«El futuro también existe actualmente en la persona, bajo la forma de ideales, esperanzas, deberes, tareas, planes, objetivos, potencialidades no realizadas, misión, hado y destino».
Abraham Maslow, teórico y filósofo humanista
La sensación de vacío o de estar fuera de lugar ha llegado a nuestras vidas en disímiles ocasiones. Al fin de una etapa le corresponde el júbilo de las metas alcanzadas. Después de esto, aparecen el silencio impoluto y la frase resumida en un ¿ahora qué sigue?
Entre el término de una fase y el comienzo de un nuevo propósito, el ser humano reconfigura sus necesidades, emociones y relaciones en función de las carencias e insatisfacciones que obstaculizan su bienestar. La necesidad de vincularse a un grupo o comunidad corresponde a la búsqueda del regocijo individual y la capacidad de amar y trabajar, apoyados en la organización de planes que disminuyan el malestar, los sufrimientos y las vicisitudes.
Según un artículo publicado por la revista venezolana AVFT, los proyectos de vida son el producto de procesos intrasubjetivos y motivacionales que potencializan la reinvención permanente de nuestras circunstancias sociales y culturales. Cada persona construye sus propias metas y deriva de ellas un conjunto de acciones encaminadas al autoconocimiento de sus límites.
Es en la primera juventud cuando, de forma consciente, iniciamos el proyecto individual. A la salida del hogar parental, la independencia económica, los nuevos estudios o la formación de una familia propia sumamos motivos básicos relacionados con la felicidad, las dimensiones internas del ser y los aspectos cognitivos y racionales de la personalidad.
El disfrute de un buen libro, la asistencia a un concierto o una obra de teatro, la charla presencial con los amigos alejados por kilómetros de distancia o el sorbo al café de la abuela se tornan prioridades en la lista emocional. La recarga de energía redirecciona el voltaje hacia los gustos, las preferencias personales y la responsabilidad afectiva.
Proponernos como ejes centrales de nuestra estrategia de desarrollo individual condiciona los objetivos temporales mediante un enfoque futurista basado en las vivencias pasadas y presentes. Desde la autogestión somos capaces de revolucionar las relaciones humanas, las circunstancias, el manejo de situaciones extremas y la toma de decisiones. Con el trazado de la senda personal, el proyecto de vida estructura la identidad del ser, dinamiza la creatividad y concientiza la esperanza y la voluntad de superación.
A corto y mediano plazo maduramos afectiva e intelectualmente, crecemos de manera espiritual y orientamos nuestras acciones en función de la ética. Con ello, desarrollamos la capacidad de compartir y de aceptación en cuanto a diferencias y posibilidades; controlamos y administramos la información sobre nuestros intereses, aptitudes y expectativas.
Como proceso activo, el proyecto de vida es el resultado de la reflexión interna del contexto circundante. Imponernos retos en aras de crecer permite una conexión especial entre el sujeto social y las condiciones que lo circundan. En intercambio directo, la evolución es inminente y el cambio se transforma en el escenario psicológico ideal para el desarrollo sistémico y personal.
Comenzar otra aventura no depende del grupo etario al que pertenecemos. Entender la realidad como un recurso o el medio donde exponer nuestras cualidades visualiza el presente como un tiempo de paso hacia el futuro. La concreción de nuestros logros nos hará mejor persona. A fin de cuentas, nuestro proyecto de vida solo es el lienzo donde esbozamos el futuro que queremos.