Languidece, aunque no sabe cómo ni cuándo se dieron los primeros síntomas. Más de cinco décadas pesan sobre los hombros multitudinarios.
Años de incesante vigilancia colectiva, trabajos voluntarios y convocatorias a donaciones de sangre. Hay sitios donde se aparenta cansancio, pereza, desgano. Sufren de apatía y, por momentos, no responden a estímulos de la vida emocional, social o física. Por suerte, la enfermedad no es crónica, aunque pudiera ser contagiosa.
¿Qué provoca la dolencia de esos Comités de Defensa de la Revolución? ¿Cómo solucionarlo? Hay fuerza revolucionaria, solo que parte de las nuevas células llegan hinchadas de consumismo y enajenación. Otras, alienadas, pero no subversivas, se encuentran un tanto morosas. Sin embargo, existe una cura: rebatir allí el mutismo, convencer, explicar.
Debe renacer con fuerza el talento natural, explotar lo propio, lo indócil y transformador que late en su pecho. Rumbo al 9.o Congreso se trabaja en un tipo de tejido conjuntivo que aúne, proteja y auxilie su ser; que aporte a la defensa ante infecciones que buscan corromper la ideología; que propicie intercambios de sueños, anhelos y metas en pos del bien común; que logre un trabajo inspirador de igual a igual, sin prejuicios ante las costumbres de los tiempos modernos, para así salvar las raíces.
Los CDR siguen ahí, altruistas desde su sitio, pero prima que circule la savia joven. Es tiempo de que caigan viejos muros y los más de ocho millones y medio de cederistas, longevos o bisoños, sean sinceros, críticos y edificadores. Dicen que no se reúnen, mas los codos se fraguaron en auxilio cuando azotó, poco antes del aniversario, el huracán Irma.
Negar los síntomas sería herir de muerte la organización, ahogarla en el virus de la extrema apología y el triunfalismo. Hay que integrarse y enriquecerse colectivamente, purgar los vicios del «yoísmo » y la inercia económica, abrir la puerta y poner un tanto la vista en los metros circundantes. CDR somos todos, y la contemporaneidad exige, para bien, cambiar.