La guerra y la paz

En julio, una «guerra» advertida azotó los vecindarios cubanos. Calor sofocante. Gritos. Invasión de cuadrillas justicieras. Deportes a todo volumen. Mariachis en casa del cumpleañero. «¡Que llegue septiembre!»

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Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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29 Agosto 2018

Es temprano. La noche promete. Los guerreros salen salvajemente por la puerta de su casa. Comienza la guerra. Una hilera de petardos improvisados pone en alerta al vecindario, que se impacienta.

La tregua habí­a sido larga desde que el pasado septiembre los luchadores tuvieron que deponer las armas. Un duro golpe para la cuadrilla justiciera, pero diez meses después, un torbellino de gritos inicia el combate.

« ¡Paz! », grita una pareja desde el balcón. Otro par de vecinos, que no temen, les viran los ojos en blanco. «Si no es a esta hora, cuándo… », murmuran entre dientes y se sientan calmadamente en la acera. Predicen el desenlace.

Ilustración de Martirena
(Ilustración: Martirena)

Ni la oscuridad estorba la visión de los luchadores que preparan la invasión. Se juntan, trotando, dos guerreras de muy corta edad. Solo sus cabellos estorban las maniobras. Pero las pequeñas luchadoras hacen un gran moño en el centro de sus cabezas y el sudor frí­o les refresca la nuca.

El correteo. Los petardos en las cuatro esquinas. La luz del alumbrado público, que ha revivido, comienza a parpadear. Dos luchadores presentan náuseas y tienen que abandonar el combate. Pero quién dice que un par de bajas temporales suponen el fin de la contienda barrial.

Un arrebato ordena revancha al batallón. Y el pequeño desliz de un guerrero emocionado desví­a el simulacro hacia una verdadera hecatombe. Punto final a la lúdica imaginación de los niños. Comenzaron los puños. Y las mordidas.

Gritos. Calor. Los perros que ansí­an seguir el jolgorio infantil. Deportes a todo volumen. Mariachis en casa del cumpleañero. « ¡Que viva el verano! », grita una señora desde su sillón, también en la acera. « ¡Alto al fuego! », reprocha la pareja cascarrabias desde el balcón. « ¡Que ya ni la novela se puede ver! » « ¡Que llegue septiembreeee! », rezan a los cuatro vientos.

Un amasijo de niños, amelcochados de pies a cabeza, son separados por la fuerza. El rompegrupos abandona el ring. Es conducido a casa. Pero un fuerte olor a chinche, mezclado con agua de cuneta, envenena a su madre y la convierte en malvada persona. Entonces, el niño será condenado a la peor de las torturas: « ¡Directo a la ducha! ».

El resto de luchadores, guapos y bravucones, cuyas familias no logran enlazarlos a pesar de la corrida de toros, se sientan en la acera, con las caras muy largas. Sin embargo, nadie duda de que regresará la paz al vecindario. Por poco tiempo. Porque mañana y por lo que queda de verano, a la misma hora y en el mismo lugar, la suerte estará echada.

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