A los cubanos nos encanta la soga al cuello:
Besos y abrazos por las esquinas.
Fiestas nocturnas de jóvenes contentos que parecen venir de otro planeta.
Ciudadanos cuyas bocas y narices están al descubierto, como en aquellos días donde el nasobuco era una pieza privativa de hospitales, médicos y enfermos.
No sé en tus oídos, pero en los míos las palabras brote, rebrote y desescalada fallida causan un frío conocido de miedo y desesperación.
Igual que al principio.
Imagínate que estuviéramos tres meses, tres meses más, confinados en casa. Con la incertidumbre de qué pasará, si le tocará a los tuyos.
Con la inseguridad de que el dinero escasea para alimentar, porque no trabajas. Ni tú para comprar, ni alguien para producir.
Conviviendo con el hecho de que la vida se quedó en stand by por la maldita cadena de sucesos que iniciaron en un país asiático, lejano, y no tuvo freno en el mundo.
No hasta ahora.
Entonces fueras feliz si el sentido común poseyera a todos, implacablemente. Te cuestionas qué tan difícil será cumplir las medidas de prevención, aquellas pautas sencillas y básicas que pudieran marcar el cambio: el alivio transitorio hasta que llegue la cura definitiva.
Molesta ver cómo las personas se sobreexponen y sobreexponen a otros al peligro en espacios cerrados, aunque sepan de memoria los «versículos » del gran Dr. Durán.
Entristece ser testigo de cómo los adultos, en plena fase 1, llevan a los pequeños a las calles, en apogeo mañanero de colas y coleros cuyos fines «justifican » los medios.
Sientes impotencia al saber que algunos choferes hechos y derechos, privados y estatales, pasaron la página del discurso sanitario y de bien social. Tanto tú como yo somos conscientes de que la crisis económica arrecia, que el bolsillo duele y que no existen maneras terrenales de una transportación totalmente segura.
Al menos, ¿dónde está el minuto de la desinfección de manos, aunque la ruta demore más de lo establecido?
Hagamos un examen colectivo de conciencia a cada paso por esta provincia y encuentren las respuestas:
¿Todas las instalaciones gastronómicas están ajustando sus estrategias de venta a las nuevas exigencias sanitarias?
¿Los centros de trabajo redujeron al mínimo la posibilidad de un contagio entre sus trabajadores?
¿Continuamos nosotros, en cada uno de los hogares, con los protocolos de higiene al llegar a casa?
Tal vez no falten los recursos, y tengamos agua y jabón, alcohol u otro líquido desinfectante a mano. Sin embargo, el proceso de desgaste nos hace perder la noción del peligro.
Ahora que el verano nos tocó a las puertas en medio de un contexto jamás visto por nuestras generaciones, cuando la enfermedad amenaza con ser una endemia que vivirá entre nosotros, precisamos un movimiento exprés de conciencia. Como tú, a mí también me crea conflictos que esta nueva normalidad desajuste mis modelos de actuar. No obstante, pienso en la desazón de los tres meses anteriores y me convenzo de que no hay más alternativa que fortalecernos.
Recientemente, Díaz-Canel insistió en la necesidad de seguir estimulando el comportamiento responsable de todos los cubanos. Y lo haremos desde los medios de comunicación, siempre con un sentido objetivo que no ofrezca espacios a las malinterpretaciones
En un mundo ideal, no haría falta otra cosa. Sin embargo, en el nuestro, la civilidad no es un acto humano espontáneo, sino una actitud condicionada por la fuerza o debilidad de la ley:
¿Cómo actuarán las autoridades sanitarias? ¿Con justeza y sistematicidad? ¿Se hará un seguimiento a cada uno de los espacios juveniles donde la poca percepción de riesgo va in crescendo, mientras avancemos hacia etapas futuras?
Precisamente, este es el segmento poblacional que más me preocupa. Porque, desde el principio, las campañas internacionales nos hicieron creer falsos mitos de inmunidad y fortaleza. Resta, desde la familia, insistir en la responsabilidad individual.
Entiendo que es una tentación muy fuerte el querer volver a la «normalidad ». Y lo seremos normales, en tanto vayamos con calma y, en ese proceso, seamos capaces de reinventarnos.