Las mujeres que me estremecen

Ustedes, ellas y nosotras. Inconformes, empoderadas, feministas, solidarias, heroínas de la supervivencia cotidiana y aspirantes de un poquito o de mucho más… federadas.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Foto: Ramón Barreras Valdés)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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23 Agosto 2024

Las de fuego, las de nieve, las de carne y las de tantas fibras intermedias. Todas me maravillan e inspiran.

Las de piel cobriza, pelo negro lacio y pies descalzos sobre una Cuba virgen; asentadas en tribus y vestidas de monte, fuego, casabe, cánticos, divinidades y hierbas milagrosas. Ultimadas por el látigo y la espada conquistadora a las orillas de ríos con más sangre que oro, suicidas antes que esclavas.

Las princesas negras cazadas en sus dominios lejanos, arrastradas como mercancía a través del Atlántico y vendidas a voz en cuello en plazas y mercados. Despojadas de apellidos, linajes, idiomas, creencias y seres queridos. Sometidas a barracones, cepos, perros de caza y más látigo; ultrajadas por los caprichos del amo. Heroínas de rebeliones y cimarronas en palenques, indómitas de libertad o muerte.

Las damas de sociedad o de hogares humildes, anfitrionas de conspiraciones y ávidas de liberación. Las que mantuvieron la correspondencia a salvo de toda sospecha, cosieron banderas, recolectaron fondos, festejaron en los primeros pueblos liberados e incendiaron su patrimonio antes de hacerse a la manigua para ofrendar titanes a la patria, curar heridos, lavar sobre piedras, ocultar mensajes y empuñar machetes cuando hizo falta.

La Mariana dueña de la última palabra en un bohío de yagua y guano, con nervios de acero, fundida en el mismo bronce de los guerreros que parió, salpicada por el salitre del destierro y esculpida en mármol por todos los hijos que le adjudicó la historia.

Las inquietas de la República frustrada: viudas, huérfanas, madres de mártires, sobrevivientes de los horrores de la guerra, estudiantes, obreras, campesinas, desempleadas o hijas de familias acaudaladas que militaron junto a los humildes. Las clandestinas y huelguistas, las prisioneras, torturadas, desaparecidas y asesinadas.

La Celia de piedra y bronce, como la estatua del Martí que ayudó a colocar en la cima del Turquino; abrigada por las montañas y la ayuda campesina antes de que desembarcara y naciera el Ejército Rebelde, revestida con papeles y tinta en su afán de atesorar archivos para la posteridad, leer y contestar miles de cartas populares, con paciencia infinita.

La Haydée de caña de azúcar en su natal Constancia, cubierta de sangre y dolor tras el Moncada, manchada por el óxido de una cárcel que jamás doblegó su voluntad, sigilosa como el zumo de limón sobre hojas estrujadas mientras distribuía el más importante de los mensajes de Fidel al pueblo de Cuba, ataviada con lienzos, letras, arcilla y latidos de toda América en la Casa.

La Vilma guerrillera en la serranía, de verde olivo y brazalete rojinegro, con mariposa blanca en el pelo y un fusil a la espalda.

Las emancipadas en enero del 59. Trabajadoras y madres con derechos, alfabetizadoras y alfabetizadas, milicianas, internacionalistas. Las niñas de carbón y zapaticos blancos, dueñas de oportunidades, sueños y garantías; constructoras de la nueva sociedad.

Las que murieron, las que viven y las aún por nacer. Amas de casa y asalariadas, diestras en oficios ancestrales y curtidas en profesiones, científicas y artistas, cuidadoras y cuidadas, uniformadas y civiles, reconocidas y anónimas. Las líderes y las que empujan discretas. Las que se abren camino a través de condicionales: «si hubieras nacido hombre», «si presumieras más», «si provocaras menos», «si fueras madre», «si no tuvieras hijos», «si no hablas», «si no te callas».

Ustedes, ellas y nosotras. Inconformes, empoderadas, feministas, solidarias, heroínas de la supervivencia cotidiana y aspirantes de un poquito o de mucho más… federadas.

Sostén de una organización que suma arraigo, presente y porvenir, y no caducará mientras no envejezcan sus anhelos.

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