Lázaro no fue un Pérez cualquiera

El 7 de abril de 2005 falleció Lázaro Pérez Agramonte, uno de los mejores receptores de los primeros cinco años de la pelota cubana en el período revolucionario.

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Fotos del receptor de Villa Clara, nacido el lunes 17 en la
Lázaro Pérez Armenteros. (Fotos: Archivo del autor y tomadas de internet Internet)
Osvaldo Rojas Garay
Osvaldo Rojas Garay
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07 Abril 2025

Parece que fue ayer —como decía en una de sus canciones el cantante y compositor mexicano Armando Manzanero—, cuando la colega de la CMHW, Enma Rodríguez, me llamó a Báez para comunicarme la triste noticia: «Rojas, murió Lázaro Pérez», pero de esa lamentable pérdida se cumplirán dos décadas este lunes 7 de abril.

Con su partida física, a los 68 años de edad, no se marchó hacia la eternidad un Pérez cualquiera, porque el oriundo de Caibarién fue el primer villaclareño que se proclamó campeón nacional, al integrar el equipo Occidentales en 1962, el que en más temporadas lució —junto a Antonio Muñoz- el uniforme de los aguerridos Azucareros  y el último de los fundadores de las series nacionales de nuestra provincia que se retiró del béisbol activo, hecho que ocurrió en marzo de 1979, cuando en breve ceremonia previa a un encuentro de la V Serie Selectiva, Lázaro le entregó la mascota a otro de los grandes, el remediano Albertico Martínez González.

También el nativo de la Villa Blanca, en nuestra opinión el mejor receptor cubano en los 15 primeros años de la pelota que se juega en Cuba después de 1962, fue el primero que disparó un vuelacerca empuñando como emergente, además de un dato que prácticamente no se menciona: es el beisbolista que más títulos atesoró en los campeonatos nacionales, sin incluir otros tipos de eventos que se han desarrollado, dígase Serie de los 10 Millones, Selectivas, Súperligas, Copa Revolución y Liga Élite.

Lázaro se coronó siete veces campeón nacional, pues integró la nómina del conjunto Occidentales que conquistó el trofeo principal en la 1.a Serie; posteriormente vistió la franela del equipo Industriales, con el cual consiguió tres gallardetes entre 1963 y 1965.

Regresó a su provincia natal en la campaña de 1967-1968 y se erigió en uno de los jugadores claves en los tres cetros logrados por Azucareros en las contiendas de 1968-1969, 1971 y 1972.

Aparte de los siete banderines mencionados, Lázaro formó parte de los planteles de Las Villas que se coronaron en la Serie de los 10 Millones, en 1970 y la Selectiva de 1978.

Los Juegos Panamericanos de Sao Paulo, en 1963, lo vieron estrenar el traje de la selección nacional, a la cual perteneció hasta la cita del orbe de 1976. En ese lapso, solo dejó de integrar la novena de la Mayor de las Antillas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Juan, Puerto Rico, en 1966.

Seis veces formó parte de las nóminas de los equipos criollos que incursionaron por los extinguidos campeonatos del orbe, para compartir, junto a su coterráneo Ariel Osvaldo Pestano Valdés, el honor de ser el villaclareño con mayor participación en estas citas, aunque a diferencia de este último, Lázaro subió en todas las ocasiones a lo más alto del podio, mientras Pestano acumuló tres medallas de oro e igual cifra de subcampeonatos.

De Lázaro —a quien invité varias veces a los topes de veteranos que solíamos organizar en Báez—, sus compañeros me han contado muchas anécdotas. Silvio Montejo, la Bala de Caibarién, me reveló una que muestra el coraje de esta estrella de la receptoría.

«Nos preparábamos en La Habana —relata el otrora estelar jardinero central— para el mundial de República Dominicana 1969, y en el último juego para hacer el corte definitivo, a Lázaro le dan un “trifao” que le lastima un dedo de la mano derecha. Él me dice: "Coño, loco, debo tener una fractura en el dedo, este es mi año, el único que sabe de esta lesión eres tú, así que si alguien se entera es porque tú se lo dijiste".

Lázaro logró hacer el equipo, y aún con esa lesión, le discutió a Blandino el champion bate. En el transcurso del juego contra los Estados Unidos, que le dio el título a los cubanos, le dijo a Montejo: «Tú si eres un hombre, porque me guardaste el secreto».

Rolando Macías, quien,  junto al inolvidable José Antonio Huelga, formó uno de los binomios de lanzadores más exitosos en nuestra pelota, recuerda al hombre que tantas veces recibió sus envíos: «Era muy explosivo, en ocasiones decía cosas muy fuertes para estimularnos. Eso nos ayudaba a aumentar el valor. Creo que por su inteligencia y valentía fue el mejor receptor de mi generación.

«Tenía la costumbre de guardar la última pelota cada vez que terminaba un campeonato. Lo mismo aquí, que en el exterior, él siempre trataba de echársela en el bolsillo, como sucedió en el play off frente a Mineros, después de realizar el último out del decisivo encuentro, un fly de Agustín Arias a sus manos», afirmó quien fuera apodado como el Músico de San Fernando de Camarones.

El derecho de Esmeralda, Gaspar Legón, me comentó en 2005, al enterarse de la muerte de Lázaro: «Lo quería como a un hermano, aprendí mucho de él en los años en que jugué con Las Villas. Desde su posición de receptor hacía sentir seguros a los lanzadores. Recuerdo que cuando empezábamos a tirar muchas bolas nos devolvía fuerte la pelota para que reaccionáramos. Era un maestro en su posición».

 

 

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