Cuida’o con «la cosa » que muerde calla’

A veces tratamos a los demás y, por tanto, somos tratados, como poco menos que estorbos con zapatos. De una u otra forma, «la cosa» está difí­cil para la mayorí­a.

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Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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27 Agosto 2018

«La cosa está dura », dijo, con el sol estampado en el cogote y un ligero temblor en los labios manchados por el tabaco. «Avemarí­a purí­sima, ¡qué clase de calor! », le respondió la abuela que se abanicaba con el tarjetón del Captopril, mientras estiraba una jaba sobre la acera y se dejaba caer con gestos de muñeca de trapo.

Veinte o treinta personas más les siguieron la cantinela quejosa. Bajo la intemperie de un mediodí­a odioso habí­an aguardado, durante más de tres horas, por su turno para entrar a la farmacia.

Ilustración de Martirena
(Ilustración: Martirena)

De pie o recostados a un poste. Demasiado viejos para acuclillarse; demasiado necesitados para irse. Dentro del local amplio, fresco y oloroso a remedios e infusiones dulces solo la chica que despacha y un mensajero con no sé cuántas libretas de abastecimiento: llegaron las almohadillas sanitarias.

El señor de labios manchados asomó la nariz a través de la puerta para averiguar por qué «la cosa » ¡que ya estaba dura! demoraba tanto.

Esta farmacia no ofrece servicio de urgencias, ¡y se me quita de ahí­!, que hoy trabajo sola y aquí­ dentro no puede haber más de un cliente.

Claro, porque tú estás a la sombra y con ventilador…

La chica de bata blanca y moño recogido con un lapicero nunca levantó la mirada de sus anotaciones. Solo murmuraba, entre fastidiada y desentendida, como quien devela por lo bajo una verdad elemental: «Así­ están las cosas ».

¿Las cosas? ¿O las personas? ¿O será que en algún punto del camino se torció el rumbo de tal manera que treparon sobre la gente y les dieron un puntapié?

A veces, incluso, tratamos a los demás y, por tanto, somos tratados, como poco menos que estorbos con zapatos. Y no influyen en esta situación ni dueños estatales o privados ni contextos especí­ficos: todos vivimos y padecemos situaciones similares. De una u otra forma, «la cosa » está difí­cil para la mayorí­a.

Los padres de niños pequeños, porque desde hace semanas la mayorí­a de los culeros desechables de la provincia se venden en las candongas de la zona hospitalaria a 18, 20 y 22 CUC el paquete; las familias de vacaciones, porque el cerdo echó alas y, cuando «aterriza », la libra no baja de 40 CUP; el vendedor de helados, comprando vasos re-re-reciclados de sabrá Dios dónde tampoco tiene otra opción, y el que los consume, convencido y tranquilo porque «al cubano no le entra na’ »;   la ciudad, con sus vertederos acorralando esquinas, mientras se destinan miles con tal de limpiarle la cara y recordarle que siempre fue bella.

Y para justificar el estado actual de «la cosa » individual y/o colectiva, sobran razones ya clásicas de tanto mascarlas. Lo imperdonable del asunto, sin embargo, es que seamos los del pueblo los grandes perjudicados por la doble moral de quienes pueden y deben definir soluciones, y la de los que, como ciudadanos responsables de nuestro rol social, nunca debimos asimilar lo inaceptable sin antes hacer valer los derechos constitucionales que nos asisten. De hecho, exigir explicaciones cuando da lugar, constituye una de las formas más puras de la civilidad.

Por ejemplo, que Comunales recogiera los contenedores azules para que los desalmados no les hurtaran las ruedas.

O que en los hospitales «desaparezcan » los barandales metálicos de las escaleras.

O que se construyeran en el área del Sandino quioscos para el expendio de alimentos, sin toma de agua ni fregadero.

O que la condición de asalariados nos marque como a los 17 hijos del Coronel Aureliano Buendí­a, en Cien años de soledad con una cruz de ceniza en la frente, en señal de inevitable predestinación al vivir a merced del featuring Oferta y Demanda.

Y sí­, puede que «la cosa » nos traiga al galope y con sed, aún cuando comprendemos que se hace mucho para que los esfuerzos y posibilidades del paí­s rindan al triple. Sin embargo, tampoco tenemos por qué normalizar y extender absurdos e injusticias que se abrieron paso en lo interno, al no encontrar una resistencia efectiva.

A golpe de mansa asimilación ni se educan hijos ni se resuelven problemas, y no hay por qué tocar fondo para que, más temprano que tarde, las cosas mejoren.

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