En estos días, cuando las temperaturas sobrepasan los 30 ºC, los abanicos ganan protagonismo y la ropa resulta irresistible, una frase resume el sentimiento unánime de los villaclareños: «Hace tremenda calor ». Sí, así mismo, sin la concordancia de género que siempre reiteran nuestros profesores.
En parques, tiendas, paradas, en cualquier horario y sin distinción de edad ni sexo, retumban por doquier exclamaciones acerca de «la calor ». Me sorprende cada vez más la frecuencia con que se emplea la frase en cuestión.
«Hay "mucha calor", no puedo más », exclamó ella moviendo la mano, abierta repetitivamente con el frenesí de quien necesita una ducha mientras las gotas de sudor se deslizaban cejas abajo. Y yo, por dentro, loca por expresarle que sí, que es cierto lo del calor que nos maltrata a todos los seres humanos, pero también a nuestro idioma, víctima de tal frase quejosa relacionada con el calentamiento global.
¿La explicación? No la tengo ni me acerco a imaginarla. Quizá sea como el «vite » del matancero, el «compay » de los granmenses o la «cubalse » de los camagí¼eyanos. Una de esas expresiones que llegaron para quedarse, que están ahí, como el pan nuestro de cada día, y que a contrapelo de lo dictado por la Gramática no se despegan de la cotidianidad.
Pero sí debe quedar claro que calor es un sustantivo masculino; por tanto, el artículo que lo acompañe debe concordar en ese mismo género. Entonces, a luchar contra «la calor », con abanicos en acción y alguna que otra clase de Español para sobrellevar este verano.