Los «adjuntos » del Parque Vidal

Leyes, decretos, circulares, artí­culos... ¿Quién se encarga de hacerlos cumplir para evitar que el centro de Santa Clara sea un reservorio de heces y orine?

Compartir

Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
2642
10 Abril 2017

Una mirada a los contornos del Parque Vidal tras el paso atronador del fin de semana, advierte que el marco de atentados a la propiedad social va más allá de la agresión a los bancos reservados para el descanso o de la pérdida del césped ante la avalancha de internautas.

Me sitúo en las instituciones aledañas a lo que constituye el corazón de la urbe, esas que no esconden las huellas de quienes las han convertido en verdaderos baños públicos, y dejan la mezcla de orine y material fecal con sus deplorables olores en los recovecos de las altas columnas.

Baste señalar el instituto preuniversitario Osvaldo Herrera, la Biblioteca Provincial Martí­, el pasillo de lo que fuera el Salón ECO, fundamentalmente en su esquina hacia Buen Viaje, y el Centro de la Moda y las Costumbres.

Ilustración de Alfredo Martirena sobre personas que orinan en la ví­a pública.
(Ilustración: Alfredo Martirena)

Si lo duda, eche un vistazo al amanecer del lunes y encontrará las más diversas modalidades en medio de esos charcos pestilentes que deben limpiar los propios trabajadores de los centros afectados, sin que los dí­as entre semana queden libres de pecado.

No pocas veces me pregunto si en un siglo de tantos adelantos tecnológicos, en el que un cientí­fico aporta el mejor de los hallazgos en bien de la humanidad, y en una era que admite la comunicación con cualquier parte del mundo mediante la Internet, ocurran embestidas públicas contra el ornato solo comparables con lo sucedido en tiempos caverní­colas, o actualmente, en las regiones más pobres del planeta.

A veces me aterra que esas actitudes inad- misibles se incorporen a los códigos de la vida moderna a tal punto que sean vistos como algo «normal ». ¿Es que acaso la mente humana sufre una involución tan cruda o nos contagiamos con esas manifestaciones que por ser ya tan reiteradas las incorporamos a la rutina del dí­a a dí­a?

Si algo tiene Cuba es que constituye un paí­s con leyes, decretos, circulares y artí­culos para casi   todo. Ahora bien, la teorí­a es muy bonita, pero ¿quién se encarga de hacerla cumplir? ¿Dónde están los actores responsabilizados con ejecutar lo que queda claro en las legislaciones?

Reviso las vigencias y aparece, entre otros, el Decreto 123 del Consejo de Ministros, vinculado a las infracciones contra el ornato público, la higiene y otras actividades, mas parece que lo legislado anda por un camino,  y   las   conductas   humanas   decisores y cumplidores, por otro bien distante.

Es cierto que a la autoridad le ocupan obje- tivos precisos, pero ante hechos que laceran la civilidad e influyen en lo colectivo, hay que tomar cartas sobre el asunto si queremos una sociedad guiada por indispensables normas. Al César lo que es del César, y cada cual tiene una cuota de responsabilidad en el problema.

Muchas veces estas preguntas sobre quié- nes son los encargados de poner orden quedan entre bambalinas y comienza el clásico peloteo, si tú, si yo… Sin embargo, no se entiende que a pocas cuadras de unos baños públicos en el Boulevard, tan cerca de las patrullas de la PNR que custodian los alrededores del Parque, el centro de la ciudad se convierta en una plaza para el reservorio de orine y heces.

Aquí­ no es cuestión de presupuestos ni de falta de recursos, sino de indolencias, degradaciones cotidianas, y esa pérdida de valores aunque algunos estudiosos discrepan del término que corroe a individuos y les traspasa la médula.

Ahora la provincia desarrolla la estrategia comunicacional Villa Clara con Todos, una feliz iniciativa para tratar de devolverles la imagen a esos lugares tan queridos de la llamada patria chica, que permanecen en el corazón de aquellos que bien la aman.

Resulta inobjetable la añoranza cuando nos alejamos del terruño al ver una foto de la Glorieta, de la Peña de Los Fakires, de la escuela donde estudiamos, del sitio que recuerda el primer amor o del propio Parque Vidal; mas es triste apreciar microvertederos proliferantes por cualquier punto, y el hecho de que perdimos desde hace años aquel eslogan que identificaba a Santa Clara como una de las urbes más limpias de Cuba.

La guirnalda se ha apagado y me duele escribirlo, pero la realidad no admite parches y está a la vista de todos. Ojalá que cada uno nos sumemos a la maravillosa idea de transformar el entorno donde desarrollamos la vida, que cada quien cumpla sus obligaciones, y no falte en la conciencia individual el afán de eliminar esos «adjuntos » inaceptables que rondan por el Parque Vidal y otros sitios. Cortarles sus tentáculos se impone como necesidad, en bien de todos.

Comentar