Años atrás un investigador universitario, emparentado después con la observancia de pastos y forrajes para la ganadería, conversó de manera diáfana sobre diversos temas, hasta que cayó en la aplicación de la ciencia en la producción agroalimentaria requerida por el país hace seis décadas.
No era época de muchos ensayos en laboratorios, dijo en su diálogo. El campo y la parcela fueron los puntos de mira para aplicar los estudios. Versaban sobre aspectos de la nutrición humana y animal, sin obviar la fertilización química y los sustitutos orgánicos que determinaban rendimientos agrícolas y el empleo de leguminosas y cachaza en cultivos varios y los cañaverales.
Jesús (Médico) Guzmán Pozo dejó los razonamientos de entonces. Junto a otros profesores-investigadores y estudiantes de la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas, desterrando desánimos, empujaba los destinos del otrora Centro de Investigaciones Agropecuarias y su Estación Experimental de la Caña, dos instituciones que apenas se recuerdan.
Constituyó un embrión de vínculos entre ciencia y producción que llevó a Fidel a respaldar, en junio de 1964, aquellas búsquedas para el cruzamiento de líneas de maíz, hasta encontrar un híbrido idóneo que incrementara los rendimientos por área en siembra.
Igual ocurrió con el frijol, pastos, leguminosas y oleaginosas, caña de azúcar, plantaciones hortícolas y hasta la zootecnia. El control de malas hierbas, plagas y enfermedades en cultivos estableció fundamentos en las leguminosas como abono verde (frijol de canavalia, terciopelo, gandul, carita, chícharo de vaca y soya Santa María), y se obtuvieron alentadores resultados en tiempos en los cuales se favorecían los componentes químicos para logros productivos.
Hasta una fábrica de conservas idearon los estudiosos para aprovechar las frutas que obtenían en campos cercanos. El Che, en una visita a Santa Clara, apreció aquellos obsoletos equipos que funcionaban contra viento y marea para garantizar una parte esencial de la alimentación de estudiantes y profesores. De esas historias escribí en otro tiempo. Todavía dejan sus lecciones.
Ahora, cuando el país impulsa el «Programa de soberanía alimentaria y educación nutricional con más ciencia », no puedo olvidar detalles de conversaciones de un tiempo atrás. Durante el reciente recorrido gubernamental por Villa Clara, se presentó un programa que insiste en las búsquedas científicas agropecuarias y la producción alimentaria para enfrentar los retos de la crisis global.
Con la insistencia de aumentar los volúmenes productivos y la comercialización de aquellos alimentos que sustituyan importaciones y que, además, se vendan en mercados foráneos, todo obliga a «desengavetar investigaciones », como dijo un científico villaclareño. Es el afán por destrabar mecanismos que todavía frenan la entrega de tierra ociosa, llena a veces de marabú y que nada aporta al país.
Un gusto personal por la relectura de publicaciones antiguas, acerca los acontecimientos pasados a un tiempo que trasluce presente, y parece un hoy que se pierde hasta el infinito.
No hablo de ediciones galácticas. Son cubanas. Todas, de una manera u otra, recuentan los interminables recorridos que fundó Fidel, como «estilo de trabajo », para pulsar las transformaciones económico-sociales que estimularon al país, a pesar de las caprichosas imposiciones de la naturaleza y de las carencias materiales, hacia otros confines.
En aquellos periplos por territorios villareños, el líder de la Revolución llegó a Corralillo para apreciar los avances del plan frutícola. Así lo recoge Bohemia en una edición de diciembre de 1966, en un amplio reportaje escrito por José Llanusa sobre el recuento de una reunión que pulsó labores agropecuarias y cañeras.
Puntualiza el escribiente que Fidel habló, incluso, sobre las acciones que favorecen la alimentación y de la necesidad de «influir en los hábitos y gustos de la población para ajustarlos a las conveniencias tanto nutricionales como económicas ».
Precisó Llanusa que el Comandante en Jefe escaló una loma para divisar desde la lejanía las plantaciones de aquel municipio, y dijo: «Mira extiende el índice y señala, marabú, marabú, marabú. No hay quién pueda descansar […] Hay que ponerle doble fuerza al trabajo », una sentencia que en la actualidad se repite y que conspira contra el uso eficiente de los suelos.
En la provincia hormiguean los campos infestados de marabú, ahora aprovechados con discreción para elaborar carbón vegetal destinado a la exportación. No obstante, nadie negará que esos montes abundan, y el desbroce marcha con lentitud.
Algunos cosecheros solicitan en usufructo esos suelos, y a veces aparecen trabas sin importar que el acto de posesión contribuiría a mitigar los nocivos efectos de la crisis económica internacional, y en lo perspectivo dejará ulteriores impactos en la estrategia cubana por impulsar la soberanía alimentaria y nutricional.
Ahora, cuando desde los municipios están en marcha los polos productivos y se consolidan los módulos pecuarios, las brechas y potencialidades quedan identificadas en un ámbito que incluye a todos. Vuelven los tiempos de los autoconsumos que antes se perdieron por una razón u otra, cuando el zapato de nuestra economía dejó de apretar. Ya no se podrá pensar mucho en importaciones, y en cuanto a la entrega de tierra para conseguir una explotación eficiente y sostenible de alimentos, no hay tiempo para retrocesos.