

Hace rato lo esperaba. Creo que siempre tuvo un presagio que le hablaba de él. Una sensación de hallarlo en algún momento, sonriendo, en cualquier esquina de su vida.
El primer día no lo imaginó en su futuro. Hasta le caía un poco mal. Después conoció su magia, y le empezó a gustar verlo de perfil, sentado frente a su computadora, mientras le tomaba fotos y le hablaba de la historia de amor de Julio Antonio Mella y Tina Modotti, porque como ellos también comenzaron a quererse serio, tempestuosamente.
Cuando se acurrucó en su pecho sintió que le quedabas a la medida. Entonces lo besó despacio, con los ojos cerrados y voló, volaron juntos a otra galaxia, a otros mundos y planetas.
La primera vez que salieron estaba tan nervioso y eso lo hizo lucir encantador. Ella venía de un naufragio y él dibujó un puerto, la invitó a desembarcar sus dudas.
Así fue como ancló sus sueños en los suyos y comenzaron a andar. Comenzaron a andar sin aspiraciones de llegar a tanto y llegaron a todo.
Con él aprendió que la felicidad puede estar en un viaje en bicicleta, mientras recibe un beso en el cuello y pone frases dulces en su oído.
Con él aprendió que puede ser ella, ella con su mochila cargada de miedos, ella con sus luces y sombras.
Con él aprendió que la vida siempre regala nuevas oportunidades, que cuando ya piensas que tienes que rendirte puede sorprenderte el amor.
Con él aprendió que no hace falta una sombrilla que resguarde el corazón.
Con él confirmó algo que ya sabía: las personas maravillosas andan por ahí disfrazadas de seres normales. A las personas maravillosas hay que descubrirlas, pero el día que lo haces, el día que llegas a la esencia con la que encantan, ese día no hay vuelta atrás, pues como diría la poeta dominicana Martha Rivera Garrido, de una persona con magia jamás se regresa.