Cambiar para bien

CDR somos todos y la contemporaneidad exige, para bien, cambiar.

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Claudia Yera Jaime
Claudia Yera Jaime
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19 Febrero 2018

Languidece, aunque no sabe cómo ni cuándo se dieron los primeros sí­ntomas. Más de cinco décadas pesan sobre los hombros multitudinarios.

Años de incesante vigilancia colectiva, trabajos voluntarios y convocatorias a donaciones de sangre. Hay sitios donde se aparenta cansancio, pereza, desgano. Sufren de apatí­a y, por momentos, no responden a estí­mulos de la vida emocional, social o fí­sica. Por suerte, la enfermedad no es crónica, aunque pudiera ser contagiosa.

Ilustración de Martirena sobre renovación en los CDR
(Ilustración: Martirena)

¿Qué provoca la dolencia de esos Comités de Defensa de la Revolución? ¿Cómo solucionarlo? Hay fuerza revolucionaria, solo que parte de las nuevas células llegan hinchadas de consumismo y enajenación. Otras, alienadas, pero no subversivas, se encuentran un tanto morosas. Sin embargo, existe una cura: rebatir allí­ el mutismo, convencer, explicar.

Debe renacer con fuerza el talento natural, explotar lo propio, lo indócil y transformador que late en su pecho. Rumbo al 9.o Congreso se trabaja en un tipo de tejido conjuntivo que aúne, proteja y auxilie su ser; que aporte a la defensa ante infecciones que buscan corromper la ideologí­a; que propicie intercambios de sueños, anhelos y metas en pos del bien común; que logre un trabajo inspirador de igual a igual, sin prejuicios ante las costumbres de los tiempos modernos, para así­ salvar las raí­ces.

Los CDR siguen ahí­, altruistas desde su sitio, pero prima que circule   la savia joven. Es tiempo de que caigan viejos muros y los más de ocho millones y medio de cederistas, longevos o bisoños, sean sinceros, crí­ticos y edificadores. Dicen que no se reúnen, mas los codos se fraguaron en auxilio cuando azotó, poco antes del aniversario, el huracán Irma.

Negar los sí­ntomas serí­a herir de muerte la organización, ahogarla en el virus de la extrema apologí­a y el triunfalismo. Hay que integrarse y enriquecerse colectivamente, purgar los vicios del «yoí­smo » y la inercia económica, abrir la puerta y poner un tanto la vista en los metros circundantes. CDR somos todos, y la contemporaneidad exige, para bien, cambiar.

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