El ómnibus hizo parada. Todas las miradas, hacia el fondo de la guagua. Una adolescente lloraba y entre sollozos amenazaba a su madre con bajarse. Por el cristal podía verse a su perro, corriendo para alcanzarla. «No seas dramática. Dentro de poco él encontrará un nuevo dueño y ni se acordará de ti », comentó la mamá para consolarla. Momentos antes lo habían abandonado en un potrero baldío al lado de la carretera. El vehículo continuó su ruta, y un tramo largo recorrido velozmente terminó venciendo al pobre can.
Después del suceso narrado, el tema del maltrato animal no se me va de la mente. Y por si fuera poco, un lector de Vanguardia nos escribió para manifestar su rechazo a las horribles peleas de perros que se realizan en las zonas rurales… Que los verdugos engordan los bolsillos a costa del maltrato y la violencia… Que las autoridades «desconocen »â€¦ Que los pobladores aprueban o se hacen de la vista gorda.
Pero hay más. Hace algún tiempo percibí cómo en plena ciudad sacrificaban un puerco para la venta. En el concurrido ruedo había un niño que, entre risas, invitaba a otro de la «tropa » a disfrutar del «asesinato ». Ante la negativa del «cobarde » amiguito, le gritaba enojado oprobiosas palabras. Los padres acompañaban la matanza del cochino con una botella, algunos saladitos y un estruendoso reguetón.
Otra historia turbulenta es la de los famélicos caballos que, azotados por sus amos, cargan o halan más de lo que pueden soportar. El sol tropical les curte la piel, la sed los amedrenta. Son enormes las distancias e ínfimo el descanso. La gente los contempla, nadie dice ni hace algo. La compasión hace rato se ha transformado en diabólica indiferencia. Muestra de ello a continuación.
Una vecina mía se vanagloriaba de sus métodos para exterminar un gato sin dueño. Había uno que de vez en cuando le robaba la carne que dejaba al descubierto en la cocina. Días antes le dio una paliza, pero el felino, al que le quedaba otra de sus vidas, salió ileso.
Así, cargados de vicios, fraude, lucro, violencia, se configura el infierno de los inocentes animales que poco significan ante la endeble justicia que los (des)protege. Lamentablemente, la caótica situación de los animales domésticos comienza por la irresponsabilidad e insensibilidad humanas.
El encargarse de una mascota va más allá de la convivencia con el animal en cuestión, pues implica alimentación, salud y buen trato, tal como si de otro miembro de la familia se tratase. Compete estrictamente a los dueños lograr una reproducción regulada, o por el contrario, someter al animal a la esterilización. Simples acciones pudieran ser un bálsamo para aliviar los altos índices de animales domésticos abandonados en las calles.
Resulta alarmante el comportamiento de algunos ciudadanos que, antes de adoptar a un perro «chulo » sin hogar, prefieren comprar los de raza a precios exorbitantes. En ocasiones no se trata de extrema afición por los caninos, sino de una manera de legitimar su estatus social y modo de vida. «Conozco quien tiene dos perros: el chulo para la azotea y el de raza para los paseos », comenta el villaclareño Ramón Rodríguez Limonte, defensor de los derechos de los animales, también artista de la plástica.
Es cierto que la Constitución de la República de Cuba estipula la protección de la vida natural. Sin embargo, solo se concreta en regulaciones sanitarias, normas epidemiológicas y medidas proteccionistas en el ámbito económico. Pero los interesados en que se apruebe una ley de protección en favor de los animales piden más. Piden abrigo, defensa y amparo.
Y hasta que llegue la ley, los animales continúan sufriendo los desafueros humanos. Esa es la dura realidad, que nos compete y nos desacredita. Si se aprobase una ley justa, ciudadanos y autoridades se verían obligados a cumplir las normas de civilidad para con ellos.
Mientras tanto, existen otros caminos viables que se construyen desde la sociedad civil. Son grandes o pequeños grupos, vecinos amantes de los animales que se organizan, sin ánimo de lucro, autofinanciados. Mas, necesitan respaldo gubernamental para articular acciones en conjunto.
Son muchas las interrogantes que nos obligan a pensar una y otra vez en el tema: ¿Cuáles son las estadísticas del maltrato animal en nuestro país? ¿Destina el Estado cubano un presupuesto para la esterilización de los perros y gatos abandonados? ¿Las clínicas veterinarias estatales poseen las condiciones óptimas para atender a los animales? ¿Es suficiente el tratamiento que dan los medios de prensa a esta problemática?
Al menos, en el programa radial Aquí se habla de todo, de la CMHW, Rodríguez Limonte despliega una labor educativa constante e induce a los ciudadanos a la práctica del amor hacia los animales. Es que el cuidado de estos en nuestro país se ha convertido en iniciativa de unos tantos y no en deber y obligación ciudadanos.
Se conoce que en La Habana, sobre todo en el casco histórico, algunas instituciones trabajan en pos de la protección animal. Sin embargo, ni la capital cubana ha logrado erradicar de raíz el problema. Y mientras muchos países de América Latina ratifican la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, Cuba sigue en silencio. Ojalá este año traiga las buenas nuevas.
Decía el gran Gandhi que las civilizaciones y los pueblos se juzgan teniendo en cuenta la forma en que tratan a sus animales. Entonces… sobran las palabras.