La modernidad impone ciertos tecnicismos, sobre todo en el lenguaje. Se habla de fake news o mitos y noticias falsas como me gustaría llamarlo para lograr mejor comunicación, y a raíz de la aparición del coronavirus es mucho lo que circula en redes sociales, en comentarios callejeros, o entre esos personajes que siempre aparecen como voceros y son los que se declaran «catedráticos » sobre determinados temas.
Mucho de lo que se ha dicho es totalmente erróneo, diría tóxico. Titulares que hasta han señalado: «Médicos caen operando el coronavirus » y esto viene como nocaut directo a la mandíbula. Confieso que me dejó por unos segundos paralizado porque, señores: ¿un virus es operable? ¿Hasta dónde llega la credulidad humana?
Otro de los criterios incoherentes afirma que se ha producido, de manera intencional, para exterminar a la población geriátrica, o que el fenómeno fue diseñado por el gobierno chino a fin de provocar esterilidad en los hombres.
Y para ponerle la tapa al pomo, algunos dicen que puede mutar y hacerse informático. En realidad no me explico cómo en pleno siglo XXI, en una era dominada por los adelantos científicos, se les dé credibilidad a estos infortunios.
Hace apenas unos días la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió sobre el peligro de caer en la denominada «infodemia » o corriente de total desinformación que se propaga más rápido que el propio agente viral.
Ni más ni menos, la inmediatez de las redes sociales, la intencionalidad y su empleo a favor del mal, provocan un «apocalipsis » desmesurado e increíble.
Mas, hay tela por donde cortar. La propia OMS aseveró que las altas temperaturas y la humedad no matan al COVID-19, contrario a lo que se había planteado en un inicio. Criterios fundamentados también dan fe de que ni el frío ni la nieve lo exterminan, y que puede subsistir en una superficie desde unas horas hasta varios días.
En este mundo absurdo he visto afirmaciones de que el calor desprendido por un secador de pelo o de manos muestra efectividad, u otro de los conceptos erróneos en torno a la aplicación favorable de antibióticos. ¡Qué horror!, estos medicamentos están destinados para matar bacterias, nunca virus.
Ya que andamos en el universo de los fármacos, no crea que las vacunas contra la neumonía ejercen un efecto positivo sobre el nuevo coronavirus, como algunos han plasmado sin el más mínimo conocimiento en este campo.
Tampoco resulta afirmativo que un baño con agua caliente beneficie, y menos que la afección pueda trasmitirse a través de la picada de un mosquito.
Lo cierto es que la mejor manera de protegerse coincide con la asistencia al médico ante un cuadro clínico que evidencie una enfermedad respiratoria, sin olvidar el lavado de las manos como fuente para eliminar el virus presente en estas, y cortar así las infecciones por tocarse los ojos, la boca o la nariz.
El uso del nasobuco arrastra también innumerables contrastes. Muchas veces ofrece una falsa protección porque se utiliza de manera inadecuada y provoca un efecto contrario. Ello conlleva a que acelere o conduzca a riesgos de trasmisión. Sepa usted que el dispositivo exige cambiarlo cada dos o tres horas, pero si se humedece será necesaria su reposición, y no debe tocarse con las manos ni situarlo en diferentes lugares.
Bajo total responsabilidad personal está el hecho de evitar aglomeraciones en espacios cerrados. Un llamado final se impone. Si las personas desean estar informadas sobre la actualidad de los acontecimientos, busque fuentes verídicas y oficiales, y en el orden personal ser razonables con lo que se publica en las redes sociales o en otras plataformas que se alejan de la veracidad.
Y por favor, tengamos un sentido común a la hora de los chistes ya que la risa no debe partir ni apoyarse en el dolor ajeno.
Analicemos la vida, la realidad, y alejémonos de lo inverosímil de la vox populi, a fin de no contagiarnos con otro virus terriblemente dañino: el de la complicidad con los absurdos.