Junto a los expositores de las muñecas, una abuela de esas de ojos pequeños y nobles se ajusta los espejuelos sobre la nariz. Le ha dado la vuelta a la tienda, «cazando » gangas, sacando cuentas, ¡pero qué va!, ni echándole levadura a su chequera podría comprarle un bebé a la nieta. El más barato cuesta 20 CUC (o 500 CUP), y de ahí en adelante los precios trepan sobre las abuelas humildes y las niñas que cumplen años.
«Mami, mami, ¡este bebecito trae un tete y un orinal! », y abre los ojos como si revelara un milagro, al compás de una tanda de salticos breves y nerviosos. Y mami mira la pegatina con demasiados números, y le dice suspiro de por medio que si tuviera los 55 CUC que cuesta el dichoso muñeco, hace rato se habría comprado una nueva licuadora, que no se ponga triste, que la llevará al Coppelia.
Una pareja joven las observa alejarse. Entraron solo por curiosidad, como la mayoría. « ¡Qué manera de martirizar a la chiquita! Para qué la traen si no le pueden comprar nada ».
La Época, de la cadena TRD, se llama la nueva juguetería de Santa Clara. El inmueble conserva el nombre original desde sus primeros días, allá por la Cuba republicana; aunque en los últimos tiempos se le conocía como la tienda de Trasval. Luego, antes de que cerrara por más de un año y medio, comenzaron las transformaciones, y ya en su última etapa apenas quedaron un par de largos mostradores y alguna que otra mercancía expuesta en las vidrieras.
Como suele suceder en estos casos de re-re-reconstrucciones, la gente no esperaba demasiado. «Una TRD más o menos no hace diferencia », pero cuando se extendió el comentario de que La Época se convertiría en una tienda de juguetes, curiosidad y expectativas ocuparon las conversaciones de no pocos santaclareños.
El último antecedente de un comercio de este tipo en la ciudad la histórica juguetería de los 80, en la calle Colón «murió », famélica, tras el desplome del campo socialista, por lo que a los niños de los 90 nos tocó crecer con lo heredado de vecinos, hermanos y primos mayores. De hecho, no es casual que el resurgimiento de la celebración del Día de Reyes Magos coincida con el momento en que los de la generación del período especial comenzáramos a formar nuestras familias. Llamémosle vindicación o nostalgia por lo no vivido.
El caso es que La Época abrió una vez más, y a los pequeños incluidos en la turba del día inaugural se les regalaron dulces. Buen inicio, pensaría cualquiera. Luego traspasas el arco de globos de la entrada y te encuentras con un velero tripulado por peluches; al fondo, una pantalla gigantesca proyecta videos de canciones infantiles, y en el lateral derecho, un gorila animatrónico simula el aspecto y los movimientos de un animal vivo mueve con aspaviento los brazos y le gruñe al que se acerque demasiado.
Adultos y chicos reían con ganas. Los de fuera, con las barbillas pegadas a las vidrieras, levantaban la cabeza como náufragos. Los de dentro movían la mirada de un lado al otro, descubriendo los tesoros que solo existen en una juguetería. « ¡Una Barbie gigante! »; «Mira, abue, qué clase de carro de carrera »; «Dile a Papá Noel que yo lo que quiero es ese pianito rosado ».
Y una no espera nada barato, porque en Cuba ya no se obran esos milagros, pero aún así te agarras de lo que te queda de fe. Error. La muñeca rubia de piernas estiradas cuesta 46.95 CUC; la cuña, 82.95, y el piano, de no más de 40 cm de largo, 55.95. En otro anaquel, un tiranosaurio rex de goma y un tigre amarillo de mirada mansa. Al «ejemplar » prehistórico le faltan cinco centavos para alcanzar los 43 CUC y el felino, más estático que una roca, se vende por 17.
Si lo de su hijo son los deportes, ni siquiera lo intente. El juego de ajedrez le saldría en 11.55 CUC; el de bolos, en 22.35, y la canasta de básquet, en 44.95. No obstante, el más triste descubrimiento del día fue el juego de cocina especie de una mesetica de plástico, rosada y blanca, con puertas y otros aditamentos, pues, hasta el día de hoy, constituye mi única frustración de la infancia. Con los 137 CUC o 3425 CUP que vale, se solventan las necesidades temporales de cualquier familia, amén de que tales precios parecen ideados para otro lugar del planeta que no sea esta isla.
Ya sé que el tema de las clases sociales no sorprende a nadie en Cuba, y que el poder adquisitivo arbitra la vida cotidiana de quien tiene y puede, del que no tiene y trata, y del que ni tiene ni tendrá. Sin embargo, cuando esos contrastes tan duros se proyectan sobre el básico deseo de jugar de un niño, la respuesta automática se transmuta en violento dolor e inmediato cuestionamiento.
¿Cómo se establecen los precios en este país? ¿En qué parte del camino se perdió el «con todos y para el bien de todos »? ¿Será que hubo un ataque de amnesia colectiva y olvidaron que la mayoría de nuestros ciudadanos vive de un salario básico y, para colmo, insuficiente?
El pueblo rumia las respuestas entre dientes, pero en la juguetería santaclareña se continúa entrando y saliendo con las manos vacías. En apenas una semana, el imaginario popular convirtió a La Época en una suerte de tienda-museo se mira y no se compra, y no son pocos los padres que prefieren evadir ese tramo de la calle Independencia con tal de que los pequeños continúen felices en su ignorancia.
Hubo quien se acercó para aconsejarme que dejara pasar este tema, por obvio e irritante. Esos, claro está, no tienen niños. Hubo otros que me alentaron a ir por más, pues no encuentran la forma de que sus hijos entiendan que aunque mamá y papá trabajen, su entretenimiento es lo último en lo que piensan a la hora de sacar cuentas. Por desgracia, nos hemos habituado a subvalorar el alimento del alma.
Desafortunadas e injustificables son las razones tras los precios de La Época. ¡Y qué más da!, diría cualquiera, si los grotescos juguetes de plástico fundido también cuestan una fortuna. Sin embargo, no hay nada de lógico en ninguno de los dos casos. El problema se crea en el momento en punto en que comience a parecernos normal.