De ladrillos y regalos

La tendencia de regalar y recibir obsequios a cambio de dar u obtener servicios profesionales, se ha convertido en un fenómeno que lacera a la sociedad cubana.

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Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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21 Marzo 2017

Los de la cola pasaban a la consulta del especialista por delante de la agobiada mujer. Muchos, que habí­an llegado después de ella, eran llamados con complacencia por la enfermera ayudante, quien sonreí­a de oreja a oreja como el gato Cheshire. Pero, cada paciente portaba adjunto a la historia clí­nica algún regalito, un presente, un obsequio, como parte de un ritual inviolable.

La mujer, en cambio, llevaba las manos vací­as. Su salario no daba para más. La mención de un nombre parecido al suyo le hace saltar del asiento, pero vuelve a sentarse frustrada mientras ve entrar a la verdadera dueña del nombre mentado. Claro, con un regalito. Ahí­ está el detalle.

Ilustración de Alfredo Martirena sobre comentario de regalos.
(Ilustración Alfredo Martirena)

Al dí­a siguiente irrumpió con un soberbio bulto cubierto de un papel brillante, colorido, hermoso. La vestida de blanco clavó sus ojos ávidos en el rutilante paquete. «Señora, ¿su nombre, por favor? », le preguntó diligente. La mujer sonrí­o. Minutos después salió de la consulta rauda y feliz, luego de entregar el obsequio. La enfermera la despidió con la sonrisa de siempre, y corrió con el especialista a descifrar el enigma. «Pesa, debe ser algo bueno », comentó. Al desatar la envoltura quedaron tiesos, atónitos e incrédulos, ante el rojizo ladrillo descubierto encima de la mesa.

La anécdota sucedió en un hospital de La Habana. Sí­, es real, tan real como el Capitolio, tan real como cualquier regalo. Regalos, regalos y más regalos. Cada dí­a en la isla la solución de muchas gestiones personales solo se circunscriben a un estuche de jabón, un desodorante, un pomo de refresco, un perfume, una cajita con comida o, simplemente, abriendo la billetera. Regala y resolverás. Pero, todo el mundo no puede.

Historias como la de la mujer del ladrillo suceden en ocasiones. Aclaro, no me refiero a que haya gente dedicada a entregar materiales de construcción camuflados o falsos objetos para lograr diligencias, sino que a veces muchos sufren al ser obviados, minimizados o demorados por el simple hecho de no poder llevar nada entre las manos. Si Tin tiene, Tin vale; si Tin no tiene…

Tal tendencia ha provocado que ya no abunde el obsequio generoso, salido del corazón agradecido. Ahora prevalece el convertido en moneda de cambio, el «pagafavores » por defecto, el de la ofrenda sagrada a San Toma precedida de las plegarias de San Dame. Evidentemente, es de humanos agradecer y también aceptar. Pero, convertir la retribución espiritual en intercambio de intereses trastoca la virtud en vicio.

El fenómeno no solo ha infectado los centros de salud, también a los bufetes, Vivienda, Educación, Deporte, otorgamiento de misiones, reservación de pasajes, campismos populares, servicios de Etecsa, cotejo de tí­tulos… El toma y daca se ha convertido en una larga serpiente mordiéndose la cola, en la cual las personas son las vértebras.  

Como parte de ese mismo cí­rculo vicioso, están quienes preconciben cualquier gestión personal sobre la base de un regalo. Como el enigma del huevo y la gallina, no se sabe si surgieron primero los requeridos de obsequios o los regaladores. Una mano lava la otra, y las dos se tapan la cara.

No es malo, para nada, que un buen profesional sea gratificado por un cliente o paciente agradecido. ¿Por qué no? Ahora, lo penoso es que el médico, el abogado, el de Inmigración, el maestro, el profesor, el policí­a, el veterinario, el fumigador, el electricista, el jefe de turno de la terminal… se acostumbren a esperar siempre algo a cambio, que no «pinchen » con ganas si no le pasan algo, que no presten un servicio de calidad a los de a pie, a los que nada tienen.  

Sin dudas, la debacle económica de los noventa ha sido la madre de todos los males del presente. Nadie está exento de los problemas de la sociedad cubana actual, pero se está extinguiendo la hermosa cualidad de servir bien sin tratar de sacar provecho a los demás.

«La gente tiene que luchar », rezan algunos. Sí­, que luchen, pero sin partirles el brazo a los otros ni apretar el cuello ajeno, porque siempre hay quienes no tienen más remedio que envolver ladrillos.

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