
Su diminuta figura, resulta incapaz de encerrar la inmensa alegría que lo embarga. Este 1.º de septiembre, por primera vez, Maikol Moya González vistió su uniforme escolar y se hizo acompañar de la mochila que tantas veces se probó en los días previos.

Desde muy temprano su casa fue una fiesta. Según Rujaine, su mamá, la noche anterior el niño se la pasó dando vueltas en la cama, al parecer, debido al sobresalto por lo que vendría. Su cara reflejaba el regocijo de vestir el nuevo uniforme, ese que con tanto cariño arregló la abuela. De igual modo, el más pequeño de la casa hizo gala de su mejor versión de peinado, y también de la sonrisa que lo caracteriza, la que de seguro, cautivará a la maestra y a los nuevos amigos que a partir de ahora surgirán.
Los últimos días fueron de un tremendo ajetreo. Para la familia no hubo tarea más importante que garantizar al niño y a su hermanita Melany, que también se inició en la enseñanza media, todo lo necesario para el curso que comenzaría, aunque en ese esfuerzo les fuera una tremenda cuota de sacrificio.

Para los padres, el nuevo curso escolar supuso la materialización de todos los preparativos que conlleva este proceso; mas, a pesar de las dificultades del momento, se hizo hasta lo imposible para que esta etapa en la vida de sus hijos fuera inolvidable. Desde el mes de agosto e incluso desde mucho antes, mamá, papá, abuela y otros familiares colaboraron para que no faltaran los forros para los libros y las libretas, las mochilas, loncheras, zapatos, medias blancas y todo lo demás que exige un momento como este.

A partir de ahora vendrán nuevos retos: garantizar a diario la merienda, exigir que se haga la tarea que orienta el maestro, velar por el uso adecuado de los útiles escolares, cuidar de las compañías de los niños y otros no menos importantes. Sin embargo, ha valido la pena todo cuanto se ha hecho y se hará en el futuro, para que Maikol y Melany cumplan sus sueños y crezcan como personas de bien. (Freddy Pérez Cabrera)









