Un Señor que casi todo lo puede

Especulación, puja, mejores postores, lucrar con las necesidades del pueblo. ¿Hasta cuándo mantener en subasta el esmirriado bolsillo de los que viven al dí­a? 

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Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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24 Junio 2018

Crecí­ escuchando las historias de mi abuela, y ella, a su vez, me vio crecer contando las historias sobre un pasado que no fue el suyo. Porque en ese entonces ya no habí­a Parque Vidal con espacios para blancos y negros, sino una plaza de recreo sin condicionantes raciales. Tampoco existí­an tiendas para ricos y tiendas para pobres; ni colegios privados para adinerados, sino escuelas públicas para todos los cubanos.

Así­ crecí­ y he vivido, guiada por un afán de igualdad. Por eso duele ver cómo son tolerados algunos hechos que, además de lacerar los valores de un pueblo que ha batallado contra viento y marea por una sociedad justa, nos dividen y crean diferencias.

Ilustración de Martirena
(Ilustración: Martirena)

Digamos el viejo asunto del precio de las motos con destino a la Universidad, que ya pasa de castaño oscuro. Todo continúa igualito: los apurados pagan diez pesos y los «no apurados » esperan pacientemente en la cola de los cinco pesos. E, incluso, existe otra modalidad, la moto de alquiler, que se roba el show de las colas matutinas, mientras la hilera de los apurados también refunfuña. Sin embargo, ya nadie reclama.

El dí­a que tuve el «honor » de ir en primera categorí­a o sea, apurada sentí­ vergí¼enza de mí­ misma. Pasé por delante de viejos profesores, de antiguos colegas, de otras tantas personas que ni tienen ni pueden darse el lujo de gastar casi todo su salario en transporte. Para mí­, ese dí­a fue la excepción y me salió muy cara: no por el gasto de más, sino porque la impaciencia me restregó en la cara mi mal parada convicción.

Mas ¿cuántos dedican un minuto a reflexionar sobre el asunto? ¿Cuántas minorí­as se aprovechan por lo que fuere de las flaquezas monetarias de los más? Si hay acierto en toda esta historia es el haber logrado que las necesidades de hoy dí­a conviertan nuestra rutina cotidiana en un sálvese quien pueda… Pero no. No impugnaré las resoluciones que amparan la oferta y demanda, sino a quienes admiten las posturas discriminatorias de los motoneteros, se prestan al juego y caen en la trampa de los especuladores. Solo me pregunto: ¿Hasta cuándo mantener en subasta el esmirriado bolsillo de los que viven al dí­a?

Especulación, puja, mejores postores, lucrar con las necesidades del pueblo. Reverencia al dinero. ¿Qué más puedo decir? Sí­, que algunos santaclareños se han acostumbrado a comprar el tiempo. Que muchos los más, desde la fila en que se encuentran, observan callados, «disciplinadamente », conscientes de que su dinero no les alcanza para entrar en el juego del quién da más.

La historia anterior no es excepción, sino que se repite hasta en algunas barberí­as. Pero sí­,   existen quienes rechazan, quienes no se dejan humillar, porque «no tengo que aguantar la falta de respeto con mi dinero, que no es falso, sino contante y sonante como el de los demás », al decir de Cuco, uno de nuestros lectores.

Sin embargo, la historia de querer comprar el tiempo supera la detestable oferta y demanda, y trasciende múltiples escenarios y situaciones.

En la farmacia, en las oficinas de trámites, en los establecimientos gastronómicos e, incluso, en el «fino » teatro, se «aceptan proposiciones », en las propias colas, en detrimento del sacrificio y las madrugadas de otros ciudadanos. Es que hoy el dinero está pujando por hacernos diferentes, porque le hemos dado curso legal para comprar lo que antes no se podí­a en Cuba.

De tales situaciones pudiéramos interpretar que a muchos también les convino la crisis coyuntural a raí­z de las aguas caí­das.

Por ejemplo, ante la afectación del puente de Seibabo por los embates de la tormenta subtropical Alberto, la ruta Santa Clara-Mataguá se dividió en dos secciones: Mataguá-Seibabo y Seibabo-Santa Clara. Si antes los pasajeros abonaban cinco pesos a los camiones particulares por transitar la ruta completa, luego de la obstrucción debieron pagar lo mismo por solo la mitad del tramo. Sin embargo, la actitud del Consejo de Defensa Provincial dio al traste con las intentonas de aprovecharse del pueblo.    

Cuenta una mujer de Cajamarca, Perú, que la «lógica » social de su paí­s habí­a simplificado radicalmente el ancestral conflicto del indio y del negro latinoamericanos a una fórmula moderna. «Ahora es más simple: están los que tienen y los que no tienen. Indio con dinero, negro con dinero, valen lo mismo que un blanco con dinero. Igual es invisible blanco sin dinero, que indio y negro sin dinero ». Odié sus historias de divisionismo social y casi me jacté de no tener que vivir entre bestias.

Nunca quisiera que el chovinismo me hiciera meter la cabeza bajo tierra, como el avestruz. No es la economí­a, no, la que nos hace convertirnos en peores personas. Es el hipnotismo reprochable de don Dinero, que todo o casi todo lo puede.

Y digo casi, porque nunca será suficiente cualquier capital monetario para comprar la dignidad y la moral de las miles de personas que habitan y trabajan honestamente de esta ciudad, Santa Clara.  

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