Pocas cosas son más tristes que no sentir ningún apego por la ciudad que te vio crecer e incentiva tu espíritu. Ese sentimiento de desa rraigo ha llevado a algunos al extremo de cometer actos de vandalismo insensatos, con el único propósito de hacer daño, destruir y afear lo que otros se han esforzado por crear y embellecer.
Lo ocurrido en el remozado Boulevard de Santa Clara, el sábado antepasado a altas horas de la noche, merece tal calificativo. Insensatos trasnochadores, sin ton ni son, volcaron y destruyeron varias de sus jardineras, quizá bajo los efectos del alcohol y, de seguro, con una alta dosis de incultura e indolencia ciudadanas.
Sucesos como estos no son tan aislados ni, mucho menos, privativos de la capital de Villa Clara, al que podemos sumar las reiteradas roturas, durante los últimos fines de semana, de las señalizaciones de tránsito en la Carretera a Camajuaní en el tramo comprendido entre el Monumento a la Acción contra el Tren Blindado y el Servi-Cupet del Capiro, y en otros lugares de la ciudad.
Nada justifica esos irracionales actos de depredación, solo la pérdida del sentido de pertenencia y de valores cívicos a niveles preocupantes, pues se trata, en no pocas ocasiones, de adolescentes y jóvenes que descargan una ira injustificada contra los bienes patrimoniales de la ciudad, pertenecientes también a quienes en ella viven.
Lamentablemente, se ha llegado a un deterioro de normas cívicas y de comportamiento que pueden lacerar el modelo de sociedad que pretendemos construir y el prototipo de hombre nuevo que estamos formando. Problema complejo que debe ser revertido con el concurso de todos, y el cual estamos aún a tiempo de lograr, pues tienen el rechazo de una inmensa mayoría de la población.
No bastan, nunca han bastado, métodos coercitivos. Esos que en buena medida son necesarios para reprimir este tipo de conductas irreflexivas e inaceptables socialmente.
Pero resulta imprescindible la labor mancomunada de la sociedad; en especial, de esa triada indispensable en la educación y regulación de la conducta de cualquier persona: familia-escuela-comunidad.
Lo complicado es el cómo lograrlo. Pienso que el primer paso sería reconocer la existencia del problema, ya sea como padre, maestro o integrante de cualesquiera de las instituciones formativas existentes, y proponernos enfrentarlo de manera cohesionada e inteligente.
La educación cívica, el conocimiento y amor por la ciudad pudieran ayudar mucho a no incurrir en actos como los anteriormente descritos. Está probado que no se ama lo que no se conoce; tal como dijera nuestro José Martí, «de amar las glorias pasadas se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas ».
¿Quién en Santa Clara no siente orgullo de su Parque Vidal, Monumento Nacional, con la estatua de la Benefactora Marta Abreu en su centro, y los centenares de pajaritos negros que llegan cada atardecer para cubrir los hermosos árboles citadinos?
¿Quién en Sagua la Grande no siente admiración por las caudalosas aguas del Undoso y el puente El Triunfo que une a ambos lados de la ciudad?
Y en Placetas, ¿existe alguien sin sentir amor por sus centenarios laureles, los mismos que le han dado sobrenombre a la ciudad?
Similar sucede en cada uno de los lugares de nuestro territorio villaclareño, pues se quiere y defiende el terruño local, donde se ha nacido, ya sea en la capital provincial o en el más recóndito de los parajes.
Mas, todo esto debemos cultivarlo en el día a día: en la casa, en la escuela, en el barrio. El lugar no importa, lo esencial es que se haga. Solo nosotros mismos podemos impedir que se imponga la barbarie y se desate la fiera escondida que, en ocasiones, brota de nuestro interior, para lo cual un buen antídoto resulta el conocimiento de la historia, la cultura, los valores cívicos. Unido, en mi apreciación, a un enfrentamiento decidido al alcoholismo, que considerable daño causa en la juventud.
Para combatir la incivilidad y el desa rraigo no hay recetas únicas, pero cualesquiera de ellas pasan por la voluntad de formar hombres de bien, no sietemesinos ni aldeanos vanidosos, como nos pidiera el Apóstol Martí y nos enseñara Fidel.