Hechos vandálicos e irrespetuosos contra monumentos y parques continúan ocurriendo en Santa Clara. Nadie ha querido ver, nadie denuncia, nadie toma parte en el asunto.
Sábado 11 de febrero, 12:30 a.m. en el parque contiguo al Monumento a la Acción contra el Tren Blindado, unos cuantos muchachos conversan. Botellas de ron al pie de los bancos. Ambienta la noche la pestilencia del río. Pasan el rato entre series animes y canciones de rock y reggetón. Indistintamente beben, vociferan, hacen alarde de su testosterona aún en ciernes.
«Hay que complacer a todo el grupo », protesta uno de ellos para que cambien la música. Los celulares son cajas de audio ambulantes. Se han ido del «malecón » porque «allá hay mucha bulla y estamos aburridos de las mismas caras », dice otro. Hasta ahora, todo parece normal. El alcohol, está probado, saca los impulsos escondidos, conmina a los hombres a cualquier estupidez.
Es madrugada en el Parque de los Columpios. Uno, dos, tres, cuatro jovencitos se suben encima de una de las hamacas.
Dale, más duro. ¡Impulsa, viejo!
Oye, esto se va pa’l piso.
No se cae na’, y si se cae, a ti qué te importa. ¡Dale, viejo!
El sostén de las hamacas parece que va a desplomarse, pero no, se mantiene en pie, como clavado en la tierra por el mero hecho de querer ser útil. Los muchachos lo dejan así, como turbado, dando vueltas, y se dirigen hacia uno de los columpios para repetir similar circunstancia.
Muchos aparatos ya perdieron las piezas, otros se muestran desprendidos, sin tornillos que los sujeten.
¿Se las han robado? , pregunto a un señor que lee el periódico debajo de un árbol a pleno mediodía.
Se las roban, las parten, ¿qué se yo? Creo que se las llevan para fabricar otras cosas y después venderlas.
Más allá, un padre saca a pasear a su hijo pequeño para que la progenitora repose el almuerzo. Le quedan pocas opciones para hamacar al infante. Tin, marín de dos pingí¼é, y se queda con el columpio, porque las sillitas parecen sueltas y no puede permitir que el niño vuele por los aires.
Agazapados en la oscuridad de la noche, dos maleantes se disponen a desvalijar los bancos del Parque Vidal. Nadie ha visto nada, nadie dice nada. Con las tantas tablillas robadas deben haber surtido varias carpinterías particulares. Tocará a Servicios Comunales reponer los maderos, que se adquieren solo en divisa.
En la misma plaza, y a plena luz del día, el hijo de alguien arremete sin contemplación contra los arbustos alrededor de la estatua de Marta Abreu. Sus padres conversan sin percatarse de la vejación a la naturaleza. ¡No importa! Otra vez Servicios Comunales repoblará las áreas verdes.
Calle Máximo Gómez hacia abajo. Un equipo de fútbol se ha formado a las 4:30 de la tarde en el «Carmen ». Frente a la iglesia empiezan a volar las pelotas. Resulta imposible conversar o sentarse a leer allí. Han hecho suyo el espacio de todos. Un par de zapatos queda enredado por «arte de magia » en los cordeles de la electricidad.
En el Parque de la Audiencia la estatua de la libertad que acompaña la de José Miguel Gómez, amaneció pintada con trazos soeces en sus senos.
En otra céntrica calle, en el Parque de la Pastora, en la mano alzada del patriota Miguel Gerónimo Gutiérrez han colgado una bolsa con basura. ¡Qué horror!
Y pasan los días y las noches, las semanas y los meses, y año tras año, Servicios Comunales dando la cara… inversiones que van y vienen, gastos del presupuesto por aquí y por allá, y los hechos vandálicos e irrespetuosos continúan ocurriendo fuera de todo control.
Nadie ha querido ver nada, nadie quiere denunciar nada, nadie toma parte en el asunto. Todos optan por protestar de los dientes para afuera.
¿Quién es culpable? Como en la famosa obra teatral de Lope de Vega: « ¡Fuenteovejuna, señor! »