El dos de noviembre de 2016, Neiro Cabrera Trujillo se levantó media hora antes de las cuatro de la madrugada para llegar entre los primeros a la farmacia Campa, de Santa Clara. Ochenta y tres años. Asmático crónico e hipertenso.
Desde la medianoche caía sobre la ciudad una lloviznilla fastidiosa que mojaba menos que un estornudo fuerte, aunque lo había empapado todo.
A Neiro lo disgustó bastante el percatarse de que, como él, muchos otros habían decidido espantar el sueño con tal de aumentar sus posibilidades de adquirir los medicamentos. Lo separaban un par de metros de la puerta de la farmacia. Sin embargo, ni siquiera tuvo tiempo de indagar por «el último ». Resbaló sobre la acera de granito y fue a parar al contén: un tajo abierto en la cabeza, cuatro horas inconsciente y el fémur derecho fracturado necesitó cirugía y una recuperación que lo postró en la cama durante seis meses. Hoy tiene 85 años, persisten el asma y la hipertensión y añadió un bastón a su rutina.
También en noviembre, pero del 2017, y también en una farmacia santaclareña la ubicada en la esquina de las calles Marta Abreu y Alemán, ígueda Ponce se presintió más cercana a la muerte que al mundo de los vivos. Cocinera jubilada, setenta y nueve años; anginas de pecho y antecedentes de un infarto cerebral.
«Llevaba mis dos tarjetones y los tres de mi esposo, que en ese momento estaba inhabilitado por una fractura de cadera. Estuve siete horas en la cola y, cuando llegó mi turno, apenas pude adquirir dos de los cinco medicamentos que necesitábamos, ¡y ni siquiera alcanzaban para todo el mes!
«La joven que despachaba informó que vendían la mitad, para “estirarlosâ€, pero yo no sé qué tipo de beneficio puede haber en seguir un tratamiento incompleto. Al calor de la discusión sentí una fuerte punzada en el centro de la frente y se me hacía difícil articular las palabras y coordinar las ideas. Alguien me sostuvo antes de que cayera al suelo. Según me contó mi hija, terminé en el Hospital Viejo, con la presión en 185 con 100. Dicen los médicos que aún no saben cómo no tuve otro accidente cerebrovascular ».
Nueve días atrás, llegó a la redacción de Vanguardia una carta dirigida a mí. La remitente, Coralia Cabrera Pérez hipertensa severa, contaba sus vivencias del pasado ocho de noviembre en una cola de 16 horas frente a la farmacia del policlínico Santa Clara. Con 73 años cumplidos, toma Enalapril dos veces al día. En octubre no pudo adquirir el fármaco, y si su salud no se resintió, fue gracias a la caridad de quienes le regalaron algunas pastillas para paliar posibles urgencias.
«Éramos más de 200 personas. A las 2:30 pm tuvo que venir la policía a tranquilizar la cola por la fajazón que había, y a las siete de la noche se formó otra bronca porque un joven vio a una empleada de la farmacia sacando medicamentos para una persona que la esperaba en la calle, y decidió salirle al paso. Además, los que compraron primero son los mismos de siempre […], les permiten comprar con muchísimos tarjetones y una se da cuenta de que las dependientes y la administradora ya los conocen ».
Hubo quien durmió en el portal de la farmacia desde dos días antes: el necesitado, el que revende el excedente, y el «colero » que se gana de 20 a 50 pesos por cada tarjetón. A Coralia, como a ígueda y otros miles de cubanos enfermos que sobreviven a esta crisis dilatada como ojo de huracán, solo le despacharon una versión racionada de su tratamiento. « ¿Y qué tomo en los restantes 15 días del mes?, porque yo no sé cuándo volverá a entrar el Enalapril ».
De los 761 fármacos aprobados por el Ministerio de Salud Pública en el «Cuadro básico de medicamentos y productos naturales » del 2018, Villa Clara demandó 732. O sea, prácticamente todos.
Las Enfermedades Crónicas No Transmisibles (ECNT) constituyen una pandemia en el territorio, considerado asimismo entre los más envejecidos del país. De hecho, de acuerdo a la edición del pasado año del Anuario Estadístico de Salud, la prevalencia en la provincia de diabetes mellitus, hipertensión arterial y asma bronquial por solo citar tres de las patologías más recurrentes en nuestra población, se estableció en 56.6, 227.6 y 94.0 por cada mil habitantes, respectivamente.
La insuficiencia de fármacos en Cuba ya transita rumbo a su tercera temporada desde junio del 2016, según la declaración oficial del Minsap, y a principios del actual año, por decisión ministerial, se establecieron un grupo de ordenanzas encaminadas a priorizar el abastecimiento a los programas de atención más sensibles, a reestructurar la dispensarización, y a implementar un nuevo modelo de recetas y registros institucionales. ¿El objetivo?: «ensillar » el descontrol y acortarle las bridas a los pedidos sobregirados.
Sin embargo, puede que los nuevos mecanismos hayan reordenado las cuestiones internas del Minsap, pero la cruda realidad es que la adquisición de cualquiera de los fármacos controlados y de otros de uso cotidiano, como la Dipirona se estima que la demanda nacional es de 1000 millones de tabletas anuales, es asumida socialmente como un momento traumático, agresivo y angustiante. Casi como un naufragio.
Ancianos mordidos por el sol y el sereno. Filas interminables de caras serias, de murmullos ácidos. Una sola persona para despacharle a cientos ¿en qué otras tareas podrían ocupar a los demás trabajadores en días como esos?. El/la que llega con 15 tarjetones de 15 extraños y compra entre los primeros. Los «discapacitados » sin carnet ni evidencia física alguna que, de paso, le resuelven a media docena más. Y lo peor de todo: el anuncio, tras medio día de espera, de que el medicamento X se terminó en el área de venta, «pero lo tenemos aquí detrás, en el almacén, aunque hay que hacer el papeleo para sacarlo y ya hoy no se puede. Regresen mañana tempranito ».
Claro, regresen, y es posible que encuentren a varios de sus «colegas de cola » del día anterior revendiendo a tres pasos de la farmacia la Ranitidina, la Triamcinolona, la Hidrocloriotiazida… De hecho, en cualquier candonga de la capital provincial, le proponen fármacos traídos del exterior como si se tratara de una venta de botones: Diclofenaco, Ibuprofeno, Paracetamol, hipotensores de varios tipos, más rentables, incluso, que los expedidos por CUC en la farmacia internacional.
La enfermedad mueve instintos de toda naturaleza, y muchos conocen de historias donde por amor al prójimo, bondad y la capacidad de colocarnos bajo la piel del enfermo, la gente comparte lo poco que tiene. No obstante, la buena voluntad de algunos es apenas una quilla de madera entre dos fuerzas aplastantes. Institucional y organizativamente se puede y se tiene que hacer mucho más.