Por primera vez las delegaciones desfilaron fuera de un estadio y sobre las aguas de un río. (Foto: Tomada de Internet)
Niurys Castillo Hernández
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27 Julio 2024
27 Julio 2024
hace 4 meses
Una luz celeste embriaga la tarde del Sena. Casi imperceptibles parecen la quietud y el silencio. La tercera arteria más larga de Francia abre sus venas al mundo. El conteo regresivo dio paso a la chanson de la Seine (la canción del Sena) para un recorrido de seis kilómetros sobre mareas vivas entre cultura y deporte.
Por las calles tricolor se pasea una llama. Desde la ópera, grandes voces arrullan 130 años de historia. Cerca de 10 000 manos transportan la vela. Olimpia fue el punto de arranque, y París, la meta indicada en esta nueva edición. Cien años antes, el tercer evento multidisciplinario daba la bienvenida en terreno francés, pero este siglo atrae innovación y encanto.
Sobre pequeños bateaux mouches (populares barcos de excursión), dos niños reciben al relevo. Desde el primer puente elevado, un crepúsculo tumultuoso inicia el desfile de las naciones. A la resurrección llegan los padres fundadores, desde el Olimpo los dioses observan a sus gladiadores. Mientras, Grecia evoca al pasado, a aquella primera vez que los atletas surcaron el mar para llegar hasta la cuna del olimpismo.
Ahora el destino es Francia, símbolo del renacimiento y la alta cultura, donde las melodías locales transmiten alegría y serenidad, mientras los espacios abiertos invitan al cine, el teatro, la pintura y el arte del buen café. Cada puente es un punto de encuentro con las joyas de la corona. Al aire libre, las galerías muestran lo mejor de sus creaciones, y sobre la mesa a la usanza de las zonas rurales, el buen vino despierta deseos recónditos.
A la orilla del canal, un pintor recrea un retrato. Al fondo del lienzo, los edificios bordean la orilla. De este a oeste, los íconos de la literatura, la política y la música respiran libertad y revolución absoluta. Quizás el deporte tomó del agua su poder curativo.
Guiño a la tradición, las delegaciones pasean con trajes alusivos a un estilo propio y una cultura diferente. Las banderas agitan los ánimos. En cada barca los niveles de felicidad aumentan con cada kilómetro del Sena. Tras una breve pausa a la maratón acuática, el musical vuelve a la escena.
Una lágrima cae. Las imágenes evocan uno de los escenarios más desgarradores de los últimos tiempos, y aún las llamas arden en el recuerdo del incendio de Notre Dame. Pero la danza —incluso sobre los andanios de construcción— fue símbolo del resurgir de la emblemática catedral, que ha ido recuperando el esplendor de su arquitectura gótica.
Diez mil quinientos atletas serán testigos de la amabilidad y el buen trato de los parisinos. Miles de espectadores disfrutaremos de la sencillez y el buen gusto. El mundo ha atenuado su ritmo para ver a la antorcha de Olimpia avanzar por los empedrados del Palacio de Versalles, escucharla hablar con el fantasma de la Ópera y María Antonieta, deslumbrase con su luz en la Galería de los Espejos y admirarla viéndola conquistar una torre que se presumió imponente e inquebrantable.
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La Revolución deportiva atracó en puerto parisino. Tomó por sorpresa la Torre Eiffel. Gritó junto a los héroes de la Bastilla. Su llama es un canto a la igualdad y la paz de los pueblos porque «solos vamos más rápido, pero juntos llegamos más lejos».
París 2024 es un retorno a los cimientos, a los primeros motivos, al sueño de un renacer más libre y duradero. Es un canto al amor, al juego limpio y al disfrute. Comenzó la fiesta del deporte, esa que cada cuatro años se hace única y movilizadora. En esta ocasión todo viste de oro, porque ese es espíritu que nos legó el francés y padre fundador de los Juegos Modernos, Pierre Fredy de Coubertin, cuando sentenció:
«Lo más importante en los Juegos Olímpicos no es ganar sino participar, al igual que la cosa más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha. Lo esencial no es haber vencido sino haber luchado bien».