A golpe de paradojas se gobierna un mundo. De la supuesta búsqueda de la paz, nacen los peores conflictos armados; en nombre de la democracia y los derechos humanos, pueblos indefensos sufren intervenciones, bloqueos, sanciones, inestabilidad y violencia, mientras los colonizadores del siglo xxi usurpan recursos y parte de sus territorios para extender amenazas a naciones vecinas.
El terrorismo se combate con métodos que horrorizan aún más, la caza de grupos extremistas les cuesta la vida a multitudes, y la hermandad entre naciones tropieza con fronteras, discriminación y discursos de odio.
Con los debates de la 79.ª Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) aún frescos, la más reciente y dolorosa etapa del conflicto entre Israel y Palestina completará una vuelta al calendario el próximo 7 de octubre.
Tan condenable como el ataque de Hamás al sur de Israel, con un saldo de 1200 muertos y 200 rehenes, resulta la represalia colectiva sobre la Franja de Gaza. Más de 41 500 palestinos muertos —la mayoría mujeres y niños—, al menos 100 000 personas heridas, casi dos millones de desplazados sin un lugar seguro donde acudir, y el cerco a los suministros vitales revelan una crisis humanitaria en toda la extensión del término.
«La espiral de muerte debe terminar para Gaza, para el pueblo de Palestina e Israel, para la región y para el mundo», exigió el secretario general de la ONU, António Guterres, durante el debate de alto nivel, al tiempo que calificó de «insostenible» el estado global de impunidad, desigualdad e incertidumbre.
El derecho internacional humanitario sucumbe al capricho y al poder de unos pocos, la barbarie se impone a conveniencia desde las posiciones más «civilizadas», mientras la comunidad internacional observa y condena atada de manos.
El alto el fuego, la liberación inmediata e incondicional de todos los rehenes y el inicio de un proceso irreversible hacia una solución de dos Estados, pidió Guterres para poner fin al genocidio.
La propuesta de dividir Palestina en dos Estados independientes —uno árabe y otro judío—, y que la ciudad de Jerusalén quede bajo un régimen internacional ha permanecido sobre la mesa casi por tantos años como cuenta la ONU, porque el problema es histórico y los esfuerzos para resolverlo comenzaron mucho antes de la ii Guerra Mundial, aunque el éxito sigue atrincherado.
De los Estados previstos en el plan de partición, solo el de Israel proclamó su independencia, y en guerras sucesivas amplió su dominio sobre el resto del territorio, mientras el pueblo palestino ha permanecido durante décadas luchando por su derecho a la autodeterminación nacional.
Como si no bastara la amenaza a la paz y la seguridad mundial, una nueva Gaza se gesta en el Líbano, a raíz de la expansión de los bombardeos israelíes hacia ese país, con más de 1000 muertos y un millón de desplazados en apenas dos semanas. Los ataques van dirigidos al grupo militante Hezbolá, pero las peores consecuencias, como siempre, las sufren los civiles.
También en este frente de batalla, la ONU pide un alto fuego para entregar ayuda humanitaria, allanar el camino hacia negociaciones que garanticen una paz duradera y evitar que la crisis se vuelva una «catástrofe humanitaria».
Desde el podio de la ONU, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla ratificó la solidaridad y el apoyo de Cuba al pueblo palestino, víctima de más 75 años de ocupación; condenó la masacre perpetrada por el ejército israelí, la complicidad de los gobiernos que le suministran armas o permanecen en silencio, y la agresividad contra el Líbano, Siria, Irán y los pueblos del Medio Oriente, lo cual puede convertirse en una conflagración de grandes proporciones, con consecuencias difíciles de estimar.
La solución, tan clara como impostergable, demanda el ejercicio de una autoridad que haga valer el sentido común, la voluntad mayoritaria, el respeto por la vida y los derechos de las personas y las naciones a coexistir en paz, mientras quede algo que salvar.