olor del césped recién cortado. Al fondo, dos pequeños arrancan de su andar cotidiano el jonrón y la llegada a las bases. En el left, las damas de los aeróbicos doblan la tela de los estiramientos y el ejercicio de piernas. Detrás de las gradas, el bullicio ensordece. Otra luciérnaga rasga los primeros matices de la sábana negra.
«Hoy hay Copa», afirma un «chamaquili» con camisa del Barça. El espacio entre los espectadores y los límites territoriales constituye un gran trecho. En mi andar de atleta abandonada a los huesos atrofiados y las modernas máquinas de escribir, noto una gran diferencia; desapercibida, al menos, a ojos de desconocedor.
El contraste del «Ignacio Pérez Ríos» impresiona. En el verano las formas de conseguir el anhelado entretenimiento se basan en convencerse, unos a otros, para ir al estadio. Quien se enamoró del fútbol después de Sudáfrica 2010 sabe que frases como «juegan El Puebloy El Mariel», o «a las 9 abren Aguada de Moyay Casa Blanca» bastan para establecer récords mundiales en velocidad para cambio de túnica.
«Es la Copa» o «sólo un rato» eran las justificaciones con que nos defendíamos, cuando pequeños, para explicar el cansancio que supone madrugar. La autodefensa empujaba la silueta de tres cuerpos sobre una de las primeras bicicletas chinas llegadas al pueblo. A lo lejos, las luces del estadio conservaban la emoción.
Diez años después, los equipos permanecen. En ambas direcciones la adultez prematura aboga por un huequito al pie de las porterías. Los técnicos ajustan sus estrategias. Consejos vienen y van, como niños celosos de su juguete. «El juego está empatado 2×2», responde al recién llegado el analista que tengo enfrente. «La última del primer tiempo terminó con gol al ángulo», prosigue en su explicación.
Sobre nuestras cabezas, en las gradas altas entre home y primera, las nuevas generaciones contemplan la muestra de amor al terruño. Las semifinales serán de ida y vuelta, declaran los organizadores desde sus perfiles en redes. Hace días las alineaciones oficiales son de dominio público. Cerca de diez equipos desfilaron por el lugar. Sólo resta un último duelo.
Los fundadores observan el panorama. Ya no llevan los colores de sus cuadras, ahora cargan en brazos a pequeños amantes del gusto paterno. El Vueltas FC está desprovisto de su uniforme. Siete de sus miembros activos representan la masa estudiantil. Detrás quedan profesiones y oficios. La realidad es que basta con los colores amarillo y negro para tocar el balón. En mitad de la cancha, uno de los rivales de siempre. Camajuaníhace acto de presencia con algunas estrellas de azul oscuro. Ante el primer toque existe una única convicción: el barrio deja de ser el pequeño mundo donde creciste; ahora es el símbolo que se defiende. Los pases viajan de un extremo al otro del campo montado. A contraluz el público narra la falta, advierte el adelanto o el retroceso, y se desgarra ante un choque en zona defensiva. El paisaje es un reflejo de los recuerdos de la infancia.
Una bicicleta acerca a dos niños y un padre, algo más que agotado por la falta de sueño. La sonrisa del pequeño deviene en asombro. Uno de sus primos tiene el balón y el otro entra de cambio. Varios cuerpos traspasan el umbral de un estadio al revés. El diamante beisbolero observa en la penumbra, mas no se inmuta. Quizá, las pequeñas titilantes aportan un matiz metafórico al suceso. Bien sabe la noche que, a su partida, el bate, los guantes y la pelota retoman posiciones.
Lo cierto es que la Copatiene lo suyo. No es la mejor liga del mundo ni la competición de campeones. No existen Messi, Cristiano, Pedri, Haland, Lewandosky o Mbappé. Los DT distan de parecerse a Pep, Mohu o Xavi. Sin embargo, la pasión ¡sí sale sobrada! El placer de vivir un clásico local no tiene precio. Escuchar las voces de los avezados, los comentarios forjados con la lupa del seguimiento europeo y las preguntas de los niños forman un fondo musical cuyas notas salen desde las profundidades del graderío hasta el terreno. Conforme los minutos dan paso al descanso, el volumen aumenta. El cuadro comienza sus pinceladas de locura inmediata.
Cerca de las 11 miro el reloj. El primer juego de la noche fue remontada. Los Universitarios ganan 5×3 en la ida; el Pueblo aguarda por el segundo partido. La sensación de alegría entrecruza la hora que nos separa del apagón. El atraso inicial ha valido la pena.
No es España, Francia o Inglaterra; es San Antonio de las Vueltas, un pueblito donde el fútbol tiene su propia Copa bajo las estrellas.
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Daylèn
Viernes, 22 Septiembre 2023 10:20
Cuánto me alegro por la publicación, es una Copa que se realiza con mucho amor y esfuerzo por parte de los jugadores, ellos mismos compran todo lo necesario, incluso las luces para el terreno, me satisface mucho siempre que voy y ver tanta gente, es un gran orgullo
Viernes, 22 Septiembre 2023 10:20
Cuánto me alegro por la publicación, es una Copa que se realiza con mucho amor y esfuerzo por parte de los jugadores, ellos mismos compran todo lo necesario, incluso las luces para el terreno, me satisface mucho siempre que voy y ver tanta gente, es un gran orgullo