Varias veces me pregunto cómo es posible que en pleno siglo XXI, dominado por el desarrollo científico y tecnológico, una parte de la sociedad involucione y olvide reglas o detalles tan elementales que en toda época han formado parte de la vida.
¿Será acaso que el vocablo «gracias » y sus acciones derivadas pertenecen a un diccionario de la prehistoria? Y no le echen la culpa de su omisión a la juventud, porque ya sucede en generaciones que pueden incluirse en el grupo de la llamada tercera edad.
Hace unos días, por la esquina de Luis Estévez y Martí iba una señora acompañada de una adolescente supongo que era la nieta, y por cortesía le cedí el paso. Ni una ni otra me agradecieron el gesto. Entonces tomé yo la iniciativa y di las gracias para ver si reflexionaban y les asomaba un poco de vergí¼enza.
Y no es el único caso. Sucede con otras personas mayores, con embarazadas, con madres que llevan cargados a sus hijos pequeños o con aquellos que trasladan una carga pesada y queremos ser corteses, cediéndoles el paso, ayudándoles en algo…
De manera similar ocurre cuando se recibe un servicio en un establecimiento y muy pocas empleadas responden ante un gesto o palabra de gratitud que emana del cliente. No obstante, si aparece una «propinita », el panorama cambia. ¡Increíble!
Aquí tampoco admito que me hablen del nivel educacional, porque los contrastes resultan abismales. Conozco a doctores de renombre y a otras personalidades a quienes si escuchamos decir gracias habrá que darles un reconocimiento o premio especial, aún sin instituir. Sin embargo, he compartido con campesinos de la comunidad Guillermo Llabre, ubicada en el distante Corralillo, protagonistas de verdaderas lecciones de cortesía y buen trato.
Para evitar malos entendidos, en un mundo en el que cada cual, lamentablemente, interpreta a su manera, no generalizo. Como bien digo una cosa, afirmo otra. He visto a jóvenes y ancianos que constituyen modelos de personas decentes, de pies a cabeza; y a profesionales que merecen condecoraciones especiales porque con su bregar y acciones cotidianos nos dejan un magisterio práctico que llena de orgullo.
En estos trances recuerdo al abuelo apoyado en su bastón al que le cedí el derecho en la acera y fue tanta su gratitud que no sabía qué decirme. Ese día sentimos una felicidad increíble al ser partícipes de aquel momento sin recompensa material, pero que toca las fibras del alma.
Tales acciones deben prevalecer en la vida. Llegar a un lugar y sentirse bien tratado, sobre la base de la decencia y la cultura del detalle.
Pongo el ejemplo de la heladería Dulce Crema, en pleno Boulevard de Santa Clara, cuyo colectivo, encabezado por Roberto Nodal González, tiene esa nota distintiva para quienes lo visitan. Agradecimiento, buen trato y cortesía son premisas del establecimiento que deben generalizarse. Y ojalá que termine pronto este período de las colas asfixiantes, tumultos y amasijos humanos.
Además, seguiré admirando a los que saben dar las gracias. Pudiéramos tener miles de preocupaciones y situaciones complejas en el día a día, pero es absurdo olvidar que somos seres humanos y que los demás no tienen culpa de esos momentos amargos.
Recurro al más grande de los cubanos cuando dijo: «Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro y quiere disimular lo poco ».
Entonces, alimentemos lo interno en cada quien, rescatemos esos valores y que los tiempos difíciles nos alejen de la indiferencia. Abrazar la nobleza social y reencontrar el camino por donde andan extraviadas las gracias.