La libertad en la proa de un yate

En recordación al desembarco del «Granma», se considera al 2 de diciembre como Día de las Fuerzas Armadas, ocasión en que nuestro pueblo rinde homenaje a los combatientes que honran el glorioso uniforme verde olivo.

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Yate Granma con bandera cubana
(Ilustración: Martirena)
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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01 Diciembre 2023

En las primeras horas del 2 de diciembre de 1956 llegaba a las costas de Cuba el yate Granma, con 82 expedicionarios a bordo, encabezados por Fidel Castro.

Habían sido siete días de azarosa travesía, tras la salida del puerto de Tuxpan, México, la noche del 25 de noviembre, con un mar embravecido y una embarcación de recreo excedida de peso, tanto en hombres como en armas.

Los cálculos estaban previstos para arribar el día 30 de noviembre, para simultanear el desembarco con las acciones revolucionarias en Santiago de Cuba y otras ciudades de la Isla, las cuales, encabezadas por Frank País, distraería las fuerzas del tirano Fulgencio Batista y facilitarían el arribo a costas cubanas.

La sincronización falló, y Fidel escuchó impotente por la radio del «Granma» cómo el pueblo santiaguero apoyaba a los jóvenes del M-26-7, quienes, por vez primera, usaban el glorioso uniforme verde olivo. Años después, al rememorar las angustias vividas, el Comandante en Jefe recordaba que había lamentado en aquel instante no tener la capacidad de volar.

Pero no fue ese el único momento de desesperación, pues la caída al mar del cabo Roque provocó nuevamente vivir minutos de desasosiego, y sólo la arraigada convicción de Fidel de no dejar a nadie abandonado a su suerte hizo que, en el último instante, en la última tentativa, y cuando ya muchos lo daban por desaparecido en las aguas del Golfo, se escuchara la voz angustiada de Roque, y pudiera ser salvado de una muerte segura.

El Che calificó de «naufragio» aquellos duros momentos del desembarco, ya de día, con la aviación enemiga atacando sobre el manglar infernal de aguas fangosas y putrefactas en el que debieron caminar los bisoños combatientes durante varias horas hasta llegar a tierra firme. Llegaron a dudar, incluso, si realmente habían llegado a Cuba, y no se trataba de alguno de los tantos cayos de nuestro archipiélago.

Raúl Castro fue el último de los expedicionarios en bajar del yate y, al hacerlo, se fijó en el nombre que la embarcación llevaba en la proa. Así supo que se llamaba Granma, distorsión en la grafía de la palabra grandma, diminutivo en inglés de grandmother (abuela en el idioma de Shakespeare).

El Che, que venía como médico y había sido el primero de los 82 expedicionarios en enrolarse, estuvo entre los últimos en saltar y, como el resto, sufrió las extenuantes cuatro horas de caminata entre el fango y las enredadas raíces del mangle. Algunos expedicionarios dejaron abandonadas en el camino las pesadas mochilas, y no pocos terminaron con los pies ensangrentados.

En Pasajes de la Guerra Revolucionaria, el cubano-argentino describió aquel primer momento de la epopeya libertaria: «Tardamos varias horas en salir de la ciénaga (…). Quedamos en tierra firme, a la deriva, dando traspiés, constituyendo un ejército de sombras, de fantasmas, que caminaban como siguiendo el impulso de algún oscuro mecanismo psíquico. Habían sido siete días de hambre y de mareos continuos durante la travesía (…)».

En su composición, el Estado Mayor estuvo integrado por Fidel como Comandante en Jefe y dos Jefes de Estado Mayor: los capitanes Juan Manuel Márquez —segundo al mando— y Faustino Pérez. El Che, con grados de teniente, vendría en la expedición como Jefe de Sanidad, mientras que los tres pelotones formados estaban bajo el mando de los capitanes José Smith Comas (en la vanguardia), Juan Almeida Bosque (en el centro) y Raúl Castro Ruz (en la retaguardia).

Juan Almeida dejaría también constancia escrita de esos momentos del desembarco, cuando la libertad llegó a Cuba en la proa de un barco: «Primero el agua les da por la cintura, al pecho, a la barbilla (…). Nuevamente bajo el cuello, al pecho. Con la soga que tienen en la mano llegan al mangle y la amarran. Ahora bajan uno a uno. Los hombres más gruesos al tirarse se entierran en el fango, los más livianos tienen que ayudarlos a salir»

Tres días después, el 5 de diciembre de 1956, vendría el desastre de Alegría de Pío, primera derrota de los inexpertos combatientes; luego, en Cinco Palmas, el reencuentro de Fidel y Raúl el día 17, y la primera victoria rebelde en el combate de La Plata.

En recordación al desembarco del «Granma», se considera al 2 de diciembre como Día de las Fuerzas Armadas, ocasión en que nuestro pueblo rinde homenaje a los combatientes que honran el glorioso uniforme verde olivo.

De nuevo se luchaba en Cuba. Era la continuidad de la gesta heroica del Moncada, pero, también, de la Revolución de los años 30, de la Guerra Necesaria de José Martí y del inolvidable 10 de octubre de 1868.

Se cumplen 67 años de aquellos hechos. En su dimensión histórica marcó el reinicio del proceso revolucionario cubano. Nos queda seguir el ejemplo de aquellos hombres y estar dispuestos, como en 1956, a «ser libres o mártires», tal como proclamara Fidel en aquel entonces.

Hoy, el dilema sigue siendo el mismo: defender la libertad o estar dispuestos a morir por ella.

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